22 octubre 2024

¿Por qué Beethoven?

  




¿Por qué Beethoven? Esta pregunta me ha perseguido toda la vida. ¿Cómo pudo escribir el Concierto «Emperador» mientras se encogía de miedo bajo los cañones de Napoleón? ¿Qué le impulsó a romper las convenciones añadiendo cantantes a una sinfonía y siete movimientos a un cuarteto de cuerda? ¿Por qué «Für Elise» es la obra para piano de mayor éxito en China? ¿Significa hoy su música lo mismo que antaño o su forma cambia con el tiempo? Solo podía responder a esa pregunta acercándome a Beethoven a través de su música y de las formas en que ha sido interpretada y reinterpretada en grabaciones por artistas tan dispares como el barbudo Joseph Joachim y Yuja Wang, con sus características minifaldas. Cada generación y cada artista encuentran un Beethoven distinto. Como en Shakespeare y en la Biblia, la interpretación es tan importante como el texto.

Con párrafos como ese presenta Norman Lebrecht su magnífico ¿Por qué Beethoven? Un fenómeno en cien obras, que publica Alianza Editorial en su colección Alianza Música con traducción de Barbara Zitman.

‘Beethoven’, ‘Beethoven enamorado’, ‘Beethoven inmerso’, ‘Beethoven encerrado’, ‘Beethoven en apuros’ y ‘Beethoven inspirado’ son las seis partes en las que Lebrecht, autor de otro memorable ¿Por qué Mahler?, publicado en esta misma colección, organiza este espléndido ensayo de acercamiento a la vida y la obra de quien “nos enseña que las discapacidades físicas pueden traer compensaciones espirituales. Un Beethoven con plena audición no podría haber concebido los cuartetos tardíos, obras en las que va más allá del alcance de sus músicos, más allá del aquí y ahora. Despreocupado por los aspectos prácticos, tocó lo etéreo. No era un hombre espiritual en un sentido religioso o moral: buscaba la divinidad en la naturaleza. No le interesaban el progreso ni la tecnología; nunca se subió a un tren ni se entretuvo con una máquina. No era intelectual ni buen conversador. Era un músico: escribía música.”

Escrito durante la pandemia de Covid de 2020-2021, “en las noches oscuras, cuando llorábamos a los muertos del día y temíamos el total de fallecidos del día siguiente, Beethoven tenía el sonido de la verdad, de la confianza, de la esperanza. […] En nuestros dos años de pandemia, nunca dudé ni por un momento que Beethoven nos ayudaría a salir adelante y que seguiría allí cuando los cielos volvieran a abrirse y voláramos de nuevo por el mundo para abrazar y besar a todos aquellos a los que tanto habíamos echado de menos.”

Así arranca su acercamiento a la figura de Beethoven:

No hay mucho que contar. Nació en Bonn a mediados de diciembre de 1770 (posiblemente el 16; fue bautizado al día siguiente). Su padre, tenor en la capilla del elector y profesor de violín, era un hombre rústico y desgraciado, propenso a la bebida y a la violencia. Tras la muerte de su madre, Maria Magdalena, Beethoven se trasladó a Viena. Aclamado como el nuevo Mozart, se reafirmó como dueño de sí mismo; un compositor que escribía a su antojo, no para agradar.
Patrocinado por los ricos, se enamoraba sin suerte de sus hijas. No era mal parecido. Los retratos muestran a un hombre de estatura mediana (en torno a un metro sesenta y cinco), de constitución fuerte, frente amplia y cabello abundante, oscuro y entrecano. Las mujeres le temían por su intensidad. Nunca se casó.
A los treinta y un años se quedó sordo y pensó en suicidarse.

En esa línea de intensidad, sabiduría narrativa y capacidad evocadora va desarrollando Lebrecht este libro ya imprescindible en el que arranca del convencimiento de que “El lugar para conocer a Beethoven es la música.” 

El mundo de Beethoven era tan pequeño como una caja de cerillas. Vivió en Bonn y Viena; nunca vio el mar. Pasaba sus vacaciones de verano en un balneario. Yo había visitado sus casas, sus hoteles, sus bosques, sus lagos, su tumba. Su vida era sedentaria, sin incidentes, con pocas alegrías y muchas depresiones. Casi autista, fracasaba regularmente en el amor y probablemente nunca tuvo relaciones sexuales, al menos no dentro de una relación conocida. A los treinta y un años ya se había quedado completamente sordo, y su vida social se reducía a los garabatos de sus cuadernos de conversación. Vivía en la miseria y ofendía a los visitantes con olores nauseabundos y suelos mugrientos. Sin embargo, aunque ahuyentaba a la gente, Beethoven llegó más profundamente a la condición humana que ningún otro músico. La música de Mozart y Haydn gustaba a todos, pero la de Beethoven superó la comprensión de los mortales y, sin embargo, él (parafraseando a Churchill) «siguió ahondando». Siempre profundizaba más; era un hombre hecho a sí mismo en una misión hecha por sí mismo. En la época de sus últimas obras maestras ya no está claro si sabe adónde va.
Tenía la peor discapacidad que puede sufrir un músico: la incapacidad auditiva. Solo por ese hecho, su triunfo es único. Que Beethoven compusiera es un milagro de por sí; que escribiera por encima y más allá de cualquier música que se hubiera escuchado hasta entonces casi desafía la comprensión. Como un papa en una pandemia, se dirigió al de arriba; sin embargo, Beethoven nunca asistió a una iglesia. No se sabe a ciencia cierta en qué creía. Componer sin poder escuchar la obra ni ajustar los detalles es un acto de obstinación creativa sin parangón. También es una fuente de inspiración para que todo ser humano con una chispa de creatividad siga creando arte mientras pueda respirar y tenga algo que comer.

Norman Lebrecht recorre en cien capítulos cien piezas musicales de Beethoven y cien grabaciones, con aportación de la información biográfica relacionada con cada composición y con un análisis de las versiones grabadas más recomendables, con acceso directo en YouTube a través de un código QR incorporado al libro.

Y así -desde la Patética, la sonata para piano favorita de Beethoven, hasta el Drei Equale que sonó en su multitudinario funeral- Lebrecht completa en cien piezas musicales la imagen poliédrica de un hombre complejo, de un genio irascible de carácter áspero e indomable y de un compositor que rompió con las convenciones de su época, cambió el concepto de la música y la llevó más allá de lo que entonces eran sus límites, de manera que sin Beethoven la música tal como la entendemos hoy no existiría: “La ausencia de Beethoven dejaría un agujero negro en el corazón de la música. Sin Beethoven, no habría Wagner, Verdi o Mahler; ni Nina Simone, Michael Jackson o John Williams; ni Alana, Lizzo o Justin Bieber. Su música lanzó carreras. […] Beethoven es la roca; el resto es polvo. Cancélelo y la casa se derrumbará.” 

Lebrecht propone en ¿Por qué Beethoven? una profunda inmersión en el universo musical y humano de Beethoven, un recorrido entusiasta por su obra y una guía crítica de las grabaciones más representativas. De la cercanía de su tono cómplice con el lector hablan elocuentemente títulos de capítulos como estos: Bon-Bonn; El tercer hombre; Odio la música; Toma eso, profesor; Miren al pajarito; Con patatas fritas; Gordo o Al diablo con los editores.

Ese recorrido por la obra de Beethoven no sigue un criterio cronológico por el motivo que explica Lebrecht, que indica que la secuencia no se ha elaborado “nunca en orden de publicación, sino mezclando obras de distintos periodos para descubrir su coherencia. El monólogo interior de Beethoven no discurre de una partitura a otra, sino entre un puñado de ideas globales que forman las arterias de su corpus creativo.”

¿Por qué Beethoven?, me pregunto una vez más -escribe Lebrecht-. Porque cada vez que creo que me estoy acercando a la comprensión del hombre y de su música, me ofrece otra revelación demoledora. Y luego otra.

Beethoven fue, es y será. Su música es un vínculo de nuestra humanidad compartida. Por qué Beethoven: una afirmación, no una pregunta. Porque lo necesitamos ahora, como siempre.