Páginas

23 octubre 2023

Vidas en tiempos de cambio




“El día de Año Nuevo cayó en domingo. En la colonia británica de Virginia George Washington, un latifundista de cuarenta y dos años de edad, anotó en su diario: «Todo el día en casa. El doctor Craik se marchó después del desayuno».
En una ocasión Washington le había escrito a un amigo acerca de sus esperanzas de «encontrar más dicha en la soledad de la que habría podido experimentar en el vasto y diligente mundo». En las verdes orillas del Potomac administraba los campos y los bosques de su extensa propiedad de Mount Vernon, construía la casa principal y día tras día recibía generosamente a sus huéspedes. En aquel momento llevaba casi dieciséis años casado con Martha y, gracias al matrimonio con aquella acomodada viuda, se contaba entre los hombres más ricos del país.”

“En Versalles María Antonieta hacía la vista gorda al dinero que perdía jugando a las cartas. Era mucho. Con él otros habrían podido comprarse palacios. Su esposo, el rey Luis XVI, saldaba generosamente las deudas.”

“Una noche de los primeros días del año, Goethe, aquel famoso joven, se plantó ante la puerta: delgado, bien parecido, de cejas morenas y ojos castaños..., y de una genialidad desbordante. En cada sitio en el que entraba provocaba furor de inmediato. Sobre todo se ganaba fácilmente las simpatías de niños y mujeres, de estas últimas para gran fastidio de otros hombres.”

“Europa estaba abierta como una amplia plaza multicolor en la que unos y otros se veían y se recogían las ideas de los demás. Los paisajes de los jardines de Inglaterra surgían también en Alemania, Austria, Polonia y Rusia. En la moda lo práctico ganaba en aceptación, el amor del rococó por el ornato perdía terreno, mientras la ropa de mujeres y hombres se influía mutuamente sobre todo en lo tocante a lo práctico. En las cortes de la nobleza, no obstante, la moda al principio resultaba extravagante al tiempo que más reglamentada que la de la alta burguesía. Muchos hijos e hijas de los mejores círculos de la burguesía europea y americana dejaron de llevar pelucas. ¿Una peluca? ¿Un sombrero? A Rousseau le parecía una tontería. El pelo se llevaba en una trenza. Sin embargo, al igual que Paine y que el joven Goethe, el propio Rousseau tenía que diferenciarse de todos, así que se puso un gorro armenio.”

Son cuatro de los fragmentos que Helge Hesse dedica al año 1775 en su espléndido El comienzo de un mundo nuevo, que acaba de publicar Tusquets Editores con traducción de Isabel Hernández.

Subtitulado Vidas en tiempos de cambio 1775-1799, es un recorrido en forma de anuario por veinticinco años cruciales mirados desde dentro, desde el trivial día a día intrahistórico sobre el que se cimenta la Historia con mayúsculas. He aquí otros cuatro ejemplos de la materia humilde de esa intrahistoria:

“También en Francia se cocían algunas cosas. La cosecha del último año había sido mala; la harina escaseaba, y los precios subían. Entre los ciudadanos aumentaba la desconfianza. En París y sus alrededores el pueblo asaltaba los mercados, los molinos y las panaderías, pues se creía que los comerciantes, la nobleza e incluso el rey querían sacar beneficio de la escasez. El rey envió a veinticinco mil soldados, que dieron fin de inmediato a la denominada Guerra de las Harinas.”

“En aquellos días Goethe tampoco dejaba de luchar con las lágrimas: estaba entre la espada y la pared, pues quería a Lili, pero el corsé del compromiso le oprimía demasiado. El 10 de mayo, el mismo día en que en Filadelfia los delegados empezaron a debatir acerca de cómo podrían liberarse del yugo de los británicos, había emprendido un viaje a Suiza. Quería reflexionar sobre su propia libertad, sobre las obligaciones y los límites del matrimonio, de una familia, de un hogar.”

“Desde Inglaterra, el 1 de mayo Georg Christoph Lichtenberg le dio las gracias por carta a su amigo, el editor Johann Christian Dieterich, por haberle enviado las «penas, alegrías y locuras del joven Werther». Pero respecto del argumento negaba con la cabeza. ¿Pegarse un tiro? «Creo», decía Lichtenberg, «que el aroma de una crepe es un motivo mucho más fuerte para permanecer en el mundo que todas las conclusiones supuestamente poderosas del joven Werther para marcharse de él.»
Lichtenberg, un científico de gran inteligencia y muy leído, era el decimoséptimo hijo de un párroco pietista, y, temiendo que no viviera mucho tras venir al mundo, lo habían bautizado a toda prisa. De salud siempre débil, ese hombrecillo cheposo que no llegaba al metro cincuenta de estatura, llevaba ya treinta y cinco años haciendo frente a las adversidades de su vida, quizá también porque absorbía el mundo con enorme avidez. Pero desde hacía algunos meses estaba en Inglaterra y disfrutaba en especial de Londres, que para él era la capital del mundo.”

“En diciembre, Johann Caspar Schiller, un soldado que ya se hacía mayor, recibió en Stuttgart una misión nueva y sorprendente. Antaño curandero, o sea, cirujano en el ejército, y después también barbero, a duras penas había salido con vida de la batalla de Leuthen en la Guerra de los Siete Años. Nombrado al fin mayor, a sus casi cincuenta y dos años significaba mucho para él «tener un puesto decente». Se hizo cargo de la dirección de los jardines de la corte de Carlos Eugenio, el duque de Wurtemberg. Con serias dudas Schiller había llevado a su inteligentísimo hijo Friedrich a la Escuela de Formación Militar del duque. Este llevaba ya dos años sufriendo en calidad de alumno número 447, lejos de la familia, en el palacio de Solitude, en lo alto de Stuttgart, y, como todos, tenía que redactar informes sobre sus compañeros y rendir estrictas cuentas de sí mismo. Lo hacía con el esmero de un niño amedrentado.”

El comienzo de un tiempo nuevo es un mural dinámico que resume un cuarto de siglo decisivo en el que cambió el mundo. Articulado en decenas de viñetas breves ingeniosamente conectadas en la transición de una a otra, cada uno de esos relatos “es un viaje al que podemos unirnos. Este viaje empieza el día de Año Nuevo de 1775 en Mount Vernon, y terminará también allí, algunos años después.”

En el esquema del conjunto y de cada capítulo, Helge Hesse procura un diseño cerrado. Y así, ese año de 1775 se cierra así en este peculiar almanaque narrativo: 

 “Ese día de Fin de Año, mientras la Lunar Society estaba reunida y miraba al año nuevo con sentimientos mixtos, aunque llena de curiosidad, los colonos sufrieron graves pérdidas en la batalla de Quebec y una amarga derrota. Un día antes George Washington había firmado una nueva orden. Permitía a los negros libres servir en el ejército de los colonos.”

¡Fuera las ataduras! Nuevas perspectivas para nuevos derroteros. Kant destruye y construye. Tempestades y empujes. Motín y revolución. Terror. Reflexión y anticipación. Esos son algunos de los rótulos que resumen los veinticinco años en títulos significativos de lo que supuso cada uno de ellos en la historia política, cultural, económica o social a través de un conjunto de vidas en tiempos de cambio: George Washington, María Antonieta, Goethe, Lichtenberg, Schiller, Mozart, Napoleón, Robespierre, James Cook, Hegel, Novalis, Voltaire, Hölderlin, Rousseau, Beethoven, Turner o Danton, entre otros.

Desde la independencia de Estados Unidos y la revolución francesa hasta el regreso de Napoleón desde Egipto antes de preparar el golpe de estado del 18 de Brumario, Helge Hesse representa con agilidad y solvencia narrativa múltiples escenas como fragmentos simultáneos de una historia en marcha, de vidas que a veces se cruzan, como las de Hegel y Hölderlin en el seminario de Tubinga o las de un Goethe estudiante con María Antonieta al paso de su cortejo nupcial por Estrasburgo.

Y justamente ese efecto de simultaneidad en la presentación de las secuencias contribuye a producir una adecuada sensación de conjunto para acercar al lector esos tiempos transformadores desde dentro de las existencias. No desde el objetivo frío y distante del historiador, sino de un relato vivo construido como un collage de momentos, como un mosaico que adquiere su sentido final en la composición total, pero que tiene en cada una de sus teselas un potente poder evocador: desde los viajes de James Cook por los Mares del Sur al motín del Bounty o a un Mozart moribundo que imita con la boca el redoble de tambor del Réquiem antes de perder definitivamente el conocimiento.

“Los círculos se cierran” se titula el capítulo final, que concluye con la muerte del hombre que protagonizaba el comienzo del libro aquel día de Año Nuevo de 1775:

 George Washington falleció el 14 de diciembre de 1799. Sin un sacerdote, sin oraciones. Sus últimas palabras, mientras se tomaba el pulso, fueron: «Está bien».

No estaba tan bien como él pensaba, claro. Lo que sí está bien es este mosaico histórico y narrativo de vidas en tiempos de cambio que ha compuesto con admirable pulso narrativo Helge Hesse.