12 septiembre 2024

Las ruinas y la rosa, de Andrés Sánchez Robayna

 



Después de toda clase de fantasías y caprichos, este es el resultado de lo que creo un abandono de cualquier proyecto o designio razonable. Muchos de estos apuntes, como podrá comprobarse, responden a una simple transcripción de sensaciones o, mejor aún, de lo que llamaría pensamientos sensitivos.
¿Qué queda aquí entonces, encuadernado a modo de libro, usurpador de su apariencia? Vencido al final por lo puramente fragmentario, decido hacer frente a los hechos. «Duerme del lado de lo desconocido», «ten por almohada al infinito», recomienda una voz inconfundible que el lector curioso verá identificada –lo mismo que la expresión del título– al correr de sus páginas.

Con esa ‘Advertencia’ abre Andrés Sánchez Robayna Las ruinas y la rosa, que publica Galaxia Gutenberg.

Lo encabezan dos citas, una de Flaubert -“A veces creo que estoy equivocado al querer hacer un libro razonable en vez de abandonarme a todos los lirismos, violencias, excentricidades filosófico-fantásticas”– y otra de Cioran: “Hay que escribir para decir algo, no para realizar una obra”

Esas dos citas delimitan significativamente el marco de la escritura fragmentaria de este volumen misceláneo en el que conviven el apunte autobiográfico y la reflexión creativa , el poema en prosa y la acotación al margen, la evocación y el homenaje o el epigrama como expresión de una libertad creativa en la que se conjugan esas fantasías y caprichos a las que alude el autor en su ‘Advertencia’ inicial.

Dejo aquí tres muestras, todas ellas de la línea más hondamente meditativa de Las ruinas y la rosa, que llega hoy a las librerías:

¿Sabemos y podemos distinguir siempre entre pensamientos y sentimientos? Hay ocasiones en que la frontera resulta clara; otras, en cambio, en que es imposible trazarla, ni siquiera mínimamente.
 Hay pensamientos impulsivos como hay sentimientos reflexivos. Hay pensamientos confusos como hay emociones o sentimientos precisos.
¿Cómo esculpir la niebla? Entre ti sueles decir algunas veces que tiendes a la sensación pensativa –y al pensamiento sensitivo.

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El desierto como espacio de reflexión que necesitamos crear en nuestro interior a menudo. El desierto, sí, como jardín al revés.

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¿Y si hubiera un territorio intermedio entre el hablar y el callar, entre escribir y no escribir? Hay una escritura que nace del silencio e invita a él, y hay silencios elocuentes.
Nos parece que Juan de la Cruz vivió de modo natural en ese territorio.