El último Caravaggio
El asombroso Martirio de Santa Úrsula, que Caravaggio terminó en Nápoles en mayo de 1610, dos meses antes de su muerte.
La violencia cercana, el claroscuro crudo, el contraste las manos culpables e inocentes, el autorretrato de un Caravaggio que no se había recuperado de las graves heridas que sufrió en el ataque en la Osteria del Cerriglio. Lisiado y quizá medio ciego, pintó este su último cuadro, sombrío y autobiográfico, en el que conviven la belleza y el espanto.
Así describe la pintura Andrew Graham-Dixon en su magistral Caravaggio. Una vida sagrada y profana. Taurus. Madrid, 2022:
La convención era pintar una escena abarrotada, una orgía de la muerte. Caravaggio hizo lo contrario. Concibió la escena del martirio de santa Úrsula como un ritual horriblemente íntimo. El huno asesino, que parece horrorizado por el resultado de sus propios actos, acaba de disparar a bocajarro una flecha al estómago de la santa. Víctima de un insulto sexual —«Úrsula rechazó de plano semejante oferta»—, responde sometiendo a la mujer que le ha despreciado a un vil simulacro de gravidez. Su hinchado vientre ha sido fecundado por la punta de una flecha pintada imperfectamente. Mientras la sangre salta de la herida, la santa mira hacia abajo con callada sorpresa y hace un gesto con las manos que parece sugerir que quiere abrir más todavía la carne de su estómago. Está a punto de alumbrar a su propia muerte.
Otras tres figuras completan el grupo. La sirvienta de santa Úrsula gravita como un fantasma entre el asesino y su señora. En la mano izquierda sujeta el palo de un estandarte cristiano, mientras que con la derecha trata de alcanzar, demasiado tarde, el arco del huno. Un soldado con armadura negra, representado de medio perfil, se acerca para sujetar a la mártir por si se desvanece o se cae. Directamente detrás de la máscara blanca que es el semblante de santa Úrsula, otro rostro fantasmagórico fija una mirada ciega en el vacío. Parece como si ella tuviera una segunda cabeza. Es el último de los autorretratos de Caravaggio.
¿Qué quería decir con este extraño y misterioso recurso? ¿Sugerir su simpatía con la mártir? ¿Su deseo de morir como ella? ¿O acaso estaba pintando su percepción de que se estaba muriendo —y muriendo, como ella, por una herida infligida desde muy cerca—? Tiene la boca entreabierta, como para sugerir que está jadeando, que siente cómo la flecha también perfora su carne. ¿Transformó Caravaggio la escena en una alusión solapada a la traumática agresión que sufrió en la Osteria del Cerriglio? El asesino tiene el rostro curtido de un guerrero. ¿Se trata también de un retrato, de una imagen desenterrada de sus peores recuerdos?
Estos interrogantes no tienen respuesta. Cuando termina la pintura, Caravaggio está cercado por la oscuridad.
En la National Gallery de Londres hasta el 21 de julio. Por muy poco no llego a verlo.
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