13 agosto 2024

Ruskin y Proust



En 1899 a Proust le iban bastante mal las cosas. Tenía veintiocho años, no había hecho nada de provecho en la vida, seguía viviendo en casa de sus padres, jamás había ganado ningún dinero, siempre estaba enfermo y, para colmo, llevaba cuatro años intentando escribir una novela que, de momento, había dado contadísimas muestras de estar encarrilada. En el otoño de aquel año fue a pasar unas cortas vacaciones al balneario de Évian, en los Alpes franceses, donde leyó las obras de John Ruskin y se enamoró de ellas. Ruskin era un crítico de arte, inglés para más señas, famoso por sus escritos sobre Venecia, Turner, el Renacimiento italiano, la arquitectura gótica y los paisajes alpinos.
El encuentro de Proust con Ruskin es un perfecto ejemplo de los beneficios que comporta la lectura. «El universo recobró súbitamente un valor infinito a mis ojos», explicó Proust más tarde, sobre todo porque ese era el valor del universo a ojos de Ruskin, quien había sido un verdadero genio al transmutar sus impresiones en palabras. Ruskin había expresado cosas que el propio Proust podría haber sentido, pero que de ninguna forma podría haber articulado verbalmente por su cuenta. En Ruskin encontró experiencias de las que había sido consciente solo en parte, y las encontró elevadas y bellamente compuestas en un lenguaje inteligible.
Ruskin sensibilizó a Proust en relación con el mundo visible, la arquitectura, el arte y la naturaleza.

Alain De Botton.
Cómo cambiar tu vida con Proust.
Traducción de Miguel Martínez Lage.
RBA. Barcelona, 2012.