“Los nuevos retos exigen nuevas respuestas, de modo que debemos poner nuestras esperanzas —si somos optimistas— en la generación digital. En cualquier caso, todavía es pronto para escribir una elegía de la especie. Y eso es una buena señal, dado que en el seno de la actual división del trabajo intelectual seguimos necesitando generalistas, es decir, personas que sean capaces de percibir lo que, en el siglo XVII, Isaac Barrow denominaba la «conexión de las cosas, y la interdependencia de los conceptos». Como dijo Leibniz en una ocasión, «lo que necesitamos son hombres universales. Porque alguien que es capaz de conectar todas las cosas puede hacer más que diez personas». En una era de hiperespecialización necesitamos más que nunca personas así”, escribe Peter Burke en su magnífico El polímata. Una historia cultural desde Leonardo da Vinci hasta Susan Sontag (Alianza Editorial).
En el elogio de la interdisciplinariedad de ese magnífico ensayo de historia cultural se describe la estrecha relación que hubo entre disciplinas humanísticas y disciplinas científicas en figuras como Leonardo da Vinci (que escribió: «Que no me lea nadie que no sea matemático»), Leibniz, filósofo y matemático, o Swedenborg, teológo, ingeniero, químico y astrónomo, antes de que la especialización excesiva provocase la escisión y la fragmentación del saber que lamentó John Donne a comienzos del XVII en su poema “An Anatomy of the World”.
En una línea semejante, aunque más propositiva y menos descriptiva, se mueve Bernardo Kastrup en la introducción a Pensar la ciencia, que publica Atalanta con traducción de J. Rafael Hernández Arias:
“La historia de cómo la ciencia y el materialismo metafísico llegaron a entrelazarse es curiosa. En el siglo XVII, cuando la ciencia tal como hoy la conocemos dado sus primeros pasos, los científicos basado en todo su trabajo -cómo no- en la experiencia perceptiva: en las cosas y los fenómenos de su alrededor que podían ver, tocar, oler, gustar, oír. Ese punto de partida es, desde luego, de índole cualitativa. Después de todo, la concreción percibida de la manzana proverbial que cayó sobre la cabeza de Newton, así como su color rojo y su dulzura, eran cualidades sentidas. Todo lo que aparece en la pantalla de la percepción es necesariamente cualitativo. De hecho, el punto de partida de la ciencia -entonces y ahora- es el mundo de las cualidades que percibimos en nuestro entorno. Incluso el resultado de los instrumentos que mejoran la percepción sólo es útil en la medida en que se percibe cualitativamente.
Sin embargo los científicos no tardaron en darse cuenta de que es muy oportuno describir este mundo evidentemente cualitativo por medio de cantidades, Tales como pesos, longitudes, ángulos, velocidades, etcétera. Estas cantidades capturan las diferencias relativas entre cualidades.
[…]
Pero entonces ocurrió algo extraño: muchos científicos parecieron olvidar dónde había comenzado todo y empezaron a atribuir una realidad fundamental sólo a las cantidades. Dado que sólo las cantidades pueden ser medidas objetivamente, comenzaron a postular que en realidad sólo la masa, la carga, el momento, etcétera, existían ahi fuera, siendo las cualidades, de algún modo, efímeros epifenómenos -efectos secundarios- de la actividad cerebral que existían únicamente dentro de los confines de nuestro cráneo. Éste fue, en pocas palabras, el nacimiento del materialismo metafísico, una filosofía que -absurdamente- confiere una realidad fundamental a meras descripciones mientras niega la realidad de lo que es descrito en primer término.”
Desde esas primeras líneas está claro el objetivo de este libro y el posicionamiento intelectual de Kastrup, que es además de doctor en Filosofía, también doctor en Ingeniería informática e inteligencia artificial, lo que le coloca en una situación inmejorable para armonizar filosofía y ciencia, materia y espíritu, con una mirada equilibrada a lo cuantitativo y lo cualitativo. Esa es la base de una propuesta de reinterpretación de la realidad desde una posición que cuestiona el consenso materialista de la ciencia.
Kastrup denuncia que el materialismo reduce la conciencia al producto material de la mera aglomeración de partículas que llamamos cerebro, una mirada reduccionista que simplifica la complejidad de la mente e impide entenderla como instrumento de mediación entre el individuo y la realidad.
El libre albedrío, el inconsciente colectivo, el inconsciente personal y la memoria o la ya mencionada representación metafórica de la realidad son algunas de esas propuestas imaginativas que construyen una nueva teoría de la verdad para reinterpretar la realidad.
En una línea de pensamiento emparentado con las tesis de Peter Kingsley, los treinta y un capítulos de Pensar la ciencia reúnen una suma de propuestas y especulaciones que reivindican una metafísica sin física y la defensa del idealismo analítico frente a los tópicos materialistas y positivistas que lo han venido desacreditando.
Y así, frente a una ciencia materialista, Kastrup destaca la importancia de la mente y frente a la mera objetividad científica defiende una perspectiva cuántica que integre el mundo exterior y el mundo interior, de lo visible y lo invisible y que asuma también el valor del espíritu en una conjunción que debe estar en la raíz de cualquier abordaje completo de la realidad para integrar descripción e interpretación en busca del sentido del mundo y de la existencia.
La mente, no la materia, debe ser el principio orientador de esa nueva concepción científica que desde la integración de ciencia y consciencia aspira a delimitar “los contornos de una nueva visión científica del mundo”, como señala el esclarecedor subtítulo de Pensar la ciencia.
Porque -afirma Kastrup- el materialismo nos ha llevado a un callejón sin salida y “ahora, en el siglo XXI, no cabe duda de que podemos hacerlo mucho mejor. Ahora estamos en posición de examinar con honestidad nuestras suposiciones ocultas, confrontar objetivamente la evidencia, llevar a la luz de la autorreflexión nuestras necesidades psicológicas y nuestros prejuicios, y luego preguntarnos si el materialismo sirve en verdad para algo. La respuesta debería ser obvia, pero no lo es. El materialismo es una reliquia de una época más ingenua y menos sofisticada, en la que ayudó a los investigadores a separarse de lo que estaban investigando. Pero no está a la altura de nuestro tiempo y nuestra época.”