04 diciembre 2024

Ecos de la melancolía. Un viaje musical


 


La Malinconia, de Sibelius; la Sérénade mélancolique de Tchaikovsky; el Cuarteto número 6 de Beethoven; las Lacrimae or seven teares de John Dowland; L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato de Händell; la Sonata para piano KV 330 de Mozart; el lied Wonne der Wehmut, de Schubert; el Valse Mélancolique de Franz Listz; tres de las Piezas líricas de Grieg; el Cuarteto de cuerda número 4 de Mahler; El Albaicín de Albéniz; la Pavana para una infanta difunta de Ravel; el adagio neorromántico del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo; Spiegel im Spiegel, de Arvo Part o las Bachianas brasileiras de Heitor Villa-Lobos son algunas de las decenas de piezas musicales que aborda Roger Bartra en Ecos de la melancolía. 

Muchas de esas piezas pueden escucharse en la lista de reproducción incorporada en un código QR al comienzo del volumen que publica Anagrama con el subtítulo Un viaje musical.

“Este libro -escribe Bartra en su Preludio- es un viaje en busca de las huellas que la melancolía ha dejado en la música clásica, es decir, en la música escrita y culta. Trataré de explicar con palabras lo que me parece que la música expresa cuando se refiere a la melancolía. No exploraré las estructuras musicales en busca de algún canon melancólico, pues creo que no existe. La palabra «melancolía» se refiere a un estado de ánimo, a un carácter, a una dolencia mental y a un mito. Los músicos en ocasiones se han apropiado de esta palabra para traducirla a formas muy diversas pero que tienen algo en común difícil de precisar. La melancolía nos lleva a las esferas de la locura, de la desesperación, del tedio y de la muerte, pero también es un sentimiento de goce espiritual y de dulzura. Es una enfermedad maligna y al mismo tiempo es una emoción noble y un tipo de personalidad.
[…]
La melancolía tiene una larga presencia muy explorada en la medicina, en el arte y en la literatura. Hay varios libros consagrados a ello, entre ellos algunos míos. Pero no conozco ningún libro que explore la melancolía en la música. Por ello he decidido comenzar a llenar este hueco con las reflexiones que presenta este ensayo.”

Con ese planteamiento, Roger Bartra, que ya dedicó un ensayo en esta misma editorial a explorar la relación entre melancolía y cultura, recorre la presencia de la melancolía en la música clásica a través de su presencia en la obra de decenas de autores, sin perder de vista su evolución histórica y sus variaciones estéticas. 

Y afronta esa tarea como un reto que radica “en que el lenguaje musical es un mundo muy diferente al de la palabra; sin embargo, los compositores frecuentemente acuden a las palabras para crear canciones, cantatas y óperas o para bautizar sus obras. Mi búsqueda de huellas melancólicas en la música culta se guiará por la presencia de esa palabra en las composiciones. Es decir, no examinaré obras que a mi parecer subjetivo expresen melancolía más que en algunos casos, sino especialmente piezas en las que su autor ha usado la palabra «melancolía», sea en el título, en la letra, en la indicación de un movimiento o en el contexto en que la compuso.”

Desde las canciones medievales de las cantigas de amigo y el prerrenacentista Cancionero musical de palacio hasta la música contemporánea de Arvo Part o Harrison Birtwistle, Ecos de la melancolía propone “un recorrido que se inicia con la desesperación renacentista de Dowland, quien hasta donde sé no usó la palabra «melancolía» para referirse a su gran obra Lachrimæ, con lo que inicio el viaje con una excepción. Sigo con los artificios barrocos de Händel, llego a los anhelos románticos de Schumann, atravieso las soledades de Grieg, continúo con la tristeza trágica de Sibelius y llego a la depresión moderna de Birtwistle.”

Lágrimas, Las palabras y las notas, La oscuridad, Soledad, Melancolías modernas y Depresión son las seis estaciones de ese recorrido musical por la melancolía y sus ecos sonoros. Un recorrido por la melancolía desesperada e isabelina de John Dowland, laudista y compositor renacentista y sus siete pavanas apasionadas para laúd y voz; por la melancolía barroca de Händel en su oda pastoral L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato, que adaptaba dos poemas de Milton sobre los temperamentos humanos, entre el alegre y el melancólico; por La Malinconia con la que Beethoven tituló en italiano el último movimiento de su Cuarteto número 6, “una de las piezas más intensas y dramáticas que se hayan escrito como representación de la melancolía” y “un retrato trágico de un malestar profundo y que incluía la alternancia entre la tristeza saturnina y la alegría sanguínea”; por varios lieder de Schubert, “que están en el corazón del Romanticismo”; por la bipolaridad de Schumann, que “durante toda su vida sufrió intensamente violentos vaivenes entre la tristeza y el frenesí. Schumann fue consciente de su terrible condición anímica. Oscilaba entre estados de febril alegría y caídas en hondas melancolías”, por su Sonata para pianoforte, dedicada a Clara, y por un ciclo de lieder de amor inspirados en poemas españoles del siglo XVI; por el vals melancólico de Listz que inspiró a Baudelaire un poema de Las flores del mal (“¡Vals melancólico, vértigo lánguido!”); por el inicio de la Segunda sinfonía de Brahms (“Nunca he escrito nada tan triste”, le confesaba en una carta a un músico amigo); por el lirismo sublime de la Sérénade mélancolique para violín y orquesta de Tchaikovsky,  “que puede considerarse como la gran culminación de la melancolía en la música romántica” y en la que “el violín pareciera explorar todos los rincones de un alma herida”; por las melancolías modernas de Sibelius y su Malinconia, en la que dialogan la tristeza desconsolada del violonchelo y la creatividad de un piano rebelde y juguetón; por el quejido flamenco de El Albaicín de Albéniz en la evocación melancólica del barrio morisco granadino; por el aria melancólica y neorromántica de la Cantilena en la quinta Bachiana brasileira de Heitor Villa-Lobos; por el ciclo de canciones Pierrot lunaire, de Schönberg, “que está lleno de pasajes melancólicos”; por La Canción de la Tierra, el ciclo sinfónico de canciones de Mahler; por el Lamento final del trío para corno y piano de Ligeti o por Melencolia I, de Harrison Birtwistle, una composición para clarinete y dos orquestas de cuerdas inspirada en el famoso grabado homónimo de Durero y en su ángel de la melancolía.

Así resume su método y su propósito Roger Bartra: “Mi tarea será traducir las expresiones musicales a palabras, a una versión textual y literaria. Me he apoyado, desde luego, en el hecho de que los músicos muchas veces parten de las palabras, tomadas de la literatura. Mis traducciones son totalmente subjetivas y personales, y algunos las verán despectivamente como poemas en prosa; pero pueden tener interés por el hecho de que durante muchos años he realizado investigaciones y he reflexionado sobre la historia de la melancolía y su presencia en contextos culturales diferentes. Pero reconozco que lo más probable es que, cuando mis lectores escuchen las obras que comento, tengan impresiones diferentes a las mías. Sin embargo, abrigo la esperanza de que mis interpretaciones y mis traducciones les sirvan para gozar las obras musicales.”

En la Coda que cierra el ensayo, concluye Bartra: 

Las expresiones musicales que sus autores reconocieron como relacionados con la melancolía son parte de una textura cultural muy amplia. Es muy dudoso que se pueda determinar una estructura musical común a todas ellas. Tengo la impresión de que los musicólogos no encontrarán esa estructura. 
[…]
La continuidad de los temas melancólicos en la música a lo largo de los siglos no se debe a que se imiten estructuras musicales, sino, como dije al comenzar esta coda, a la presencia de un contexto cultural muy potente que incluye a la melancolía como mito, como carácter, como enfermedad, como sentimiento o como idea.