Era una casa chata y cuadrada y todo en ella era seco y duro a causa de estar muy adentro en el país, donde el polvo es polvo, en un lugar al que el olor del mar no llegaba nunca. Tenía dos árboles flacos en el corral y un pozo de donde sacaba agua y un campo de almortas alrededor que iba cayendo hasta el bajado, donde el calor era más grande; no las había sembrado él, sino que nacían puestas por la mano de otro en la tierra pero, como si las hubiera puesto la suya, las veía crecer alrededor de la casa, en la tierra que era suya.
Todos los días, cuando el sol había llegado hasta arriba y se había posado sobre sus hombros muy pesadamente, sabía que estaba solo y allí permanecía, solo en la tierra, mirando al campo. No había mujeres en aquella casa, ni tampoco perros; sólo un criado algo imbécil que dormía en la misma cocina, junto al fuego, en invierno y luego, en verano, sobre la paja amarilla del año pasado, todavía no húmeda ni podrida, con insectos que no le daban miedo. El criado lo era desde niño y siempre había servido al amo, primero de pastor (y entonces había tenido perro), luego de gañán (y el amo le explicó lo que tenía que hacer en la tierra) y ahora también limpiaba la casa cuando el amo se lo decía, aunque la comida de gachas la ponía el amo al fuego con el agua y la sal y un poco de aceite. Tomaban ambos de las gachas por igual, pero el amo tomaba después una loncha de lomo embutido que había estado en una olla de aceite desde un año antes, y al criado no le parecía mal porque todo estaba así dispuesto desde hacía mucho tiempo y en la época de mayor trabajo, tenía la fruta y el poco de tocino.
El pan, cuando sólo era de tres días o cuatro, se envolvía en las gachas y se empapaba en el caldo y sabía bueno mordido, escurrido el líquido a lo largo de los dientes y luego hacia atrás, blando, pero luego era ya más duro, aunque siempre se ablandaba algo en el caldo y los domingos, el amo echaba algo de aceite encima del pan del criado y del suyo propio y recitaban la letanía lauretana que el amo tenía en un libro negro.
–Trae las gachas –y le miró en las cejas pobladas y en la boca abierta y en toda la cara como torta o pan blando, poco hecho. El amo miraba al criado cuando le hablaba. Miró cómo el cuello ancho se inclinaba sobre las brasas y con las manos sacaba del fuego el cazo con las gachas y no se quemaba aunque estaba caliente porque, en las manos callosas, no llegaba a doler el calor sino que se dejaba estar allí como otra tierra.
Son los párrafos iniciales de El vientre hinchado, la primera de las dos novelas inéditas de Luis Martín-Santos que rescata Galaxia Gutenberg en el tercer volumen de sus Obras completas con edición, prólogo y notas de Epicteto Díaz Navarro, que señala que “El vientre hinchado y El Saco, junto con algunos cuentos de los años cincuenta, pueden entenderse como una primera etapa en la trayectoria de Luis Martín-Santos, enlazada con el aprendizaje de sus obras juveniles, y a la que seguiría una segunda etapa que en los años sesenta utiliza otras formas y técnicas narrativas con las que, sin compartir por completo la idea sartreana del compromiso, realiza una crítica radical de la sociedad española.”
Alegóricas y existenciales, claustrofóbicas y asfixiantes en su entorno rural o en su ambiente carcelario, El vientre hinchado y El Saco son las dos novelas primerizas de un Martín-Santos que tantea en su escritura en busca de una mirada narrativa propia sobre el mundo. Una mirada que sería sobre todo literaria y que le acabaría proporcionando el estilo en sus mejores obras, en Tiempo de silencio y en algunos de sus Apólogos, en los que la forma construye el fondo y el fondo determina la forma, como en el Ulises de Joyce o en el ciclo del tiempo perdido de Proust.
Porque en el mejor Martín-Santos se acabarían fundiendo la forma y el fondo, la mirada y el estilo de tal manera que el enfoque de la realidad determina el estilo y viceversa: el estilo construye la visión literaria de esa realidad.
A esas alturas, comienzos de los años cincuenta, Martín-Santos estaba aún intentando levantar ese mundo narrativo propio que no se vislumbra todavía aquí, pero que sería decisivo en la renovación novelística de comienzos de los años sesenta en España, cuando aún no se había producido el boom de la novela hispanoamericana.
Es una prosa aún insegura, lastrada por una rigidez que está muy lejos del portentoso despliegue estilístico que estallaría en Tiempo de silencio y en sus mejores relatos, como los espléndidos Tauromaquia o Condenada belleza del mundo, recogidos en el primer volumen de esta edición de las Obras completas de Luis Martín-Santos en Galaxia Gutenberg.
En estas dos novelas, con Kafka y Camus al fondo, su voz todavía poco personal recuerda a la del Aldecoa novelista -menos al más exigente de los cuentos- y a la del primer Jesús Fernández Santos, con párrafos brillantes como este, de El vientre hinchado:
Y la criada reía y rebullía toda abajo la mano aunque se movía poco y el criado al salir sabía que la moza rebullía y la dejaba atrás bajo la mano y el cuerpo sólido y el cuerpo que se iba y el cuerpo blando y la mano allí y la cara delante y su cara y el sol caían muy revueltamente en la tarde cuando la siesta y el sol caían y todo era como si el sol pusiera su mano también sobre el muslo grande de la tierra.
Vinculadas por su relación temática en torno al poder autoritario y la violencia, son dos obras de tanteo y aprendizaje, dispares en tamaño y en tono, en enfoque y en ambiente. La primera y más breve, El vientre hinchado, la escribió entre 1948 y 1950. Cercana en algunos pasajes al tremendismo del Pascual Duarte, publicado pocos años antes, tiene como tema un triángulo amoroso protagonizado por tres personajes primarios y sin nombre -el amo, el criado y la criada- en medio de una naturaleza áspera y elemental, probablemente manchega.
Escrita entre septiembre de 1954 y mayo de 1955, El Saco es una transparente alegoría de la situación política en la España de la dictadura. Se cruzan en ella dos relatos en los que se aprecian las influencias de Kafka, de Sartre y del cine carcelario, entonces muy de moda, y se centra en un presidio que gobierna el autoritario alcaide llamado El Saco, contra el que se rebelan los penados, a quienes se acabará uniendo el guarda López.
Con una combinación de técnicas narrativas -monólogo, diálogo, narrador omnisciente, conductismo y cruce de perspectivas- que depuraría en sus obras posteriores, El Saco supone un importante salto técnico hacia adelante en la narrativa de Martín-Santos. Este es un fragmento:
Tocó cuidadosamente las mejillas húmedas donde apenas asomaban los escasos cañones de una barba rubia que había crecido durante la noche. Tocó los tobillos bajo los deshilachados pantalones, queriendo encontrar en ellos un pulso que no podía buscar en las muñecas. Los pies estaban tumefactos, fríos y azules. Sus manos, sin embargo, estaban exangües y pálidas, salvo los pulgares. Metió su mano bajo la chaqueta y buscó el sitio del corazón. Los ojos inmóviles y húmedos parecían vigilar sus exploraciones. Buscó el latido.
No pudo encontrarlo. Puso su mano abierta contra el pecho plano del Chaval. No podía encontrar el latido. Buscó más despacio. Metió la mano bajo la camisa, sobre la misma carne sin vello del pecho. Estaba húmeda y fría. Quiso pensar. ¿Era allí donde estaba el sitio del corazón? Recorrió cuidadosamente, no queriendo hacer daño, toda la superficie sudorosa. Los ojos entreabiertos del muchacho parecían aconsejarle.
Cuando la verdad se hizo tan evidente a sus dedos encorvados como a su raciocinio, dijo con voz ahogada:
-¡Está muerto! ¡Le he matado!
Como era de esperar, ni siquiera se prefigura en estas dos novelas la altura narrativa y estilística que alcanzaría pocos años después, pero seguramente fueron un paso imprescindible para romper luego con la estética de los años cincuenta, a la que se había sumado él mismo con estas dos novelas inéditas.
Dos novelas que recomponen la prehistoria novelística de quien era todavía un principiante, pero acabaría siendo poco más de un lustro después uno de los grandes narradores de la segunda mitad del siglo XX en español.