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10 octubre 2024

Casi cien microrrelatos de José Luis Morante





El nomadismo argumental describe afinidades sobre el viaje continuo de lo cotidiano. En sus retazos se aloja lo fortuito, el suceso trivial; la grieta de luces y sombras que permite acceder a los registros de la imaginación. También a la reflexión práctica sobre el lenguaje como depositario de conocimiento y experiencia. El microrrelato es un detective que sale al día. Todavía no sabe, pero le gusta sospechar de todos. En literatura, el molde no es una enojosa disciplina sino un juego menor cuyas reglas se pueden manipular a voluntad. Esta falta de sumisión permite el diálogo, una conversación de punto medio entre el verso y la prosa en el cuarto de estar de cada página. Mientras respira, el cuento diminuto pone en práctica un pensamiento de Jack Kerouac: “Seamos libres en cualquier momento”.

Esas reflexiones, profundas y leves, impresionistas y sutiles, llenas de sugerencias, del “Umbral” en el que José Luis Morante presenta los casi cien microrrelatos agrupados en Fuera de guion, que publica Lastura, son una inmejorable introducción a la atmósfera literaria en la que respiran estos textos en los que se cruzan las perspectivas reales y los enfoques narrativos, las miradas y las pesadillas, el emocionado apunte familiar y la desazón existencial, los silencios inquietantes de los otros y las sombras fantasmales de la identidad, como en “La casa”:

Me gustan las casas donde nunca sucede nada inquietante. Solo el rostro de algún desconocido en mis espejos, las lámparas del techo que dan luz o se apagan cuando el azar enciende los interruptores o esa quietud del rincón de los miedos. Desde allí observo lo que pasa. El espacio doméstico está lleno de voces sedentarias, aunque no hablo con nadie. Cuerpos invisibles ejecutan los gestos que yo hago. Para vivir aquí, detrás de mi pavor, no necesitan más que los sentidos en medio del derrumbe.

O la sorpresa definitiva, como en esta “Caída”:

En la quemazón del vuelo, pensó que una balaustrada de hierro forjado es fuerte y no cede, como un caparazón reseco, al susurro siniestro del vacío. Supo también que el tacto áspero de la azotea y la piel sucia del suelo se tocan. No pudo concluir la sospecha; la muerte ahora es un punto de llegada, una tesela diminuta que brilla, húmeda y roja, sobre el pavimento.

Sabida es la cercanía estilística y tonal del microrrelato y el poema. Por eso, entre lo lírico y lo narrativo, entre la actitud meditativa y la evocación autobiográfica, entre la observación aforística y la ráfaga visionaria, entre la confesión de la primera persona y la distancia de la tercera, confluyen en estos textos, siempre al amparo de la palabra cuidada, el adjetivo meditado y el párrafo medido, lo interior y lo exterior, lo público y lo íntimo, lo cotidiano y lo imaginado para proponer nuevas lecturas de una realidad resbaladiza e inasible que parece flotar en el fondo vertiginoso de la noche del mundo, como una grieta en el muro o como ese “mínimo resplandor entre el silencio” que evoca el autor en el texto preliminar de Fuera de guion, que es también, como alguno de sus relatos, un libro de apariciones o un cuaderno de sombras. Más o menos, la vida, como en otro de sus títulos.

Una colección que se alimenta de la experiencia y la imaginación, de la memoria y de los libros y que contiene abundantes homenajes literarios, a veces explícitos y agradecidos (Arreola y Rulfo, Onetti y Cortázar, Borges y Kafka) y en otras ocasiones en forma de guiños cómplices, como el de “El dinosaurio”:

Fue un repliegue callado. Una mañana el dinosaurio se ausentó y al despertarme ya no estaba allí. Desde entonces, la tibieza de mi dormitorio ha perdido el foco de luz, ese punto exacto donde fijaba la mirada. No dejo de preguntar qué provocó su ausencia, mientras guardo un colmado reguero de palabras no dichas. El recuerdo marca huellas en mí.
A la distancia justa, la soledad del dinosaurio con las primeras luces busca rescoldo en otros ojos.

Cierra el volumen este “Epitafio”:

Hasta que músculos y huesos aflojaron, pasé una parva de años en el desasosiego del camino. Bajo nubes al paso, fabriqué atajos para ver si el cielo se acercaba un poco. Su linde incierta siempre estuvo lejos. Más allá. En la trocha final de un rodeo largo.