Cien poemas de Julio Mariscal
“Poeta desasistido, uno de los más desasistidos críticamente hablando, de nuestra actual realidad literaria”, decía de Julio Mariscal un indignado Juan de Dios Ruiz Copete, que denunciaba el silencio que rodeaba la obra de un poeta de enorme calidad.
Ese oscuro pozo de silencio en el que se le había desterrado no era solamente consecuencia de su aislamiento en Arcos de la Frontera o de su confinamiento en Paterna de Rivera, sino el precio de la homosexualidad que vivió de manera muy conflictiva y que marcó decisivamente su existencia y su escritura desgarrada.
“Extraviado como una hoja de octubre, Luzbel involuntario, nardo tronchado por las tempestades malas, como una flor frente al rayo...” Esas son algunas de las expresiones con que presentaba su figura en 1978 Antonio Hernández en La poética del 50. Una promoción desheredada.
Aquella antología crítica, la primera de repercusión nacional que lo incluyó como poeta imprescindible, sacó de la zona de sombra a Julio Mariscal, que llegó a contestar -muy escuetamente, es cierto- el cuestionario final que planteaba el antólogo a los poetas y que no llegó a ver el libro en la calle, porque murió en noviembre de 1977, unos meses antes de su publicación.
No debe olvidarse ese hecho, pues ni la antología que hizo Ruiz Copete y publicó la Universidad de Sevilla, ni las que firmaron después Pedro Sevilla o Francisco Bejarano tuvieron la difusión de aquella antología de referencia. Tan sólo la amplia selección que publicó el primero de ellos en Renacimiento en el volumen La mano abierta (2007) tuvo una cierta transcendencia entre la crítica y los lectores.
El paso más decisivo en la recuperación de la obra poética de Julio Mariscal se dio con la edición de su Poesía completa hace diez años en la renovada colección Arrecifes de La Isla de Siltolá, la editorial que reúne ahora una muestra representativa en Cien poemas de Julio Mariscal en su colección Poesía con selección de Blanca Flores Cueto, que había sido también la responsable de la edición de su poesía completa y la autora del amplio estudio introductorio que la abría.
Entre el existencialismo torturado de Corral de muertos, un Spoon River gaditano, y el póstumo Aún es hoy, la poesía de Julio Mariscal se mueve en el cruce del amor y de la muerte, entre la mirada al paisaje horizontal de los trigales y el sentimiento de culpa de su religiosidad atormentada y problemática.
Y entre esos dos títulos, libros como Pasan hombres oscuros, con el amor como respuesta a la destrucción del tiempo; los espléndidos sonetos penitenciales de Quinta palabra, en los que proyectó su propio viacrucis; la poesía social de Tierra de secanos, con el paisaje de Paterna al fondo y la pobreza del campesino en primer plano; o la que posiblemente sea su mejor obra, Tierra, un libro de 1965 construido sobre la polisémica metáfora del título, que evoca el tiempo y el amor desde la raíz trágica y telúrica que alimenta la poesía de Julio Mariscal.
De la potencia de su mundo poético puede dar idea este poema de ese libro:
Tenías treinta años. Eran
treinta monedas de oro. Treinta
soles dorados, plenos como el trigo de Mayo.
Treinta arroyos de luna. Treinta
mañanas de domingo.
Pero no, treinta duras agonías. Treinta
mordiscos de agonía en el pan del sosiego.
Treinta robles de sombra. Treinta
ciclones de egoísmo y plomo derretido.
Treinta caballos locos pisoteando estrellas.
Tenías treinta años. La tarde
de setiembre, de pronto, se me quedó pequeña.
Y ya no era la fuente, ni el río, ni la nube,
ni el corazón saltando de arcángel a nostalgia.
Como treinta cohetes, como treinta plomadas,
como treinta tizones sobre mis ojos, ciego,
comprendí que eras tú mi setiembre, que estaba
esperándote siglos antes de nacer y era
mi sangre un gusanito, un ojal de solapa
donde prender los treinta
clavelones oscuros de tu sangre.
Manuel Mantero afirmaba que desde Salinas a Miguel Hernández no ha habido un poeta más volcado en el tema amoroso que Julio Mariscal, que es muchas veces un poeta elegiaco, pero es también algo más radical: alguien que escribe casi como un poeta póstumo, como quien está ya fuera del mundo, al otro lado de todo.
Así lo reflejan estos versos de Último día:
Aquí tenéis a un hombre
ya tan horizontal,
tan desoladamente horizontal,
que cualquier niño puede
mirarlo como un surco o al tomillo.
Y este hombre se ha muerto bien calzado
con un gesto de reto a las estrellas.
Y este hombre…
¿Qué importa su bien morir,
qué importa, si ya está muerto para siempre?
En su introducción Blanca Flores Cueto destaca que “Julio Mariscal Montes cultivó una poesía de validez universal y su influencia entre coetáneos y epígonos fue de trascendental importancia para la poesía contemporánea.
Su legado es el valioso ejemplo de un testimonio inigualable de la época que le tocó vivir. Su capacidad lírica, sobria y equilibrada, le han permitido mantenerse en el imaginario colectivo de la poesía del 50. Un poeta y una obra que deben permanecer ya para siempre en un lugar privilegiado de los anaqueles de la Literatura Española con mayúsculas.”
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