18 junio 2023

Ángel Olgoso. Un unicornio fuera de su tapiz

 


“El lenguaje no es la cifra de la vida, sino la vida misma. Sin lenguaje no hay nada. Su magia lo es todo: uno dice manzana y la manzana ya cuelga en el árbol o su color brilla entre los dedos. La potencia genésica y embaucadora de las palabras es tal que puede convocar la más pura belleza y el horror más extremo. Cada vocablo supone un nuevo y diminuto universo o, si se engasta con precisión en el discurso, una gota de ámbar donde late viva la experiencia del mundo”, escribía Ángel Olgoso en ‘Reivindicación de la retórica’, uno de los textos de Un unicornio fuera de su tapiz, la miscelánea que recopila presentaciones de libros propios y ajenos, prólogos y reseñas, una estupenda lectura de las Memorias de ultratumba o de la obra narrativa de Boris Vian o la brillante evocación sensorial y sentimental de la infancia en su pueblo, Cúllar Vega.

Y al fondo siempre, como un hilo conductor, la reflexión sobre la teoría y la práctica del relato en artículos como “Cuentos medulares”, donde señala que “los cuentos requieren lectores exigentes, de una atención sin descanso, lectores que prefieren un picotazo directo a un zumbido obsesivo e inacabable, la intensidad a la languidez, morder más que masticar, hacer un viaje al centro más que hacía un horizonte que se aleja sin cesar.”

Otras veces esa reflexión sobre el cuento aparece en respuestas a cuestionarios o entrevistas. Destacan en ese terreno las más de treinta páginas de la espléndida entrevista que Miguel Ángel Muñoz le hizo para El síndrome Chéjov, que publicó Páginas de Espuma en 2011. 

En esas páginas que cierran el volumen está recogida con profundidad y detalle toda la teoría de Ángel Olgoso sobre la escritura de relatos o lo fantástico. Se leen allí afirmaciones como esta:

No puedo evitarlo: me gusta lo poco común, me encuentro cómodo con lo extraño y me procura una enorme felicidad estética lo asombroso y lo inquietante. Pla decía que la sensación de hallarse en un mundo desconocido deja el espíritu como nuevo. Debe ser eso. Por no hablar del placentero latigazo  que se recibe el conseguir atrapar la escurridiza anguila eléctrica de lo inaudito.