Una errata repetida (“Tillo” por “Fillo”, el ancestral cantaor sevillano) en El Contemporáneo el 30 de abril de 1862 y en el artículo “La Feria de Sevilla”, que Bécquer publicó en 1869, sumada a la incansable pasión becqueriana de José María Jurado García-Posada, a su aguda intuición y a su prosa admirable, está en el origen y el desarrollo de Bécquer 1862. Un paseo literario por Sevilla.
La verosímil conjetura que lo provoca y lo guía -la posibilidad de que el anónimo corresponsal de esas seis cartas desde Sevilla fuera el autor de las Rimas- no tiene el sustento incontestable de la demostración científica, aunque tampoco será fácil armar las razones de su refutación.
Pero esa cuestión pasa a un segundo plano cuando se piensa que ese ha sido el motor de un libro tan bien escrito, tan acertadamente ilustrado, tan cuidadosamente editado que es mucho más que un riguroso trabajo de edición, un ensayo de interpretación y un espléndido álbum de la Sevilla becqueriana.
“¿Es Bécquer?” “¿No es Bécquer?” Esas dos preguntas -la del capítulo inicial, la del capitulo final- enmarcan el cuerpo de un ensayo compuesto como una sinfonía en cuatro movimientos -Semana Santa (Bécquer en la Carrera Oficial; Los toros (Bécquer en la Maestranza); El flamenco (Bécquer en la fragua) y La Feria (Bécquer en la Portada)- y escrito con una prosa exquisita.
A lo largo de varias tardes del luminoso agosto gaditano pasó quien esto escribe desde la confidencia verbal del autor amigo sobre su contenido, al privilegio de la primicia secreta del texto completo y al trabajo voluntario, arduo y gustoso, de la revisión minuciosa de algunas cuestiones menores de matiz y cariz ortotipográfico. Merecieron la pena la fatiga visual y hasta la renuncia a algunos paseos a la orilla del mar cuando llega a casa este magnífico volumen que publica Athenaica en su colección Itinerarios y que se presenta esta tarde en Sevilla, naturalmente. ¿Dónde si no? ¿Dónde mejor?