Oda a la mota que quiso ser aire
la niebla acoge
no asfixia lo que nos obliga
a saber
tras la espesura
Con esos cuatro versos, que se irán repitiendo con intermitencia de estribillo como un conjuro mágico a lo largo del libro, comienza Oda a la mota que quiso ser aire, de Teresa Langle de Paz que publica Balduque en una bellísima edición en tapa dura.
Como en los poemas en prosa de su anterior y asombroso El vuelo de la tortuga, hay en los versos verticales y escuetos de esta Oda a la mota que quiso ser aire una intensa vivencia de la palabra, alimentada no sólo con la emoción del deseo y el temblor del sueño, sino con una concepción de la escritura como indagación en el fondo de la identidad, como extensión de la mirada hacia un mundo perturbador y compartido y como fusión con la realidad exterior.
La ambición indagadora de su mirada contemplativa y el uso de la palabra como mecanismo de exploración de una realidad más profunda convierten estos versos en manifestaciones sutiles de una poesía del conocimiento, de un viaje hacia dentro y hacia lo hondo, donde:
una mota
alivia
el saber
porque
es
aire
acostumbrado a sentir
que no lo vemos
aire fugaz
fugaz
permanece
Un viaje visionario por los fragmentos del aire, desde esa acogedora niebla inicial hasta la mirada hacia arriba con que se remata este lento itinerario poético y espiritual a través de la sutileza del aire leve y de la levedad aérea de unos versos brevísimos que, entre la reflexión y la emoción, hablan de la memoria y el deseo, del sosiego, el despojamiento expresivo y la fusión espiritual con el mundo, de la lentitud y de la entidad de cada palabra. Estos son sus últimos versos:
y
yo
miro
el hueco
infinitamente azul
para saber
para adivinar
si
me contempla
Mirada, conocimiento y contemplación: tres claves que aparecen en esos versos finales y resumen el tono y la perspectiva de esta Oda que descubre en lo ínfimo la realidad para celebrarla y para invocar el lenguaje como refugio, como la casa del corazón en un “hermoso vuelo contemplativo”, como señala Luisa Castro en su prólogo ‘Versos entre la niebla’.
Un vuelo leve que busca lo diminuto y lo etéreo, lo minúsculo y lo invisible a través del centelleo verbal y del temblor de la emoción en unos versos que recuerdan la música final de El estudiante de Salamanca de Espronceda:
Leve,
breve
son.
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