La obra maestra definitiva sobre el descenso del artista a los infiernos de la creación es, probablemente, Fellini 8 1/2 (1963). Fellini narra la vivencia, autobiográfica, de un director de cine que visita su pasado y sus monstruos cotidianos para recuperar la inspiración, en una inteligente variación del argumento órfico. Marcello Mastroianni (alter ego de Fellini) se ha retirado a un balneario a causa de una crisis nerviosa, donde convoca a su equipo de rodaje para iniciar la producción de su nueva película, de la cual nadie —ni el director— puede dar ninguna pista. La estancia del director en el balneario supone un viaje psíquico al interior de su infierno poblado de fantasmagóricas Eurídices. La sabiduría de Fellini reside en descomponer hasta el infinito las mujeres perdidas del protagonista: la madre, la esposa, la puta, la amante, la musa, seres que pueblan la cabeza del poeta y que son a un tiempo causa de su inspiración y de su inmovilidad. Fellini expresa el descentramiento creativo del protagonista con la utilización órfica de la espiral, tanto en los travellings barrocos que circundan el espacio como en la estructura narrativa, aquello que Christian Metz denominó una construcción en abismo. En un final majestuoso —en un gran decorado solitario—, el protagonista ve reaparecer a las mujeres y los hombres que han dado sentido a su vida, unidos por una mágica coreografía con música de Nino Rota. Finalmente, puede mirarles a la cara: su viaje al pasado fantasmal ha cristalizado en la propia película, llena de interrogantes, pero también de vida.
De ese modo, Fellini 8 1/2 se convierte en la película de las películas. Su importancia, cada vez más reconocida, se debe al hecho de que representa para el cine moderno lo mismo que Ciudadano Kane —aquel otro mosaico de incertidumbres— para el cine clásico: haber abierto en su significación poliédrica todo un campo de expresión argumental. Fellini 8 1/2 convierte las dudas creativas de un autor en materia prima cinematográfica. Dota al cine de una característica que han tenido todas las artes: adoptar la propia obra como argumento. La película vaga errática, dando vueltas sobre sí misma, presidida por la condición existencial de su autor, que se atreve a decir: «Dudo». Y de ese vagabundeo órfico, que quiere beber en la fuente de la Memoria y no en la del Olvido, nace este film que en su singularidad ha sabido contener a todos los demás.
Jordi Balló & Xavier Pérez.La semilla inmortal.Anagrama. Barcelona, 2006.