Proust quiere, como el deicida que es, capturar el mundo entero en su novela. «No hay un universo, hay millones, casi tantos como pupilas e inteligencias humanas», nota Marcel; y en esa voluntad de reconocer y ensalzar la multiplicidad y la infinita riqueza del mundo también es un novelista. Un párrafo de Proust es como un antídoto contra la miopía, los fanatismos de diversos cuños y la radical falta de imaginación -entendida como la incapacidad de imaginar al otro, quién es, qué piensa o siente- que son las reglas de nuestra vida en el mundo tal como lo conocemos hoy. Proust es generoso, abierto, comprensivo y a la vez implacable (o quizás es comprensivo porque es implacable). Proust restaura nuestra relación con el lenguaje: contra los practicantes del voto de pobreza literaria, Proust exhibe las virtudes de quien está decidido a no desaprovechar el cofre de tesoros que es su lengua, y al hacerlo le devuelve a la lengua su capacidad de contener el mundo. Un párrafo de Proust es un bálsamo para todos los que, bajo el influjo del lenguaje vacuo en que vivimos (o que nos persigue y nos moldea sin que nada podamos hacer al respecto), queremos huir hacia lugares donde las palabras todavía no se hayan gastado, todavía sirvan para descubrir o crear el mundo, para revelarnos espacios escondidos de nuestra conciencia o nuestra naturaleza.
Juan Gabriel Vásquez.
Viajes con un mapa en blanco.
Alfaguara. Madrid, 2018.