Antología de Juana Castro
DAFNE
Que tu luz no me busque, Apolo, porque soy una hoja
que vive con el viento.
Toda la savia es
una caricia blanda,
tengo verdes los brazos de besarme en las ramas,
de mirar en las sombras el cristal desvaído de mi cuerpo.
Los helechos me abren su corazón de agua,
poseo dos mil lunas ganadas al ocaso,
los tilos, el espliego, la frescura
de todos los diamantes que se mueren de frío,
las lianas que adornan
la libertad, el talle, las avenas,
mis pestañas, las rosas, los pedernales tiernos de los frutos,
las blancas mariposas donde beben su plata las raíces,
donde el bosque se espesa de semillas y muerte.
No deseo tu fuego, adoro la ceniza que es espora del trigo
y no quiero otro rayo que el resplandor redondo en las naranjas,
el cenit que atomiza la techumbre calada de los árboles,
los troncos como dioses,
las auroras cebadas en su vientre de polen solitario.
Es inútil que corras, porque este paraíso que fecundan tus ojos
me pertenece ya, es la textura
del fondo de mi carne,
y crezco vegetal
desde la dermis al vello más oscuro donde duermen los mundos,
es inútil que corras, inútil que me alcances,
porque tengo las plantas
vaciadas en la tierra
y el laurel,
es ya un triunfo de oro en mi cabeza.
Ese poema, de Paranoia en otoño, un libro de 1985, forma parte de En el brocal del tiempo, la antología poética de Juana Castro que publica la editorial Cántico con edición de Concha García, que ha hecho la selección de los poemas junto con la propia autora.
Desde Cóncava mujer (1978), su primer libro, hasta Antes que el tiempo fuera, publicado cuarenta años después, en 2018, la trayectoria poética de Juana Castro está marcada a fuego por el recuerdo de su infancia rural en Villanueva de Córdoba y por una conciencia crítica feminista que da voz a las mujeres o relee los mitos en clave femenina, como en el texto transcrito arriba o como en Narcisia, un conjunto de poemas que actualizan el mito de Narciso y lo trasponen al cuerpo de una mujer:
AQUARIA
Llovía largamente por todos los rincones.
Gotas dulces llovían por su espalda,
miel de venas azules el cabello,
arco ciego del mar.
Nalga rosa perdida,
húmeda luz, la clara
porosidad de nieve de sus pómulos.
Arroyos, mar, cascadas inundando
los brazos y las cuevas,
golondrina en el borde su mirada.
Líquida llueve, líquida
se sumerge en las algas
y una rosa de yodo, como una ventana
le florece en la sangre.
Desde su primer libro, la cercanía de la voz transgresora de Juana Castro se ha ido matizando y equilibrando hasta decantarse en una poesía muy personal que habla en voz baja del cuerpo y del deseo, de la memoria personal y de la desolación ante la muerte, del dolor y las alas que dieron título a su segundo libro, escrito tras la muerte de su hijo.
Una poesía potentemente autobiográfica y rememorativa, transfigurada en palabra equilibrada, en mito o en la contención elusiva de un poema tan perturbador como este Padre:
Esta tarde en el campo piafaban las bestias.
Y yo me quedé quieta, porque padre
roncaba como cuando,
zagal, dormíamos en la era.
Me tiró sobre el pasto
de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido
a sus brazos mi fuerza,
no quise retirarlo, porque padre
era padre: él sabría qué hiciera.
Tampoco duró mucho.
Y piafaban las bestias.
Ese potente poema pertenece a uno de sus mejores libros, Del color de los ríos (2000), en el que se evoca la memoria colectiva femenina y rural del mundo de su infancia.
Desde la intensidad amorosa de Paranoia en otoño a la pérdida de la memoria y de la identidad en Los cuerpos oscuros; de la alegoría de la caza de amor, el goce y la entrega amorosa en Arte de cetrería a la expresión depuradísima de Cartas de enero, de la indagación en sí misma a través del misterio cósmico iluminado en Fisterra a la búsqueda de la propia identidad en El extranjero, esta amplia antología de la poesía de Juana Castro resume su poesía corporal y del conocimiento.
Una poesía cuidadosa siempre en el terreno de la expresión y profunda en la fuerza emocional de ese “feminismo de la diferencia” al que alude Concha García en su prólogo, donde afirma que “Juana Castro durante más de treinta años ha frecuentado un solo tema modulándolo a gusto del tiempo en que fue escrito: la experiencia de ser mujer desde diversas perspectivas y simbolizaciones siempre contraviniendo la cultura patriarcal.”
Este ‘Disyuntiva’ es otro ejemplo de esas distintas modulaciones del tono y la mirada en la poesía de Juana Castro:
La tentación se llama amor
o chocolate.
Es mala la adicción.
Sin paliativos.
Si algún médico, demonio o alquimista
supiera de mi mal,
cosa sería
de andar toda la vida por curarme.
Pues tan sólo una droga,
con su cárcel
del olvido me salva de la otra.
Y así, una vez más, es el conflicto:
O me come el amor,
o me muero esta noche de bombones.
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