26 julio 2024

El escondite inglés

 



EL ESCONDITE INGLÉS 

Una vez que estábamos jugando 
al escondite y fue hora 
de volver a casa, los demás abandonaron 
el juego antes de que acabara 
y se olvidaron de que yo aún estaba escondido. 
Permanecí escondido como una cuestión 
de honor hasta que salió la luna.

De ese poema de Galway Kinnell (1927-2014) toma su título la antología bilingüe de poesía en inglés que publica Hilario Barrero en Libros del aire.

El escondite inglés -escribe Barrero en el prólogo, ‘El  hallazgo de una satisfacción’- es algo más que un juego. Como dice el poema que nos ha servido para titular el libro, es una cuestión de honor. La belleza permanece escondida y debemos localizar el argumento del poema, buscar el secreto oculto y misterioso de la poesía hasta que salga la luna y nos ilumine. Hasta que llegue la noche.”

Esta antología, que continúa otras dos que Hilario Barrero publicó en La Isla de Siltolá -Lengua de madera (2011) y A quien pueda interesar (2018 )- reúne un conjunto de ciento treinta poemas dotados de un hilo narrativo y una cierta línea figurativa firmados por cerca de ochenta poetas, organizados cronológicamente entre el metafísico inglés George Herbert (1593-1633) y el estadounidense Jericho Brown (1976): Lord Byron, Edgar Lee Master, Wallace Stevens, Marianne Moore, T. S. Eliot, W. H. Auden, Philip Larkin, W. S. Merwin, Charles Simic o Seamus Heaney.  

Poetas que forman parte del canon más indiscutible de la poesía en inglés y que reflejan también el canon personal del antólogo -de William Carlos Williams a Sharon Olds, de Katheleen Raine a Robert Bly, de Kenneth Rexroth a Howard Nemerov- y ofrecen versiones de muchos poemas canónicos de la lengua inglesa: desde el Epitafio de Coleridge a la Introducción a la poesía de Billy Collins, pasando por No entres dócil en esa buena noche, de Dylan Thomas, que traduce así Hilario Barrero:

No entres dócil en esa buena noche, 
la vejez debe quemar y despotricar al final del día; 
rabia, rabia contra la agonía de la luz.

Aunque los sabios al final de sus vidas saben que la oscuridad es lo cierto, 
porque sus palabras no aportaron ni un relámpago de luz, 
no marchan resignados a esa buena noche.

Hombres buenos, próximos a la última ola, gritando lo brillante 
que sus frágiles hazañas hubieran podido danzar en una verde bahía, 
rabian, rabian contra la agonía de la luz.

Hombres exaltados que atraparon y cantaron al sol en vuelo, 
y aprenden, demasiado tarde, que lloraron su pérdida, 
no marchan resignados a esa buena noche. 

Hombres serios, próximos a la muerte, que en visión cegadora comprueban 
que ojos ciegos pueden resplandecer como meteoros y ser felices, 
rabian, rabian contra la agonía de la luz.

Y tú, mi padre, en esta triste altura, 
maldíceme, bendíceme ahora con tus feroces lágrimas, te lo pido. 
No vayas resignado a esa buena noche.
Rabia, rabia contra la agonía de la luz.

O este  Stop all the clocks, cut off the telephone, la memorable y desolada elegía de Auden:

Parad todos los relojes, desconectad el teléfono,
procurad que el perro no ladre con un sabroso hueso, 
silenciad los pianos y con tambores amortiguados
sacad el féretro, dejas que los dolientes vengan.
Dejad que los aviones den vueltas en lo alto gimiendo,
garabateando en el cielo este mensaje: “Él ha muerto”.
Poned  crespones en los blancos cuellos de  las palomas callejeras,
dejad que el guardia de tráfico lleve guantes negros de algodón.
Él fue mi Norte, mi Sur, mi Este y Oeste,
mi semana de trabajo y mi domingo de descanso.
mi mediodía, mi medianoche, mi conversación, mi canción;
creí que el amor duraría para siempre: Estaba equivocado.
Las estrellas no son necesarias ahora: apagadlas todas;
empaquetad la luna y desmontad el sol;
vaciad el océano y barred el bosque;
porque de ahora en adelante nada bueno puede ocurrir.