26 junio 2023

Piensa como quieras



 Este libro no es un tratado de filosofía. En él, el autor piensa como quiere sobre el hecho de pensar como cada uno quiere. Un diletantismo que acaso defina una especie de anti-programa, a menos que consideremos que la negativa a articular artificialmente las ideas más allá de la simple coherencia constituye ya una opción programática. Cuando Stendhal recorre Italia o Francia al azar de su inspiración, divagando sin cesar, cuando Montaigne da vueltas alrededor de un tema anunciado, abordándolo apenas, sus pensamientos ganan en espontaneidad lo que pierden en método, para fastidio o delicia de los lectores, según su temperamento. En el ámbito de las ideas abstractas, Valéry prefiere las chispas al fuego que cuece. Algunas mentes odian la improvisación, otras disfrutan con ella. Leemos como pensamos: metódicamente o abriendo las páginas al azar. En ambos casos permanecemos fieles a lo que somos. Por mi parte, muchas veces me ha sorprendido ver cómo mi pensamiento saltaba a un lado cuando yo habría deseado mantenerlo en la línea de un razonamiento. Entonces es cuando me culpo por no pensar como es debido. Después me resigno, alentado por una máxima de Alain extraída de uno de sus Propos: «La regla de pensar como es debido es pensar como uno quiere». Parece que aquí se apela un poco a la voluntad: en realidad uno piensa más bien como puede. Pero pese a cierta impotencia, cuando se trata de respetar las reglas restrictivas de la exposición y la lógica, yo creo que es más bien agradable dejar que el pensamiento vague, sin perderlo totalmente de vista.

Así comienza ‘El pensamiento diletante’, primero de los cuarenta y tres capítulos de Piensa como quieras,  del ensayista francés Georges Picard (París, 1945), que publica Ediciones del Subsuelo con traducción de Lluis Maria Todó.

A lo largo de estas páginas Picard lleva a la práctica la libertad del pensamiento personal, porque “muchas veces uno prefiere equivocarse a su manera antes que tener razón a la manera de todo el mundo.”

Es la libertad del pensamiento errante y sin pretensiones, de la divagación intelectual  desde “una concepción desencantada pero dinámica del pensamiento, apoyada en quimeras estimulantes”, o desde la ironía y la provocación, como en esta reflexión sobre la poesía:

La poesía flirtea gustosa con la estupidez, sabiendo que desde Lautréamont no existen imágenes estúpidas. La eyaculación lírica no admite la alternativa entre ser o no ser inteligente: la poesía reivindica el derecho a hacer girar el pensamiento sobre sí mismo, hacerlo bailar, excitarlo hasta el vértigo de decir tonterías diciendo lo esencial. O decir poco, tímidamente, trivialmente, tontamente, soltando puñaditos de palabras. Ese expresar un estado privilegiado de la realidad, despegado del desastre universal, es un arte. En él, el pensamiento se refleja sin ser reflexión. El poema lo captura como la palabra puede capturar el silencio cuando es perfectamente adecuada y calibrada. Es posible que a eso nuestro mundo ya no lo llame pensar.

La embriaguez digital del pensamiento contemporáneo, sometido sin filtros al vertiginoso dinamismo de la información incesante, de la confusión; los “doctores en lucidez” que colman los estantes de las librerías, la negación de las verdades colectivas, la defensa de los prejuicios y la reivindicación de la banalidad intelectual y la sabiduría inútil, la identidad y la escritura, la memoria y el peso del pasado sobre el presente son objeto de la atención de Picard y de su estimulante ejercicio de un pensamiento alejado de lo convencional.

En el capítulo dedicado al pensamiento poético comienza con estas líneas demoledoras: “Actualmente, hablar de pensamiento poético parece una incongruencia. La gente hace poesía como quien hace cerámica. Como género literario, la poesía sobrevive con un estatuto de secta. Para no exasperar a Orfeo, los espíritus tolerantes amplían el concepto a todas las formas de expresión, a las artes de la moda, las artes escénicas, las artes de la calle… Nuestro mundo está pringado de poesía. La palabra se despachurra en la ridiculez de un uso exhibicionista y adulterado.”
  
Y termina con esta lucidez admirable: “Pensar poéticamente es expresar verbalmente, musicalmente, plástica o físicamente los estados de una conciencia estéticamente estimulada. Sin lenguaje artístico, el pensamiento se reduce al sentir poético, se reduce enteramente a la emoción. Cuando la emoción alcanza una gran intensidad, el pensamiento le proporciona el medio de darse una forma expresable y transmisible. Pero la creatividad poética supone la existencia de una sensibilidad hacia lo real de una naturaleza particular, y de algún modo innata. No se puede aprender a ver y aún menos a pensar el mundo poéticamente.”

Con la sombra al fondo de Montaigne y Pascal, de Stendhal y Dostoievski, de Valéry y Cioran, Piensa como quieras es un libro pródigo en afirmaciones como esta:

Ser bienpensante consiste en pensar según el orden moral del ambiente propio y de su buena conciencia, lo que equivale a someter la incertidumbre de las opciones a una simplificación que descansa en prejuicios sociales, psicológicos o intelectuales.
Todo individuo necesita estar el mayor tiempo posible de acuerdo consigo mismo, o mejor, con la imagen de sí mismo sugerida por su educación y su entorno.

“Nuestras ideas son opiniones”, afirma Picard, que defiende el pensamiento con independencia de criterio y escribe en el capítulo ‘El placer de pensar’: 

La mente se deja llevar siguiendo su propio ritmo, ya no sabemos si estamos pensando o soñando. Un pensamiento vagabundo que descansa del pensamiento batallador. No tiene objetivo: qué importan las digresiones y los tropiezos, las fantasías y las naderías. A pesar de su baja concentración m a veces caza ideas originales, inesperadas, que surgen de repente entre dos imaginaciones. La seducción algo superficial de la errancia puede valer en ocasiones tanto como la fuerza de una reflexión tensa, una se desliza alrededor de su objeto, la otra salta obstáculos sin prestarles atención.