04 junio 2023

La caída de Robespierre



Junto con el 14 de julio de 1789, el 27 y 28 de julio de 1794 (el 9 y 10 de termidor del año II, según el calendario republicano) fueron los días más agitados de la Revolución Francesa.

Robespierre, el Incorruptible, el arquitecto del Terror, fue declarado fuera de la ley. Sus últimas veinticuatro horas de vida y los acontecimientos que provocaron su ejecución en la guillotina tras dos días frenéticos y violentos, de conspiraciones y contraconspiraciones, hicieron que todo cambiara en la Francia revolucionaria.  

Todo se había vuelto en sus últimas horas en contra de un Robespierre huido y puesto en busca y captura bajo la acusación de conspirar contra la República. Detenido y liberado momentáneamente, acorralado y herido por un disparo que le destrozó la mandíbula, fue apresado y ejecutado sumariamente el 10 de termidor en la simbólica Plaza de la Revolución.

Colin Jones, profesor en la universidad de Queen Mary de Londres, reconstruye con un vivo relato aquellas jornadas en La caída de Robespierre. 24 horas en el París revolucionario, un libro portentoso que acaba de publicar Editorial Crítica con traducción de David León.

Faltaba mucho aún para el 18 de brumario (9 de noviembre) de 1799, en que Napoleón puso fin al proceso revolucionario, pero ya nada volvería a ser como antes de la muerte de Robespierre, el revolucionario que degeneró en tirano, el que “defendió y justificó las masacres por considerarlas expresión de la voluntad popular y hasta aseguró (con una imprecisión descorazonadora) que solo había muerto en ellas un patriota.”

Planteado como una crónica cercana, dramatizada y casi cinematográfica que sigue al minuto y en sus diversos espacios “la escenografía del drama” y los acontecimientos que desembocaron en la caída de Robespierre, así comienza su primera secuencia, en la medianoche del 9 de termidor en el domicilio de Robespierre, Rue Saint-Honoré, 366: “Robespierre está hablando con su casero, el maestro ebanista Maurice Duplay, en sus aposentos del número 366 de la Rue Saint-Honoré. Últimamente se ha estado acostando temprano. Esta noche es imposible.”

Con una sólida base documental, con admirable agilidad narrativa y un eficaz uso del presente para actualizar los hechos y darle fuerza al relato, La caída de Robespierre reconstruye en primeros planos unos hechos que transcurren en el Comité de salvación pública o en las dependencias municipales de la Maison Commune, y lleva al lector desde las Tullerías a las calles de París, desde las prisiones a la plaza del Panthéon, del Tribunal revolucionario a la Convención Nacional, desde las dependencias municipales de la Maison Commune a la Île de la Cité.

Organizado en cinco partes, subdivididas en escenas, La caída de Robespierre transcurre entre la medianoche del 9 y la del 10 de termidor, con un ritmo narrativo cada vez más rápido que se consigue con la sucesión de secuencias cada vez más breves que reconstruyen aquellos hechos cruciales que tuvieron como referente a Robespierre, al que describe Colin Jones en estos términos: 

Robespierre era un desconocido abogado de Arrás cuando, en 1789, fue elegido como diputado de los Estados Generales por la provincia de Artois. Tanto en la nueva Asamblea Nacional Constituyente como, después, en el Club de los Jacobinos, se granjeó una sólida reputación de defensor inquebrantable de las clases populares y de la soberanía del pueblo. Los enemigos de la derecha se referían a él desdeñosamente como ‘el diputado populómano’ y ‘el Don Quijote de la plebe’. Pero él jamás se retrajo de arrojar pullas a las figuras prominentes del nuevo régimen que, en su opinión, estaban embaucando al pueblo. […]
En sus mejores momentos, es capaz de hechizar a los oyentes de uno y otro sexo permitiéndoles vislumbrar un mundo mejor y más justo. Cuando se suelta, su retórica posee un poder hipnotizante y casi mágico que ningún otro político puede igualar. [...] Aun así, y pese a que algunos diputados siguen mofándose de él por considerarlo un visionario utópico, continúa creyendo que la Revolución ofrece a la humanidad la oportunidad para regenerarse y acceder a un destino noble, que él concibe como la República de la virtud en la que se han apoyado sus sensacionales discursos durante el último año. […]
Un amplio sector de los parisinos lo admira, e incluso lo reverencia, por los principios que rigen su política y por su obstinada defensa de lo que considera la causa del pueblo. Además, la gente lo reconoce por la calle (al menos en la burbuja política que rodea las Tullerías) y, para colmo, incluso las personas que no lo conocen se sienten unidas a él por una relación estrecha y afectuosa. Es un hombre famoso, y también querido por ser famoso.

Robespierre se sintió víctima de confabulaciones que preparaban un golpe de estado contrarrevolucionario. No parece que esa suposición tenga una base real. Las claves de lo que ocurrió quizá estén en la creciente hostilidad que el Incorruptible había generado contra sí mismo por su ejercicio implacable del terror, por los excesos del creciente radicalismo del estado policiaco que había diseñado y que había multiplicado el número de ejecuciones, que superaban en aquellos momentos a las que se habían producido desde julio de 1789.

Con su discurso del 8 de termidor, en el que pedía más purgas, Robespierre llevó la situación de la República al límite. Así de claramente lo explica Colin Jones:

El 9 de termidor, de hecho, […] los parisinos se mostraron reacios a asumir riesgos y, negándose a seguir a un solo individuo que no sabían bien adónde querría llevarlos, depositaron su fe en las instituciones republicanas. Fiarse de la popularidad era tomar una senda peligrosa, como, de hecho, les había dicho siempre el Incorruptible. En cierto modo, la caída de Robespierre fue provocada por él mismo y constituyó su mayor contribución a la democracia.

El hilo conductor del libro y una de sus fuentes principales es Louis-Sébastien Mercier, escritor y diputado que había sido encarcelado en 1793 y liberado el 9 de termidor. Así evocaba años después el sentido de aquellos hechos: “El 14 de julio (de 1789) y el 9 de termidor fueron dos días en los que las intenciones de los franceses y las francesas para con su Revolución fueron unánimes. En ambos días el pueblo ha sido uno ... y su soberanía se ha mostrado palpable y decisiva ... Si el 14 de julio el pueblo francés dijo: ‘Quiero ser libre’, el 9 de termidor aseveró: ‘Quiero ser justo’.”

Con una mirada muy cercana y atenta a los detalles, con un eficaz uso del presente actualizador que da viveza al relato, Colin Jones explora las claves de aquellos acontecimientos en los que el caos provocó constantes improvisaciones. Y el resultado es un potente relato que ofrece nuevas perspectivas y una nueva narrativa que da una dimensión trágica a aquellas 24 horas en el París revolucionario a las que se alude en el subtítulo de este magnífico libro que se lee como una novela trepidante y como una imprescindible crónica intrahistórica que se cierra con este párrafo:

El 9 de termidor merece conservar su condición de hito decisivo en la historia de la Revolución. Con todo, a la postre, el “Terror” solo se vio derrocado por el mismo régimen termidoriano que acuñó el término. Al aplastar lo que ellos mismos habían bautizado con este nombre, los termidorianos destruyeron también buena parte de la promesa democrática y de las medidas socioeconómicas que habían caracterizado el período de Gobierno revolucionario anterior al 9 de termidor. La principal paradoja fue que la persona que, durante la primera parte de su trayectoria política, expresó de forma más luminosa —y de un modo que nos interpela todavía— su fe en dichos valores fue Maximilien de Robespierre, el gran perdedor del 9 de termidor.