Cuando se cumple el centenario de Carlos Edmundo de Ory (1923-2010), Galaxia Gutenberg publica la edición definitiva de su poesía completa en Los reinos de allí, el monumental volumen que llega hoy a las librerías preparado por Jaume Pont, que ya editó hace veinte años en esta misma colección la imprescindible antología Música de lobo y que destaca en su magnífica introducción que “pocos poetas como él han sabido conciliar, de forma tan singular, la pasión por la vida con la imaginación creadora, el dolor con la risa, lo cotidiano con lo metafísico, el sentimiento de un tiempo rotulado con la pasión por el lenguaje y la música del alma. Esta abisal contradicción lo acompañó siempre. Algunos títulos de sus libros son prueba fehaciente de ello: Música de lobo, La flauta prohibida, Técnica y llanto, Miserable ternura, Melos melancolía… No hay complementariedad sin contradicción, como nos enseñó Heráclito. Escribir fue para Ory un continuo buceo en las profundidades de dicha paradoja inagotable.”
De estos versos de «Espacio de treinta dimensiones», en Clausi tenebris carcere, del ciclo La flauta prohibida, toma su título el volumen:
Nada importa el llegar a los reinos de allí
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Empieza lo que nunca y lo que no
encalla ni se precipita
¡Grandes barcos del sueño!
¡Troicas tiradas por los tres caballos!
Desde los iniciales y neorrománticos Versos de pronto (1945) al elegíaco y culminante Melos melancolía (1999), su testamento poético, se recoge en Los reinos de allí el corpus íntegro de la obra poética de Ory, que desarrolló una trayectoria literaria de casi setenta años, los que separan los primeros poemas adolescentes, que se incorporan en un amplio apéndice final, del inédito de 2010 “Hablando con Fernando Polavieja”.
Ory afrontó su escritura como una aventura poética radical, de feroz independencia y de incansable creatividad que recorre su obra creciente a través de la imaginación desbordante y la búsqueda expresiva que se refleja en sucesivos poemas y libros (Técnica y llanto, Miserable ternura o Melos melancolía), en ciclos (Los sonetos, Poemas, Órgano constante, Lee sin temor, La flauta prohibida y Soneto vivo) y en antologías (Metanoia o Música de lobo), en que se conjuran la intensidad del simbolismo y la agudeza barroca, el vanguardismo experimental y visionario con el fuego emocional, el juego verbal ingenioso con los laberintos oníricos, el dolor con la sorpresa, la zozobra existencial con las provocaciones postistas, lo órfico con lo ético, lo metafísico con lo cotidiano, la llama con la sombra, la poesía con la vida, el rapto creador con la transfiguración poética de la realidad, el soneto con el azar, la tradición con la vanguardia, la tensión expresiva con el desasosiego vital, lo nocturno con la angustia y la conciencia del tiempo destructivo.
Porque Ory se veía a sí mismo como “un limpiabotas del verbo” y veía el mundo como “una fábrica de lágrimas”, pero sabía también que “un poema es la autobiografía del sueño” y que “la poesía es un vómito de piedras preciosas.”
Los reinos de allí recupera ochenta poemas inéditos de un Ory heterodoxo y vitalista, autor de una poesía en la que conviven la creatividad y el juego, la ingenuidad y la ira, la tristeza y la alegría, el amor y la muerte desde una mirada excéntrica y poderosa.
“Ory se consideró siempre una voz alentada por una energía eminentemente órfica -escribe Jaume Pont en su introducción-. En este sentido, su biós orphikós es la pura manifestación de una vivencia cuya singularidad lo sitúa en los márgenes, en el lugar destinado al poeta errante y solitario. Su poesía lo demuestra sin mengua. Modelo de libertad y de independencia, la obra poética de Ory ha tejido su discurso al margen siempre de las tendencias dominantes. Esta fue siempre su divisa. Las huellas que dejó a su paso solo parecen tener una finalidad: la construcción de un sentido que busca, como en el soneto de Mallarmé «La tumba de Edgar Poe», el sondeo más profundo de las palabras de la tribu. No se trata de nombrar tan solo la realidad, de describirla sin más, sino de crearla a través del lenguaje.”
De Melos melancolía es este espléndido poema de 1986, “Ruinas luminosas”, que resume en sus versos la voz, la mirada y la palabra encendida de Carlos Edmundo de Ory:
El mundo es lo que digo y lo que pienso es malo
Estoy malo estoy mal otra vez como a veces
Hoy es cuando es invierno y es por eso que yazgo
acullá en mi suburbio por demás lejosísimo
Negro hablo al silencio oh de la boca mía
de la que qué entreoigo si no es la voz vibrátil
del pestañeo de existencia arduo sollozo
Óigomela sonando como vano tambor
siendo relincho siendo anuncio clave
Murmullo de criatura tan preciosa que fuera
aleteando en su bosque y mírola lamer
la oscuridad dañina dándose con la noche
Ya el ángel del lenguaje no encabeza el disfrute
ya no más medio mudo la sonrisa le aureola
Me perdono y ordeno mi paso diurno ahora
Yo que tanto me iba hacia el mugir del viento
y a mi lado me estaba mirando el mundo a mí
mientras toco los cables de alta tensión y toco
el fondo del crepúsculo hasta encontrar la perla
Sagradas son las manos y sagrado el dolor
Pon un dedo en el alma y que sus labios sabios
hagan de la garganta una página única
La batuta a mis pies más fina que un cuchillo
desde mi camarote me escondo del espanto
Y cueste lo que cueste buscaba y buscaré
la isla donde estuve cantándome a la vera
del retumbo infinito de las cosas
donde estuve junto a ellas cayéndose y también
me caía en camino a espalda de los bosques
Un enfermo borracho que se rompe la frente
Mi cabeza rojiza se llenaba de llanto
Tengo razón de irme más cerca de lo lejos
para encontrar más pura la locura del canto
Oh ruinas ruinas luminosas no hay musgo
que cubra la memoria minada de zafiro