Estética del aburrimiento
“¿Es ético aburrir al lector?”, se pregunta Inma Aljaro en el epílogo de Tedio y narración. Sobre la estética del aburrimiento en la narrativa: de James Joyce a David Foster Wallace, que publica Cátedra en su colección de Crítica y Estudios Literarios.
Esa llamativa pregunta es la segunda parte del epígrafe “El gozo del aburrimiento”, que resume no sólo el contenido del epílogo, sino el de todo este magnífico recorrido por el aburrimiento como experiencia estética y como una de las bellas artes desde la antigüedad clásica, porque “en un principio fue el tedio”, como señala uno de los apartados del primer capítulo de los cinco que componen la obra. Cinco capítulos precedidos de una amplia introducción que se abre con estos párrafos:
«No hay nada más aburrido, más fatigoso que esas invenciones insulsas y rebuscadas», se quejaba molesto el poeta Joaquim Gasquet tras saber que Marcel Proust había recibido el Premio Goncourt en 1919 por su libro A la sombra de las muchachas en flor, el segundo tomo de su gran proyecto En busca del tiempo perdido. Es un «parfaitement ennuyeux» lo calificó el dramaturgo Robert Dieudonné e incluso Joyce, que consideraba a Proust «el mejor escritor francés moderno», reconocía que había que tener cierta paciencia para leerlo: la novela está «sobrecargada», decía (¡Joyce!), mientras Virginia Woolf, en cambio, la consideraba «un milagro» que la dejaba sin aliento. En cambio, la lectura del Ulises de Joyce la hacía sufrir como una «mártir»: «Nunca había leído un libro tan aburrido», llegó a decir de la obra que cambiaría para siempre la narrativa contemporánea. Pese a sus críticas, también ella exploraría lo banal creando una novela que, en la actualidad, ha llevado a algunos a plantearse si es más aburrido leer La señora Dalloway o mirar fijamente una pared blanca.
Estas tres obras que hoy consideramos esenciales para comprender la literatura contemporánea no son las únicas que han sido consideradas como aburridas de un modo, a mi parecer, injusto. […]
Y si aceptamos que estas obras son aburridas, podríamos argumentar que con ellas sus creadores han logrado dotar a lo aburrido de una fuerza narrativa sin precedentes, demostrando que este estado de ánimo puede ser un recurso estético que poco tendría que ver con el calificativo de obra fallida. Es esto último lo que nos interesará en este estudio: la posibilidad de aburrir voluntaria y estéticamente al lector.
Así queda delimitado desde esas primeras líneas el objeto de estudio -“la posibilidad de aburrir voluntaria y estéticamente al lector”- de este Tedio y narración, que aborda el aburrimiento como propuesta creativa del autor y como motor de la experiencia estética del lector.
El origen de este curioso estudio, según explica la autora, está en la lectura de El rey pálido (2011), la novela póstuma de David Foster Wallace, una obra que tiene como tema central el aburrimiento y que busca deliberadamente provocar el tedio del lector.
Porque, en su ambigüedad paradójica y significativa, “el aburrimiento -afirma Inma Aljaro- nos lleva a la desmotivación, a la desilusión, a la apatía, a la depresión o incluso a la autodestrucción, pero también hay quien defiende que promueve un desesperado ímpetu creador que permite escapar de él.”
Y de esa manera se entra en un territorio, el del desafío narrativo y las gramáticas del aburrimiento, donde ocupa un lugar esencial el Ulises de Joyce, que hace del tedio de los personajes y del aburrimiento de la acción una obra de arte que cuestiona la idea de la literatura como mera forma de entretenimiento.
Ese es un tema que Tedio y narración rastrea desde Homero hasta la actualidad a través de autores como Dante y Petrarca, Balzac y Flaubert, Hölderlin, Baudelaire y Rimbaud, Proust y Virginia Woolf, Kafka y Beckett, Thomas Mann y André Gide o Leopardi, que definió como el aburrimiento como “el más sublime de los sentimientos humanos “ y a la vez como “la más estéril de las pasiones humanas.”
Y además estudia en profundidad su reflejo en obras como el ya mencionado Ulises, En busca del tiempo perdido, Molloy, El mirón, La broma infinita, las novelas de William Gaddis y de Tomas Pynchon, La señora Dalloway, El desierto de los tártaros, 2666 o Mme. Bovary, donde el aburrimiento es el desencadenante de la acción de la novela.
La banalidad como reflejo de una realidad vulgar, el hartazgo, la falta de sentido, la significación de lo insignificante, las poéticas de la cotidianidad y la originalidad de lo cotidiano, el culto a lo ininteligible y las tentativas de agotar la paciencia del lector, el tedio como punto de partida o la recompensa del aburrimiento son algunos de los aspectos que desgrana este libro antes de preguntarse en el ya citado epílogo, “El gozo del aburrimiento o ¿es ético aburrir al lector?”:
¿Qué valores refuerza la estética del aburrimiento?, ¿el valor del aburrimiento?, ¿el hastío de las personas aburridas? ¿Nos aburriremos de un modo diferente después de leerlas? ¿Aprenderemos a aburrirnos mejor? ¿Menos?
Y es que, como concluye Inma Aljaro haciendo suya una frase de Barthes, “el aburrimiento no es sencillo.”
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