El rey arqueólogo
Nuestra historia de Pompeya comienza el 6 de octubre de 1759 en el puerto de Nápoles. Aquel día se percibía un ambiente distinto. Las embarcaciones de pescadores y comerciantes habían dejado paso a grandes navíos y buques, que ahora ocupaban gran parte del golfo, y la zona del puerto estaba abarrotada de gente y más concurrida de lo habitual, con personalidades conocidas en toda la región. Entre ellas estaba el rey Carlos de Borbón. Acababa de promulgarse la pragmática sanción por la que Nápoles se separaba oficialmente del reino de España, y Carlos había abdicado en su hijo Fernando, de ocho años, que se convirtió en su sucesor como soberano del Reino de Nápoles. Carlos de Borbón, que había heredado el trono español, estaba a punto de viajar a la península ibérica. El ambiente ceremonial que se respiraba en cada rincón del puerto parecía anunciar la época de cambios que se avecinaba. Durante los veinticinco años que Carlos había sido rey de Nápoles se había producido una auténtica revolución cultural. Había logrado pasar a la posteridad como el monarca que convirtió la leyenda en historia. Bajo su patrocinio, y como nunca hasta entonces, se había rescatado el pasado romano sobre el que se asentaba Occidente. Él fue quien inició las excavaciones sistemáticas de las míticas ciudades romanas sepultadas por el Vesubio más de mil años atrás, ganándose el título de «rey arqueólogo». Muchas eran las sensaciones que se respiraban en aquel abarrotado puerto de Nápoles: la nostalgia y la incertidumbre se fundían con la tranquilidad y la fascinación por la buena imagen que transmitía el rey arqueólogo. En sus manos estaba la historia de los fantásticos descubrimientos sobre el mundo romano en la que nos sumergiremos en este libro.
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