07 julio 2024

La fugitiva



Cierto, ese golpe físico que asesta al corazón una separación así y que, gracias a ese terrible poder de registro que posee el cuerpo, hace del dolor algo contemporáneo a todas las épocas de nuestra vida en que hemos sufrido; cierto, ese golpe al corazón sobre el que quizá especula un poco –nos preocupa tan poco el dolor de los demás–, la mujer que desea dar a la pena el máximo de intensidad, bien porque, limitándose a esbozar una marcha falsa solo quiera pedir condiciones mejores, bien porque yéndose para siempre –¡para siempre!– desee herir, por vengarse o para continuar siendo amada, o, en interés de la calidad del recuerdo que ha de dejar, para romper violentamente esa red de cansancios, de indiferencias, que había sentido tejerse; desde luego, este golpe al corazón nos habíamos prometido evitarlo, nos habíamos dicho que nos separaríamos amistosamente. Pero en última instancia es muy raro separarse como amigos, porque si se estuviera en buenas relaciones no habría separación. Y además, la mujer con la que nos mostramos más indiferentes siente de todos modos, oscuramente, que al cansarnos de ella, en virtud de un mismo hábito, cada vez estamos más unidos a ella, y piensa que uno de los elementos esenciales para separarse amistosamente es marcharse avisando al otro. Pero teme que el aviso lo impida. Toda mujer siente que, cuanto mayor es su poder sobre un hombre, el único modo de irse es huir. Fugitiva porque reina, así es. Cierto que hay un intervalo inconcebible entre ese cansancio que inspiraba hace un instante y, porque se ha marchado, esa furiosa necesidad de recuperarla.

Marcel Proust.
La fugitiva.
A la busca del tiempo perdido, VI.
Traducción de Mauro Armiño.
El Paseo Editorial. Sevilla, 2024.