Un artista del hambre, edición ilustrada
Son algunas de las espléndidas ilustraciones de Federico Delicado para la edición de Un artista del hambre con la que Nórdica conmemora el centenario de la muerte de Kafka con la publicación de uno de sus relatos más perturbadores y significativos en la estupenda traducción de Isabel Hernández que llega hoy a las librerías.
Se abre con este párrafo:
En las últimas décadas ha disminuido mucho el interés por los artistas del hambre. Mientras que antaño merecía la pena organizar por cuenta propia grandes exhibiciones de este tipo, hoy resulta completamente imposible. Eran otros tiempos. Entonces la ciudad entera se entretenía con los artistas del hambre: con cada día de ayuno aumentaba el interés, todos querían ver al artista del hombre al menos una vez al día; las últimas jornadas había abonados que se pasaban horas enteras sentados delante de la pequeña jaula, incluso se hacían visitas por la noche para aumentar el efecto a la luz de las antorchas. Los días que hacía bueno sacaban la jaula al aire libre y entonces el artista del hambre se exhibía especialmente para los niños; mientras que para los adultos a menudo no era más que una diversión en la que participaban porque estaba de moda, los niños, asombrados y boquiabiertos, agarrándose de la mano unos a otros por seguridad, veían cómo el artista, sentado en la paja esparcida por el suelo, despreciando incluso una silla, pálido, con su maillot negro y las costillas muy marcadas, respondía a las preguntas con una sonrisa forzada, asintiendo a veces cortésmente con la cabeza, incluso sacando el brazo por entre los barrotes para que pudieran percibir su delgadez; pero luego volvía a sumirse en sus pensamientos, sin preocuparse de nadie, ni siquiera de las campanadas, tan importantes para él, del que era el único mueble de su jaula, el reloj, sin dejar de mirar al frente con los ojos casi cerrados y, de vez en cuando, beber un sorbito de un diminuto vaso de agua para humedecerse los labios.
Kafka lo publicó en 1922, dos años antes de su muerte, en la revista literaria Die neue Rundschau. Ese mismo año había muerto Arnold Ehret, uno de esos artistas del hambre que se habían puesto de moda como espectáculos circenses. Se había encerrado en una jaula de vidrio en Colonia en junio de 1909 y había estado casi cincuenta días sin comer.
Ese ayunador o el italiano Giovanni Succi podrían haber sido el punto de partida de esta parábola kafkiana sobre cuyo sentido se siguen proponiendo diversas interpretaciones. El aislamiento y la muerte, la incomprensión y el fracaso son los ejes temáticos de una alegoría irónica sobre el papel del artista en la sociedad, sobre la relación con el público y sobre la dificultad de la creación.
En las próximas semanas, también con traducción de Isabel Hernández, Nórdica publicará El proceso, una obra imprescindible de Kafka. Esta es la portada de Ana Juan:
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