Pero amanece.
Y no ha cambiado la conducta del viento en los osarios musicales.
Venid. Que vuestros pies caminen sobre mi soledad.
Sacad los magnetófonos,
más allá de estos campos abre tan alto el puño de su espiga,
nadie más allá de esta tierra levanta como yo sus títeres tullidos.
Con esos versos se cierra ‘Última visión’, el poema final de Azar ileso, el libro que Pedro Luis Casanova publica en la colección de poesía de La Isla de Siltolá.
Con el Lorca apocalíptico y visionario de Poeta en Nueva York al fondo, la sostenida intensidad de sus versículos desbordados por su fuerza emocional, el virtuosismo estrófico de sus sonetos alejandrinos o endecasílabos y el tropel admirable de sus imágenes poderosas dan cauce a una poesía en la que se funden lo personal y lo social, lo histórico y lo existencial.
Organizado en tres partes -Perdonable accidente, Tallar la niebla y Sala de vértigos-, lo abre una ‘Carta…’ de Antonio Gamoneda, uno de los referentes éticos y poéticos de Casanova junto con Diego Jesús Jiménez, Claudio Rodríguez, Luis Rosales, Guadalupe Grande o Juan Carlos Mestre.
Recorren sus poemas, de potente capacidad expresiva, la infancia y la memoria que invoca “la oscura sandalia de una virgen dormida” y “la carcajada negra del maestro”, el himno y el escarnio, la nostalgia y la desobediencia, la fiesta y las heridas de la rabia, la soledad y la inocencia en un ajuste de cuentas con el pasado que es también una purga del corazón:
Ven y arrodíllate, ahora
que me cobro tu deuda y los días,
como sangrándote en silencio
de alguna enfermedad prohibida,
abren al corazón su cárcel de mendigos.
La mirada contemplativa y la meditación ante el paisaje son los instrumentos poéticos de un ejercicio equilibrado de celebración y resistencia, de conjuro de la memoria, buceo en la identidad y esperanza frente a las llagas de la vida:
¿Qué auroras encendidas por la nieve
pasan aún de mano en mano el cáliz
donde beben en sombras el ángel y la bestia bajo un mismo propósito?
¿Qué calles, qué dolor
elegirá esta luz para el regreso?
Y así, bajo el peso de la luz y la materia, los poemas de Azar ileso son ejercicios de conocimiento, escarban en lo más oscuro del pasado, guían la búsqueda en los laberintos de la memoria, delimitan el territorio de la experiencia y el recuerdo y sostienen sobre los cimientos de su piedra y sus cenizas la afirmación de la conciencia del poeta y del hombre:
Porque en tu corazón no ha de temblar
el alfiler de los burdeles, aquí el sonido alegre de mi vida
no fingirá su baile, ni aceptará antifaz
para batir su celo. Que es ya la hora, es hora ya
de darle nombre al agua que sin mirar te acusa.