RUINAS
Desde lo más profundo de mis ruinas
-donde la sangre corre como el agua-
desde el invierno más crepitante
desde la tiniebla más helada
me alzo peregrino
para sanar la herida en la vereda.
Ese es uno de los ciento cincuenta salmos que componen Entre el diamante y la penumbra, el Cuaderno de salmos con el que Gregorio Dávila de Tena obtuvo el 34º Premio Barcarola de Poesía.
Organizado en cinco partes de treinta salmos cada una, conviven en este libro de claroscuros la luz y la sombra, el dolor y la alegría, el abismo y la altura, la dicha y la tristeza. “Llegué por el dolor a la alegría”, escribió José Hierro. Repetía en ese verso el goethiano “a la alegría por el dolor” que Gregorio Dávila evoca en una de las múltiples citas de este libro, construido como un itinerario interior desde la noche y la niebla hasta la alabanza y la luz culminante del poema final, pero también como un diálogo con la tradición reflexiva y existencial de la poesía, desde la Biblia hasta Rilke, desde San Juan de la Cruz hasta Félix Grande.
Ya las tres citas iniciales -del Tao Te Ching, de Wislawa Szymborska y de José Hierro- convocan el pórtico de este Cuaderno de salmos la convivencia del diamante y la penumbra que explica el título del libro y su núcleo de sentido en la coexistencia asumida de la luz y la sombra en los instrumentos de cuerda que en la cita de Hierro “sonaban a diamante y penumbra.”
Gregorio Dávila funde así con admirable temple poético la desolación y la esperanza, la violencia y la misericordia, la fugacidad y la eternidad, la angustia y la confianza, como en este ‘Abismos’:
Altas montañas.
¿Quién beberá el torrente
de tus anhelos?
Desato los abismos
en el fondo del mar.
Y sus textos se levantan en ese recorrido ascético desde la fosa del silencio, la perplejidad y las preguntas hasta la lámpara encendida del consuelo, desde los precipicios de la noche a la cumbre de la alegría, desde la herida y la ruina a la fuente y el bosque:
PRECIPICIO
Porque el árbol renueva el canto y la mirada
porque el mar se alegra con las nubes
porque el hombre sostiene el precipicio
con las manos llenas de pan
y esperanza.
Un itinerario poético y vital que desde la mirada hundida en lo hondo del abismo se remonta a la que se eleva a la cima de la montaña para culminar este Entre el diamante y la penumbra en el canto de celebración del salmo final:
ALELUYA
Alabadlo en la cumbre y en el valle
en la mirada mansa de los bueyes.
Alabadlo con panderos y armónicas
con el canto nasal de Dylan
y el coro sublime de Verdi.
¡Alabadlo, aleluya!
A pesar del cielo de níquel
a pesar del espanto y la epidemia.
Todo ser que respira alabe al Señor.
Agradeced su cálido refugio
en el murmullo de los días.