Homero y su Ilíada
Alguien tan aparentemente alejado del mundo de Homero como Raymond Queneau escribió que toda gran obra literaria era la Ilíada o la Odisea, es decir, narraba la vida como batalla o como viaje.
La Ilíada es el prototipo del primero de esos dos modelos narrativos. Situada en el décimo año de la guerra de Troya, en la que aqueos, argivos y dánaos formaban una alianza para rescatar a Helena, cuenta el episodio de la cólera de Aquiles, de sus causas y sus consecuencias. Una sucesión de hechos bélicos y escaramuzas, de idas y venidas de dioses y hombres, de un efecto mariposa que llegó hasta el Olimpo para acabar implicando a Zeus y a Hefestos, a Hermes y a Afrodita.
Bajo las altas murallas de una de las nueve Troyas que descubrió Schliemann, la musa homérica sigue cantando la cólera de Aquiles, de pies ligeros; el poder de Agamenón, el rey micénico, señor de guerreros; la astucia de Odiseo, el de las muchas tretas; la armadura de bronce de Ayante; la muerte de Patroclo; los funerales de Héctor, domador de caballos; la belleza de Helena, las amenazantes naves aqueas, las piras funerarias, los caballos, los cinco círculos del escudo de Aquiles, en los que se resume la ambigua relación del hombre con la violencia, que -lo escribió también Wallace Stevens- habita en el corazón, muy cerca de donde habita el amor.
A la Ilíada y a Homero dedica Robin Lane Fox, emérito del New College de la Universidad de Oxford, el magnífico Homero y su Ilíada, un ensayo meticuloso y rigurosamente documentado que publica Crítica en una espléndida edición ilustrada con traducción de David Paradela López.
Un ensayo elaborado durante tres años y escrito con un admirable equilibrio entre el rigor académico y la pasión lectora. Así comienza el prefacio en que el autor evoca sus sesenta años de relación con el poema homérico y el resultado de este estudio:
Al igual que sus héroes, la Ilíada ha obtenido gloria inmortal. Empecé a leerla parcialmente en griego hace más de sesenta años y enseguida me puse a leerla entera. La Ilíada es una obra que se vale por sí sola, aunque sigue planteando grandes interrogantes: cómo, cuándo y dónde se compuso, a qué obedece su extraordinario poder. El presente libro, basado en el amor y en una larga familiaridad con la obra, da respuesta a esas preguntas.
Y a dilucidar el ‘dónde’ del autor (“el enigmático Homero”) y su obra; el ‘cómo’ y el ‘cuándo’ de su composición; los rasgos heroicos y la ética del héroe o la coexistencia problemática de los mundos paralelos de los hombres y los dioses se dedican las cinco partes de este ensayo que profundiza en el universo poético y humano de la Ilíada a partir de la declaración de principios que Robin Lane Fox deja en el arranque de su prólogo:
La Ilíada de Homero es la mayor epopeya del mundo. Y, a mi juicio, el mejor poema de todos los tiempos, a pesar de la existencia de la Odisea. En la Antigüedad, esta era una opinión compartida por la mayoría. De los papiros antiguos que han llegado hasta nosotros, el número de los que contienen versos de la Ilíada es tres veces mayor que el de los que contienen versos de la Odisea, lo cual da una idea de su preeminencia.
El recorrido que ofrece Homero y su Ilíada por la fama del poema y su recepción a lo largo de los siglos ilumina las claves de esa preeminencia canónica de los versos homéricos casi tres mil años después de su composición. Pero este ensayo apasionado explica también por qué nos sobrepasa, nos desborda y nos conmueve una obra que “tiene por lo menos dos mil seiscientos años de antigüedad, pero sobrepasa nuestras capacidades. Nos sigue desbordando. Hace que nos maravillemos, a veces que sonriamos y a menudo que lloremos. Cada vez que la leo, soy incapaz de contener las lágrimas. Cuando la cierro y vuelvo a la vida cotidiana, mi forma de ver el mundo ha cambiado. El presente libro tiene como propósito explicar por qué la Ilíada nos desborda y, a la vez, por qué nos sigue pareciendo tan profundamente conmovedora.”
La incertidumbre sobre la figura real de Homero -“A la vista de que la incertidumbre reinaba ya en tiempos antiguos, algunos estudiosos modernos se han preguntado si el nombre «Hómeros» pudo ser una invención o atribución tardía que permitiera agrupar varios poemas de autoría desconocida bajo un mismo nombre ficticio”-, su posible ceguera o la competencia entre ciudades que reclamaban el honor de ser su patria chica son asuntos que aborda Robin Lane Fox antes de acometer un magistral análisis de la Ilíada, en la que “al mencionar la cólera de Aquiles de forma explícita, Homero declara que su tema va a ser una emoción, no sólo una secuencia de acciones ni las hazañas de una familia a lo largo de varias generaciones.”
Ese comienzo potente y dinámico que enfrenta al atrida Agamenón con el noble Aquiles a propósito de Briseida y provoca la primera cólera del héroe, la que le lleva a abstenerse de participar en la guerra, a la que no volverá hasta su segunda cólera, provocada por la muerte de Patroclo a manos del príncipe troyano Héctor.
Según una larga tradición crítica, la Ilíada sería muy probablemente el resultado de una composición fragmentaria de cantos más breves que se articularían como estratos narrativos superpuestos durante generaciones. Esa teoría deja en la irrelevancia la figura de un Homero que “compuso y actuó para un público de la zona de Jonia o algún lugar cercano, en la costa egea de lo que hoy es Turquía.” Y sus referencias “implican que lo compuso e interpretó en algún lugar entre, digamos, Éfeso y Mileto, para un auditorio familiarizado con los detalles que aparecen en ellos.”
Pero esa teoría que ve en el poema un mero mosaico de fragmentos y piezas breves choca con un rasgo que destaca Fox: el conjunto de pautas y anticipaciones de unas partes del poema a otras, la combinación coherente de compresión temporal y exhaustividad de hechos o el equilibrado sistema de alusiones al pasado y al futuro en un relato que transcurre en cincuenta días del décimo año de la guerra de Troya. Basándose en esos indicios, se inclina por la existencia de un poeta único como autor de la Ilíada:
La historia del poema está lo bastante bien señalizada y dirigida como para considerarla una trama. El libro 1 anticipa la trama principal hasta el libro 9. El libro 8 lo anticipa hasta el libro 19. El libro 15, hasta el libro 22. Tomados en conjunto, presuponen la mano rectora de un único poeta que sabe muy bien hacia dónde se dirige.
Y establecido ese principio del autor único, Homero y su Ilíada indaga en la técnica narrativa a través de los elementos esenciales del texto homérico: la construcción de una trama que se desarrolla de modo gradual, pensada para un público oyente, no lector, como se refleja desde el inicial “Canta, diosa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo”; la combinación de canto con acompañamiento musical y recitado de un verso complejo y flexible (el hexámetro homérico de entre doce y diecisiete sílabas) y la composición oral; las fórmulas recitativas y las palabras ornamentales de los epítetos épicos; afronta un estudio comparativo con la poesía oral y las epopeyas de otras culturas para deducir un método compositivo análogo en otros cantores de historias que sugieren un proceso de composición oral muy diferente del de los poemas compuestos por escrito.
Y así Robin Lane Fox propone la imagen de un Homero analfabeto que compone oralmente en vivo y depura el poema en cada interpretación, en cada recitado, mientras alguien cercano a él la transcribía y la fijaba por escrito a mediados del siglo VIII a.C., entre el 750 y el 740. Se defiende, pues, como posibilidad más verosímil la idea de que “Homero fuera analfabeto, pero que dictara una versión de la Ilíada a alguien que supiera escribir y que nuestro poema derive en última instancia de esa copia.” “Lo que leemos hoy en día es el fruto de años de práctica e interpretación. La Ilíada no es un ‘lai con incrustaciones añadidas’. Se remonta a la versión del propio Homero, que la dictó mientras la componía.”
Se completa de esa manera y en resumen “la propuesta de un Homero afincado en la costa occidental de Asia que compone de forma improvisada y, hacia el 750-740 a. C., dicta una versión de su poema.”
Si las tres primeras partes del ensayo se dedican al análisis de la cuestión homérica, al dónde, el cómo y el cuándo de la Ilíada, a su trama y su marco temporal y a su geografía, a su técnica narrativa y a su método de composición y transmisión, las dos últimas se centran en el análisis de elementos concretos de su contenido y de su concepción del mundo a partir de los rasgos más relevantes del héroe masculino y de su ética.
Una ética heroica que tiene sus señas de identidad en Aquiles, el de los pies ligeros. Un héroe entre el todo y la nada y sin un más allá de premios o castigos, entre la altura sobrehumana y la certeza de la muerte, entre la vergüenza o la culpa y la locura destructiva, entre el egoísmo y la justicia, el destino y los valores de la gloria, porque “cuando un héroe muere, desaparece para siempre” y sólo pervive en los demás con las palabras de la fama.
Pero, además de con esas señas heroicas, la trama de la Ilíada se desarrolla también en función de la coexistencia problemática entre los mundos paralelos de los hombres y los dioses, concentrados por Homero como una asamblea familiar en el espacio del Olimpo.
Dotados de un perfil individual, esos dioses, “megadéspotas celestiales”, “poseen una personalidad manifiesta. Discuten, ríen, hacen el amor, luchan y, en general, se comportan de un modo inconcebible en un poder impersonal. Poseen carácter propio” e “intervienen de maneras que nos parecen totalmente milagrosas.”
Y entre las distintas causas de su intervención en los asuntos humanos, como instrumentos del destino y a favor o en contra de los dos bandos contendientes, destaca la ira divina, que, como los celos o el rencor, “dotaban de sentido a las desgracias humanas. La explicación de la desdicha es una de las funciones cruciales de la religión.”
Los héroes aqueos que cercaban Troya o retrocedían hasta sus naves ante el contraataque de los asediados, los jactanciosos Paris y Héctor o las viudas troyanas no sabían que eran piezas movidas por los dioses, que obedecían un plan trazado por Zeus, quien ignoraba también que él a su vez no era más que una de las piezas movidas por Homero.
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