02 julio 2024

Miguel Ángel. Una vida inquieta




Por mucho que la historiografía posterior haya tratado de transformar a Miguel Ángel Buonarroti en un mito domesticado por la magnificencia de los príncipes que sirvió, las circunstancias de su muerte, según la crónica puntillosa de los testigos, hablan de un conflicto irremediable y feroz entre el artista y el resto del mundo. Se salvan sólo unas cuantas personas muy sencillas a las que permitía cuidarlo y aquel Tommaso de’ Cavalieri, noble romano, al que había amado demasiado para negarle la intimidad en los últimos días de su vida. La relación de los testigos describe, una a una, todas las horas de la agonía del artista, de modo que hasta para la exégesis romántica ha resultado difícil recubrirla del misterio y la grandeza que requiere la génesis del mito.
En Miguel Ángel, como en tantos otros hombres, las circunstancias de la muerte resultan reveladoras. Tampoco él estaba preparado para morir y pedía como un niño que no lo dejaran solo ni por un instante. Pero nada más llegar a la modesta vivienda, la muerte descubrió otra debilidad del hombre: la avaricia que lo atormentó toda la vida. Debajo del lecho había una caja con oro suficiente para comprar el palacio Pitti entero. No se fiaba de nadie, ni siquiera de los bancos.
Siempre temía el engaño, la persecución, el fraude. Vivía como un miserable, pero acumulaba dinero en una caja de madera que guardaba debajo de la cama. Quizá un hombre divinizado ya en vida hubiera debido obsequiar a su público con una muerte distinta a la desaparición lenta y penosa de un anciano aterrorizado y doliente que, como todos, se agarraba a la vida fieramente hasta el último aliento.

Antonio Forcellino. 
Miguel Ángel. 
Una vida inquieta
Traducción de Josefa Linares de la Puerta.
Alianza editorial. Madrid 2005.