02 junio 2023

Fortuna, una obra maestra


Como desde su nacimiento había disfrutado de casi todas las ventajas posibles, uno de los pocos privilegios que le estaban vedados a Benjamin Rask era el del ascenso del héroe: la suya no era una historia de resiliencia y perseverancia, ni la crónica de una voluntad inquebrantable que le había forjado un destino del más noble de los metales a partir de poco más que escoria. Según la contraportada de la Biblia familiar de los Rask, en 1662 los antepasados de su padre migraron de Copenhague a Glasgow, donde empezaron a importar tabaco de las Colonias. Durante el siglo siguiente, su negocio prosperó y se expandió hasta el punto de que parte de la familia se trasladó a América para supervisar mejor a sus proveedores y controlar todos los aspectos de la producción. Tres generaciones más tarde, el padre de Benjamin, Solomon, compró las acciones de todos sus parientes y de los inversores externos. Dirigida ya solo por él, la compañía siguió floreciendo, y Solomon no tardó en convertirse en uno de los tratantes de tabaco más importantes de la Costa Este. Quizás fuera cierto que sus productos provenían de los mejores plantadores del continente, pero más que en la calidad de su mercancía, la clave del éxito de Solomon estaba en su capacidad para sacar partido de un hecho obvio: por supuesto, el tabaco tenía un lado epicúreo, pero la mayoría de los hombres fumaban para poder conversar con otros hombres. Solomon Rask, por consiguiente, no solo era proveedor de los mejores puros y mezclas para pipa, sino también (y por encima de todo) de excelentes conversaciones y conexiones políticas. Ascendió a la cumbre de su profesión y se afianzó allí gracias a su sociabilidad y a las amistades cultivadas en el salón de fumadores, donde a menudo se lo veía compartiendo uno de sus figurados con sus más distinguidos clientes, entre los cuales se contaban Grover Cleveland, William Zachary Irving y John Pierpont Morgan.
En el punto más alto de su éxito, Solomon se construyó una casa en la calle 17 Oeste, que estuvo terminada a tiempo para el nacimiento de Benjamin.

Así comienza Fortuna, una deslumbrante novela con la que Hernán Diaz ha obtenido el Premio Pulitzer de 2023.

Publicada por Anagrama con traducción de Javier Calvo, Fortuna está construida como un todo que resulta de la suma de sus cuatro partes, cada una puesta en una voz distinta. Porque ese fragmento inicial transcrito es en realidad, en la construcción narrativa de Fortuna, el comienzo de Obligaciones, una novela ficticia de 1937, a la que siguen en este puzzle literario Mi vida, las memorias de Andrew Bevel; los Recuerdos de unas memorias, de su secretaria Ida Partenza, y Futuros, los diarios íntimos de su mujer, Mildred Bevel.

Cuatro partes que contienen sendas construcciones textuales, cuatro documentos, cada uno con sus peculiaridades estilísticas y verbales, entre el realismo y la vanguardia:

Obligaciones (1937), escrita por Harold Vanner y centrada en la vida y la relación conflictiva entre Benjamin y Helen Rask, reflejo de Andrew y Mildred Bevel. Esa novela dentro de otra es la primera pieza del rompecabezas de una trama caleidoscópico, llena de sorpresas. Una novela sobre la construcción de su fortuna que recuerda a Henry James y a Edith Wharton.

Mi vida, las memorias que el magnate escribe al año siguiente, en 1938, para desmentir gran parte de lo que refleja la novela (“pura porquería difamatoria”, según Bevel), para expresar así su discrepancia y dar otra versión de los hechos.

Recuerdos de unas memorias. Son los reveladores recuerdos de su secretaria, Ida Partenza, que evoca en los años 80, cumplidos ya los setenta años, el proceso de redacción de aquellas memorias, para las que Bevel le pidió colaboración, porque “no pienso permitir que esta invención llena de oprobios se convierta en la historia de mi vida, que esta vil fantasía ensucie el recuerdo de mi mujer.”

Futuros. Los diarios de Mildred, su mujer, robados por Ida Partenza de los papeles de Bevel.

Los cuatro relatos, disonantes entre sí, los elaboran cuatro voces que ofrecen versiones distintas de los hechos. Y lo hacen a través de cuatro moldes expresivos diversos para construir una monumental novela polifónica sobre la narrativa del dinero y la fragilidad de la realidad, moldeable por el poder económico, que la distorsiona, la manipula y finalmente la impone.

Con enorme calidad literaria, muy lejos del best seller que fue la novela ficticia de 1937 que recuerda en sus maneras a Henry James y Edith Warthon, Fortuna es una exploración en los mecanismos profundos del capitalismo en el Nueva York de los años 20 y de la Gran Depresión, una indagación en los mecanismos del poder y el dinero, en los comportamientos del individuo, en la ambición y la codicia, o en la fragilidad de la verdad.

Una construcción memorable sobre el carácter laberíntico de la realidad y sobre el potencial poliédrico de unos hechos cuestionados entre la verdad y la mentira, siempre dudosas y abiertas a interpretaciones cruzadas que ponen en duda la realidad de esos relatos, porque, como señala el padre anarquista de Ida Partenza, “la historia misma es una pura ficción; una ficción provista de ejército. ¿Y la realidad? La realidad es una ficción con presupuesto ilimitado. Nada más. ¿Y cómo se financia la realidad? Pues con otra ficción: el dinero.”