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08 noviembre 2024

Cuentos completos de Joseph Roth en Páginas de Espuma

  




  ¡Que Dios nos dé a todos los bebedores una muerte tan rápida y hermosa!

 Con esa frase cierra Joseph Roth, uno de los mejores escritores centroeuropeos del periodo de entreguerras, La leyenda del santo bebedor, el último y el más conocido de sus relatos, que se publicaría ya póstumo. 

La leyenda del santo bebedor narra las tres últimas semanas de vida de su protagonista, Andreas Kartak, en la primavera de 1934 en un París al que había llegado desde la Silesia austro-húngara. Leyenda ingenua y parábola oscura, alegoría transparente y relato misterioso, La leyenda del santo bebedor despliega una ambigüedad de sentido que ha generado diversas interpretaciones. Sus elementos míticos y simbólicos se despliegan sobre un fondo autobiográfico y sobre el decorado parisino de los puentes del Sena, Montmartre, los bistrós mugrientos y las pensiones sórdidas que frecuentó Roth desde que llegó a París huyendo de los nazis.

Con ese memorable relato, una reivindicación de la fuerza redentora del alcohol y de la capacidad milagrosa del ajenjo que hace habitable el mundo, cerraba Joseph Roth en 1939, el año mismo de su muerte, un camino narrativo iniciado en 1916 con su primer cuento, El alumno aventajado, una amarga historia de ambición y caída.

Y esos dos relatos enmarcan también el volumen de los Cuentos completos de Roth que publica Páginas de Espuma con una estupenda traducción de Alberto Gordo e ilustraciones de Arturo Garrido. 

Entre ambas narraciones, otras como Barbara, El jefe de estación Fallmerayer, El busto del Emperador o El Leviatán, componen un libro que  abre una Nota a la edición en la que se lee: “Acuciado toda su vida por las necesidades económicas, Joseph Roth dejó una obra periodística imponente –supera los mil quinientos artículos y la lista no deja de crecer– y una obra narrativa de considerable extensión, pero incomparablemente más manejable. Autor de novelas muy conocidas y traducidas, urgía, sin embargo, una edición de todos sus cuentos ordenados de forma cronológica, un volumen que, como ya es posible hacer en otras lenguas, nos permitiese asistir a la evolución artística y vital del escritor en unos cientos de páginas.
Incluimos diecinueve cuentos y novelas cortas –algunos publicados de forma póstuma– surgidos entre 1916, cuando Roth tenía poco más de veinte años, y 1939, cuando puso punto final a su obra en París, poco antes de morir alcoholizado. Son todas las narraciones breves que conservamos de él.”

Diecinueve narraciones, algunas inéditas hasta ahora en castellano, que se mueven entre la novela corta y el cuento para perfilar un mundo literario que se nutre de la verdad y la melancolía para dibujar el rostro de una época, como le indicaba el propio Roth en una carta al periodista Benno Reifenberg, su editor en el Frankfurter Zeitung, al que dedicó su novela Fuga sin fin. 

El poético y desolador El espejo ciego, paródico y de amarga ironía, en torno a una joven vienesa ilusa y desgraciada; El jefe de estación Fallmerayer y su extraño destino; la aguda y ácida misoginia de El triunfo de la belleza; el espléndido Fresas y la recreación melancólica del mundo de su infancia en Brody,  la pequeña ciudad de diez mil habitantes, de los que “unos tres mil estaban locos”; El busto del Emperador, sobre la pérdida de la patria y la desaparición de todo un mundo cultural  con la caída del imperio austro-húngaro tras la Primera Guerra Mundial, o la memorable parábola de El Leviatán, una pequeña obra maestra imprescindible sobre la identidad y los principios, son algunos de los diecinueve relatos traducidos por Alberto Gordo en una prosa plástica y vivaz semejante a la de Roth, que decía que sólo sabía escribir bien y rápido. 

“Yo dibujo el rostro de la época”, afirmaba Roth en la ya citada carta a Benno Reifenberg de 22 de abril de 1926. Es, como se afirma en nota, “una máxima que podríamos aplicar a cualquier texto suyo”.  Junto con esa carta, los otros dos artículos  que se incluyen en el Apéndice -“Viaje por Galitzia. Lemberg, la ciudad” y el magnífico “Los lisiados. Un funeral de inválidos en Polonia”- recogen algunas de las reflexiones de Roth sobre la escritura:

Hay que tener la habilidad de expresar con palabras -dice en el primero, el 22 de noviembre de 1924- el color, el aroma, la densidad, la amabilidad del aire; eso que, a falta de una denominación apropiada, debe expresarse con el término científico de «atmósfera». Hay ciudades en las que huele a chucrut. Contra eso no hay barroco que valga.