El atado, de Ilse Aichinger
Se despertó bajo el sol. La luz se proyectaba sobre su cara de tal modo que tuvo que volver a cerrar los ojos; bajaba la luz sin encontrar obstáculos por el declive, se juntaba formando arroyos y arrastraba las bandadas de mosquitos que pasaban volando justo por encima de su frente, daban vueltas, trataban de aterrizar y eran alcanzados por más y más bandadas. Cuando quiso ahuyentarlos se dio cuenta de que estaba atado. Una cuerda torcida, delgada, se le incrustaba en los brazos. Los bajó, volvió a abrir los ojos y echó un vistazo a su cuerpo. Sus piernas estaban atadas hasta los muslos, una misma cuerda le rodeaba los tobillos, subía cruzándose una y otra vez, le rodeaba la cintura, el pecho y los brazos.
Así comienza El atado, el texto que da título al volumen en el que se reúnen once relatos de Ilse Aichinger (Viena, 1921-2016), una narradora y poeta austriaca imprescindible en el canon de la literatura en lengua alemana de la segunda mitad del siglo XX. Lo publica Ediciones del subsuelo con una magnífica traducción de Adan Kovacsics.
Es la versión ampliada de la recopilación que había aparecido en 1952 bajo el título de uno de ellos, Discurso bajo la horca, el que cierra brillantemente la meditada estructura del volumen con el alucinado monólogo de un ahorcado y su pulsión de muerte: “Sea bóveda o sea el fuego que quema la bóveda, quiero cosechar el cielo prometido.”
Un título que cambió en la edición ampliada que publicó en 1953 por El atado, uno de los nuevos relatos, una intensa parábola sobre el desvalimiento, la esclavitud, la animalidad y la esperanza de clarísimas resonancias kafkianas.
Esa peripecia del hombre que un día se despierta atado bajo un arbusto y acaba en un circo como atracción, encierra algunas de las claves del oscuro mundo narrativo y de la amarga concepción de la existencia de Ilse Aichinger: la soledad del individuo desvalido en medio de una realidad sombría e incomprensible, las situaciones límite a las que se enfrentan los protagonistas, el mundo inquietante de la muerte, la incomunicación y las limitaciones expresivas del lenguaje.
Ilse Aichinger puso al frente del libro, que se edita ahora por primera vez en español, una reflexión teórica -Narrar en este tiempo-, una breve narratología en la que habla del peculiar punto de vista común a estos relatos: “Si lo entendemos de modo correcto podremos darle la vuelta a aquello que parece apuntar contra nosotros, podremos comenzar a narrar precisamente desde el final y hacia el final, y el mundo volverá a desvelarse para nosotros. Entonces hablamos, cuando comenzamos a hablar bajo la horca, sobre la vida misma.
Aunque los siguientes relatos tengan en apariencia pocas cosas en común, sí los une el hecho de que casi todos han sido escritos desde ese punto de vista.
Se desarrollen hoy o hace cien años, en la guerra o en la paz, en la luna o en la estación del metropolitano de una gran ciudad, todos se desarrollan claramente desde el final y hacia el final.”
Desde el final y hacia el final. Esa es la clave de uno de los mejores relatos del libro, el portentoso Historia en espejo, en el que la agonizante protagonista narra en segunda persona desde un laberíntico cruce de tiempos y espacios, contempla la escena de su propia muerte y de su entierro y se remonta a su nacimiento y al tiempo de la infancia, “mientras estás todavía muerta.”
Por eso afirma Adan Kovacsics en el prólogo que “hasta el final, todo en Ilse Aichinger es comienzo y por tanto prodigioso. […] Hay en ella un hondo deseo de no haber vivido y una actitud de radical oposición al mundo. […] La postura de rechazo de Aichinger se refiere no sólo a la sociedad humana, sino a la existencia en sí y a la naturaleza. De ahí la actitud radical de no inclinarse, de no someterse.”
Construidos magistralmente desde dentro de los personajes, son once relatos intensos e inolvidables: desde el viaje de pesadilla de El pliego abierto a “la mujer que se disuelve en cuanto se quita las gafas de sol” y las tres muchachas que desde la popa del barco de vapor se burlan del marinero que se ahoga en Espíritus del lago.
Narrados con una prosa, fría y cortante, afilada y poderosa, los perturbadores relatos de Ilse Aichinger hablan desde el pesimismo existencial de un mundo de sombras y niebla, incomprensible y enigmático, porque nacen de una actitud rebelde y resistente, de un inconformismo que no cierra nunca la puerta a la esperanza, presente en el título de su única novela, La esperanza más grande. Como en el final de El atado:
Cuando llegó al río, su rabia se calmó. Al amanecer tuvo la sensación de que el agua arrastraba témpanos de hielo, de que sobre las vegas del otro lado había caído ya la nieve que borra el recuerdo.
Una potente y muy recomendable experiencia literaria.
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