Cuentos reunidos de Julio Ramón Ribeyro
Cuando están a punto de cumplirse el 4 de diciembre los treinta años de la muerte del narrador peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), Alfaguara publica en su colección de Cuentos completos la totalidad de sus cuentos, agrupados en el volumen Cuentos reunidos, con el subtítulo La palabra del mudo, el que eligió el propio autor, uno de los maestros hispanoamericanos del género, para reunir toda su narrativa breve en cuatro ediciones sucesivas desde 1973: “¿Por qué La palabra del mudo? Porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias.”
Veinte años después, al frente de la cuarta edición del libro, ese título adquiría un nuevo sentido: “He mantenido el de La palabra del mudo, si bien sé que ya no corresponde enteramente a mi propósito original, que era darles voz a los olvidados, los excluidos, los marginales, los privados de la posibilidad de expresarse. Y si lo he mantenido es porque dicho título ha cobrado para mí un nuevo significado. Quienes me conocen saben que soy hombre parco, de pocas palabras, que sigue creyendo, con el apoyo de viejos autores, en las virtudes del silencio. El mudo en consecuencia, además de los personajes marginales de mis cuentos, soy yo mismo. Y eso quizá porque, desde otra perspectiva, yo sea también un marginal.”
Abre el volumen un estupendo prólogo de Juan Gabriel Vásquez, que señala que “sus noventa y cinco cuentos […] conforman una de las empresas más valiosas de la literatura latinoamericana. Todos merecen nuestra atención y nuestra entrega, y las retribuyen con creces; algunos son francas obras maestras que perdurarán mientras el mundo sea mundo y mientras el ser sea humano.”
Casi un centenar de cuentos integran esta edición definitiva en un volumen de casi mil páginas que incorpora en su pórtico el último relato de Ribeyro, Surf. Lo terminó el 26 de julio de 1994, poco antes de morir, y se encontró en su ordenador. De ese mismo año son las reflexiones sobre el género del cuento que sirven como introducción del libro.
Heredero de Kafka y discípulo de Borges, Ribeyro creó uno de los mundos literarios más personales e interesantes de la narrativa hispanoamericana contemporánea. Sus relatos urbanos proyectan un inesperado destello de fantasía y de irrealidad sobre lo cotidiano y configuran un universo narrativo poblado por personajes que se mueven por los barrios populares de Lima entre el desconcierto y el asombro.
Como sus personajes, Ribeyro se siente parte de ese mundo acallado y por eso sus relatos combinan lo autobiográfico y la mirada crítica o escéptica, el recuerdo de la infancia con la denuncia de la miseria. Son relatos apoyados en una sólida técnica y en una reflexión constante que se plantea los límites y las características técnicas de un género más mostrativo que didáctico. De esa reflexión surgió el decálogo que abre el volumen con una reivindicación del interés por la historia y del papel del lector en afirmaciones como estas:
El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector a su vez pueda contarlo.
La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada, real.
La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto, mejor. Si no logra ninguno de estos efectos, no existe como cuento.
En el cuento no debe haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente imprescindible.
Esos son algunos de los objetivos que Ribeyro propuso en su decálogo. Y estos cuentos, a menudo abiertos y siempre brillantes, son su demostración eficiente. Desde Los gallinazos sin plumas, que escribió en 1954, hasta el final Relatos santacrucinos, pasando por los maduros Silvio en El Rosedal y Sólo para fumadores, La palabra del mudo refleja más de cuarenta años de dedicación insistente y brillante a la narrativa breve.
Y de una creciente pericia marcada por una evolución que pasa por dos momentos, por dos modalidades sucesivas: la inventiva que domina en sus primeros libros y la evocativa que se va imponiendo a partir de los años ochenta en sus relatos.
“Cuando no estoy frente a mi máquina de escribir me aburro, no sé qué hacer, la vida me parece desperdiciada, el tiempo insoportable. Que lo que haga tenga valor o no es secundario. Lo importante es que escribir es mi manera de ser, que nada reemplazará. Cuando imagino una vida afortunada, millonaria, veo siempre el lugar donde pueda seguir escribiendo. Si no fuera necesario comer, dormir, trabajar, no abandonaría este sitio, donde nada me incomoda, donde gozo del más completo albedrío, donde soy dueño del mundo, de mi mundo, sus fabulaciones, hazañas, torpezas, locuras, el mundo irreal de la creación, al lado del cual no hay nada comparable”, escribía Julio Ramón Ribeyro en sus diarios, La tentación del fracaso.
Y a propósito de esa declaración, comenta Juan Gabriel Vasquez en su prólogo: “Siempre he pensado que todo escritor joven debería firmar esta entrada antes de ganarse el derecho de publicar libros. Pero ahora pienso, además, que también el lector debería conocerla de memoria para comprender, aunque sea someramente, la pasión y el oficio que hay detrás de estas páginas.”
Este espléndido volumen supone la imprescindible recuperación de una lectura imprescindible. Porque no leer a Ribeyro, y especialmente su narrativa breve, es desconocer gran parte de la riqueza de la literatura hispanoamericana, que sin él sería mucho más plana, mucho más pobre, mucho más muda.
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