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29 octubre 2023

Fronteras de Simón Viola

 


La última palabra que su padre pronunció antes de morir fue un monosílabo: «Sí». Era la respuesta a una jovencísima médico que lo atendió en un Centro de Salud y que en cierto momento le preguntó «¿Tu padre es diabético?» y él, que no tenía la más mínima idea, contestó: «Hummmmmm», y su padre dijo: «Sí» (y esta fue de las muchas veces que le falló, la última: moriría diez minutos más tarde).
Alguna vez jugó con sus alumnos a escribir las palabras más hermosas del castellano por su eufonía. Sus preferidas eran, por entonces, «alfil» (el elefante), «azahar» (flor, pero a la vez «azar» por la pequeña flor que el dado árabe tenía grabada en una de sus caras) y «alegría», y los más feos, «catarro», «almorrana» y «sobaco» (¿cómo utilizar «sobaco» en un poema de amor?), pero después de compartir con su padre los últimos quince minutos de su vida cambió de opinión y aún hoy sigue pensando que la palabra más hermosa de nuestra lengua es este mínimo adverbio. Sí. 

Así comienza “Despedida”, el capítulo inicial de Fronteras, que Simón Viola publica en la Colección Narrativa de la Diputación de Badajoz. 

Y aunque parezca paradójico que el comienzo del libro sea esa despedida, su lógica humana, emocional y literaria lo justifica plenamente. Porque este es un libro que surge de la llaga de una quemadura, de la memoria y la emoción con que se alimenta una escritura que puebla de palabras vivas y cercanas el vacío de lo perdido y el dolor de lo lejano, pero que también nutre la evocación de la plenitud de algún verano infantil en Alburquerque.

Y por eso, tras esa tercera persona con la que el autor quiere poner distancia narrativa con la materia autobiográfica del libro, asoma siempre un yo indisimulablemente conmovido en un testimonio filial que evita por igual la elegía y el homenaje.

Los capítulos de Fronteras -entre los que se intercalan textos de los padres y la hermana del autor, un relato histórico sobre un judío expulso camino de Portugal o unos “contos arraianos” recogidos de la tradición bilingüe oral hispanoportuguesa de boca de su padre- se remontan desde el inicial corral de muertos a la finca de Valdecerillos, al paisaje y la etnografía, la geografía y la historia, la fauna y la vegetación, las tradiciones y las creencias mágicas de La Codosera, un pueblecito de La Raya fronteriza en el que transcurren los cinco primeros años de vida de Simón Viola y la parte más plácida de su presente.

Y entre esos dos momentos, que marcan otras fronteras personales, cronológicas y emocionales del libro, la evocación de la memoria familiar y la vida rural en tiempos de posguerra y autarquía, de cartillas de racionamiento y contrabandistas. De Alburquerque a La Roca de la Sierra, de la infancia a la adolescencia, se reconstruye en estas páginas una memoria personal y vegetal, cinegética y musical, fotográfica y etílica que revive sin nostalgia el pasado en el presente en un ejercicio de reconciliación y reencuentro, porque como escribió Azorín y evoca el autor, “vivir es ver volver.”

Simón Viola ha volcado su trayectoria humana e intelectual y cimentado su prestigio crítico en la docencia de la teoría, la historia y la práctica de la creación literaria y en el estudio riguroso de la literatura escrita en Extremadura.

Salvo error u omisión, esta es su primera y feliz incursión en el territorio de la escritura creativa y un motivo de celebración literaria, por la solvencia de su prosa ágil y limpia y por la potente verdad humana que late en las páginas de estas Fronteras.