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24 diciembre 2024

Canción de Navidad




Ilustración original de John Leach de 1843

Después de varias vueltas, se sentó de nuevo en la butaca. Al echar la cabeza hacia atrás, dio la casualidad de que posó la mirada en una campana, fuera de uso, que colgaba en la habitación y que, por algún motivo ya olvidado, comunicaba con una estancia del piso más alto del edificio. Con gran estupor, así como con un terror extraño e inexplicable, vio que la campana empezaba a balancearse. Al principio lo hizo con tanta suavidad que apenas emitía ningún sonido, pero pronto estuvo sonando con fuerza, al igual que todas las demás campanas de la casa.
Por más que tal vez sólo durase medio minuto, o uno a lo sumo, pareció una hora. Las campanas dejaron de sonar igual que habían empezado, todas a la vez. Les siguió un ruido metálico procedente de muy abajo; como si alguien arrastrara una pesada cadena sobre los barriles de la bodega del vinatero. Entonces Scrooge recordó que se decía que los fantasmas de las casas encantadas arrastraban cadenas.
La puerta de la bodega se abrió con estrépito, tras lo que oyó el ruido mucho más fuerte en los pisos de abajo, luego subiendo las escaleras, y luego dirigiéndose hacia su puerta.
–¡Paparruchas! –afirmó Scrooge–. No me creo nada.
El color le mudó, no obstante, cuando, sin detenerse, eso atravesó la pesada puerta y entró en la habitación. Al hacerlo, las mortecinas llamas se avivaron como si exclamaran: «¡Lo conocemos! ¡Es el fantasma de Marley!», para a continuación volver a reducirse.
La misma cara: la mismita. Era Marley, con la coleta, el chaleco, las medias y las botas de siempre; las borlas de estas últimas estaban erizadas, al igual que la coleta, los faldones de la levita y el pelo de la cabeza. Llevaba la cadena atada a la cintura; era larga, se le enroscaba como una cola y estaba hecha (pues Scrooge la observó detenidamente) de cajas de dinero, llaves, candados, libros de contabilidad, escrituras y pesados monederos de acero. Su cuerpo era transparente, de manera que Scrooge podía ver a través del chaleco los dos botones de detrás de la levita.
Scrooge había oído decir a menudo que Marley no tenía corazón, pero nunca lo había creído hasta ahora.
No, tampoco lo creía ahora. Por mucho que examinara al fantasma y lo viese ante él; por mucho que sintiera el influjo glacial de sus ojos fríos como la muerte, y pudiese distinguir hasta la textura del pañuelo plegado que llevaba atado alrededor de la cabeza y la barbilla, y que no le había visto nunca, seguía sin creérselo y se resistía a lo que le dictaban los sentidos.
–¡Pero bueno! –dijo Scrooge, tan cáustico y frío como siempre–. ¿Qué quieres de mí?

Charles Dickens.
Canción de Navidad.
Traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez.
Alianza Editorial. Madrid, 2016.