23 octubre 2024

Presentes

 



Las luces se han apagado. Y ahí está él. Presente.
El Fundador, el Profeta, el Ausente.
El Maestro, Glorioso Mártir, César Eterno.
El Héroe Nacional, Figura de la Raza, Primero de los Caídos.
La Muerte que Vive, Novio de España, Artífice del Imperio.
El Elegido, Genio Creador, el Nunca Muerto.
Está ahí, yacente frente al altar, orlado de nombres pomposos, rehén de unos laureles que alejan y mortifican. Y sin embargo, perforando la neblina de este amanecer marino que arrulla a Alicante entre volteos tristes de campana, en las calles agitadas por la muchedumbre y dentro de esta iglesia solo resuena un nombre humilde, común, pequeño: José Antonio.
Por él, y no por Dios, se han apagado las luces.

Así comienza la ‘Obertura’ con la que Paco Cerdà abre Presentes, que publica Alfaguara, la potente evocación novelística del cortejo fúnebre que trasladó a pie durante once días y diez noches los restos de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante, donde había sido fusilado tres años antes, hasta el panteón de El Escorial donde sería enterrado “el pionero del fascismo español, el jefe nacional de la Falange, el enemigo del Frente Popular, el azote de la República, el gran desconocido al que todos van a desconocer. Aquel joven serio, tímido, apasionado, impulsivo, elegante, exigente, recio, orgullosísimo, culto, inteligente, perfeccionista, sarcástico hasta lo hiriente, carismático, seductor, admirado, reverenciado, idolatrado. Mesiánico. Un joven ambicioso con un concepto trágico de la vida: el destino, el sacrificio, la misión.”

Aquella comitiva que recorrió casi quinientos kilómetros entre el 20 y el 30 de noviembre de 1939 constituyó “la ceremonia más inverosímil de la Historia contemporánea de España. El mayor culto a un político fallecido en la Europa occidental en lo que va de siglo. Van a ser 467 kilómetros recorridos al paso marcial de la Falange. Un paso, otro, silencio, temblor de cirios y luceros, rumor de hojas secas pisoteadas. Serán once días y diez noches caminando a la intemperie, con el cuerpo del Profeta siempre a hombros, bajo los rigores de este otoño con muerte y hambre enmascaradas de Victoria. Diez noches y once días a pie bajo el frío, la escarcha, el rocío, la lluvia y el viento gélido de la madrugada. Un camino místico, espiritual. Desde la arena fina del Mediterráneo hasta la piedra dura de El Escorial, morada de reyes, sepulcro imperial.”

Espléndidamente escrito, de la poderosa capacidad evocadora y la intensa plasticidad descriptiva de Paco Jordà en Presentes da idea un párrafo como este:

El ataúd lo cargaban doce camaradas con escolta. Los cuatro kilómetros de camino a la ciudad los cubrían, codo con codo, falangistas de la vieja guardia. Los militares le rendían honores de capitán general. Aviones del Ejército sobrevolaban el féretro. Enormes hogueras ardían en lo alto de los castillos de Santa Bárbara y San Fernando. La marcha del cortejo era lenta, desmesuradamente lenta. El gentío llenaba las calles. Los flechas juveniles, estirados en agujas humanas, presentaban armas. Las banderas de España atestaban los balcones, también con paños negros y crespones. Había emoción, silencio, un gran rosario con veinte mil gargantas en rumor de plegaria. Miles de brazos apuntaban al cielo. Hachones de fuego encendían la avenida de José Antonio. Dos cruces alzadas abrían el cortejo cuando el cadáver a hombros penetró en la iglesia, ya oscura y fría. La colegiata quedaba alumbrada solo por cirios; nada de electricidad, tan solo fuego, más dramático y ceremonial.

El contrapunto de ese cortejo, fúnebre y triunfal al mismo tiempo, en el que suena la retórica imperial de los vencedores (Ridruejo, Foxá, Giménez-Caballero) lo constituye el coro de las voces olvidadas de los perdedores de uno y otro bando que completan una secuencia polifónica de veintidós historias intercaladas. 

Historias de prisiones y fusilamientos, de depuraciones y castigos en la inmediata posguerra: el exiliado Eulalio Ferrer, cautivo en tres campos de concentración en Francia; los presos destinados a trabajos forzados en el valle del Roncal; Perico Corneta, el alcalde de Villena asesinado en la retaguardia por los republicanos; la humillación y el miedo de Miguel de Molina; el periodista Constantino del Esla y Encarna Aragoneses (Elena Fortún) en su desarraigo bonaerense; Mariano Rawicz Majerowicz, un condenado a muerte, enloquecido y con el brazo en alto en la cárcel de San Miguel de los Reyes; Pilar Valderrama, la Guiomar machadiana; el requeté Francisco, que muere anónimo en su casa de Laguna de Cameros; los cuarenta y siete fusilados “frente al paredón de Paterna, paredón de España, donde la muerte es la única patria y los cipreses marcan el camino de la sangre que sus cuerpos van a seguir desde el paredón hasta la fosa”; Marcelino, campesino cenetista de Alcorisa que tirita bajo los Alpes franceses un frío domingo de noviembre; mutilados para quienes “la posguerra es la continuación de la guerra por otros medios”; los fugados de la prisión; Amelia, la Xiqueta, libertaria presa en un convento de monjas clarisas; los ocho noctámbulos asilados en la embajada de Chile; Matilde Landa, la educada monja laica, la elegante heroína del Socorro Rojo; Manuel, encarcelado por tres bandos y tres regimenes; Luis Utrilla , un pobre maestro perdido en El Bonillo; El Lirio, un topo en Moguer, otro en San Fernando, Juan Rodríguez Aragón, y otro en Mijas, Manolo, el alcalde republicano. Y otros topos en Almodóvar del Campo, en Mudrián, en Béjar. O Ángel Martínez Ros, “natural de Mataporquera, cortador de vidrio, de treinta y un años de edad, casado con Pilar y padre de tres hijos, [que] soñó con otro mundo” y condenado a muerte.

Y al fondo, el recuerdo de otra comitiva funeraria: la procesión nocturna que quería atravesar España con hachones de norte a sur desde la cartuja de Miraflores a la catedral de Granada desde finales de diciembre 1506 con Juana la Loca tras el cadáver de Felipe el Hermoso. Aquella comitiva disparatada duró años para acabar con la reina encerrada en Tordesillas.

La idea había sido de Dionisio Ridruejo: los once días del trayecto en procesión querían hacer Presente a quien se llamó antes el Ausente, “un cadáver glorificado que es también símbolo de victoria, de resurrección de la patria, de inmortalidad. Porque José Antonio va muerto, pero está Presente. Y no siempre fue así. Hubo un tiempo en que fue el Ausente: un misterio inaccesible a la razón, un vacío metafísico donde fermentó el mito.” 

Y esas once jornadas articulan la estructura de Presentes en otros tantos capítulos cronológicos, rematados por un ‘Final’ que termina con estas líneas: 

Es el final de la función.
Franco se sitúa frente a la tumba. Arroja tierra en las ranuras. Saluda brazo en alto. El eco de su voz llena El Escorial, inunda España entera.
José Antonio, símbolo y ejemplo de nuestra juventud. En los momentos en que te unes a la tierra que tanto amaste, cuando en el horizonte de España alborea el bello resurgir que tú soñaras, repetiré tus palabras ante el primer caído: Que Dios te dé el eterno descanso y a nosotros nos lo niegue hasta que hayamos sabido ganar para España la cosecha que siembra tu muerte.
José Antonio Primo de Rivera, grita.
Presente, mienten.

“Quise caminar por la misma senda -escribe Paco Cerdà en el epílogo, ‘Fuentes’, de su magnífico libro -, esa antigua carretera nacional. Quise caminar solo, lentamente, al ritmo del cortejo. El sol me acariciaba la mejilla izquierda en esos días finales del otoño, como en 1939. El frío de la noche y un viento racheado azotaban mi rostro en la desierta oscuridad. Trataba de imaginar el cómo, nunca me acercaba al porqué. Solo fueron diez kilómetros a pie, entre Corral de Almaguer y Villatobas. Diez kilómetros: la misma distancia que cada falangista cubría de un relevo a otro en el trayecto original. Quise también pasar por todos los pueblos que atravesó el séquito, desde el cementerio de Alicante hasta la basílica de El Escorial. Fue en ese viaje, recorrido pueblo a pueblo, con el día y con la noche pero sobre todo con el frío y la soledad, cuando tomé conciencia de lo insólito de aquel peregrinar, alucinante y tenebrista, que dio comienzo a una larga dictadura y que en estas páginas he intentado reconstruir. Sin embargo, el viaje de este libro de no ficción pura había comenzado mucho antes. Latía ya en dos planos contrapuestos: su ostentoso anverso, su invisible reverso.”

Anverso y reverso sobre “el traslado de un muerto glorificado en un país asolado” en uno de los mejores libros de 2024.