Scott Fitzgerald, ensayista
“Ojalá uno pudiera hacer lo que quisiera con las palabras: armar descripciones cortantes y contundentes como hace Wells, emplear las paradojas con la claridad de Samuel Butler, con la amplitud de Bernard Shaw o con el ingenio de Oscar Wilde. Evocar los amplios cielos sofocantes de Conrad, las puestas de sol doradas y los locos cielos acolchados de Hichens y Kipling, los amaneceres color pastel y las luces crepusculares de Chesterton, por poner un ejemplo. Si quiere saber lo que pienso, me considero un ratero reincidente en cuestiones literarias, un redomado ladrón, un apasionado saqueador de los mejores métodos de los escritores de mi generación”, explicaba Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) en una falsa entrevista que elaboró él mismo y publicó el 7 de mayo de 1920 en The New York Tribune como mecanismo de promoción de su novela A este lado del paraíso, que se había lanzado a finales de marzo.
Ese texto, que reapareció en la revista The Saturday Review cuarenta años después, en noviembre de 1960, abre la recopilación Ecos de la Era del Jazz y otros ensayos, de Scott Fitzgerald. La publica Cátedra Letras Universales con traducción de José María Romero Barea y edición de Juan Ignacio Guijarro González, que señala en su prólogo que “por desgracia, y aunque Fitzgerald se lo propusiera a la editorial en la cual publicó toda su obra, Scribner’s, no vio nunca cumplido su deseo de ver recopilada su obra ensayística en un volumen antes de su temprana muerte en 1940, con tan solo cuarenta y cuatro años. […] Si durante décadas la crítica se centró exclusivamente en las novelas de Fitzgerald y solo mucho más tarde empezó a estudiar sus relatos, sus ensayos no han recibido hasta ahora la atención que merecen, ya que a menudo siguen siendo injustamente considerados una parte menor de su obra. Sin duda, a ello obedece el que hasta la fecha no se haya publicado -ni siquiera en Estados Unidos- una monografía que analice a fondo la riqueza y complejidad de unos textos que, con frecuencia, aparecieron en las principales revistas del país, como Esquire o The Saturday Evening Post. Esta sorprendente ausencia de estudios críticos ha influido al preparar la presente edición crítica, la primera que se publica en lengua española de los ensayos del autor de El gran Gatsby.
De hecho, ni siquiera en inglés existe un volumen equivalente al que ahora ofrece la colección Letras Universales.”
Si el párrafo citado de la entrevista ficticia terminaba con una alusión a “mi generación”, “Mi generación” es precisamente el título del último de los textos recogidos en este volumen que reúne cronológicamente veintidós artículos y ensayos publicados por Scott Fitzgerald en la prensa entre 1920 y 1940.
Hay en esa expresión una suma significativa de lo que ofrecen estos ensayos: una mirada lúcida e intensamente subjetiva en la que se cruzan el yo y los otros para hablar de lo propio y de lo que le une con lo ajeno, para reflejar el espíritu de una época que Scott Fitzgerald bautizó como “la era del jazz” al titular su segunda recopilación de cuentos, Tales of the Jazz Age. Y para trazar un panorama de conjunto de la literatura norteamericana de aquellas décadas que transcurrieron entre las dos guerras mundiales. Ese panorama es el de la generación perdida que vincula la vida y la obra de Scott Fitzgerald con la de narradores como Hemingway, Thomas Wolfe o John Dos Passos, con quienes tuvo desencuentros literarios y personales de envergadura.
Ese es el trasfondo histórico e intelectual que vincula también la obra narrativa y ensayística de un autor a caballo entre sentimientos y actitudes contradictorias, entre la frivolidad, la desazón y la depresión, tanto en lo privado como en lo público, entre Nueva York y Hollywood, entre crisis bursátiles y crisis personales que acabaron en un desastre de deudas y alcoholismo, de deterioro humano y “bancarrota sentimental”, por usar su misma expresión. Era la consecuencia del derrumbe que dio título a la trilogía ensayística que publicó en 1934.
El centro exacto del volumen lo ocupa Ecos de la Era del Jazz, un nostálgico ensayo de 1931 que su editor Maxwell Perkins (El editor de libros) elogiaba porque era “un texto hermoso”, y porque “sus observaciones son agudas y brillantes.” Y ese carácter central y representativo explica que su título sea también el de esta recopilación, cuyo prólogo ofrece un riguroso análisis de cada uno de los ensayos de Scott Fitgerald.
En concreto, de “Ecos de la Era del Jazz” escribe Juan Ignacio Guijarro que es “uno de sus ensayos más legendarios, plagado de memorables frases líricas,” con el que “Fitzgerald firmó la necrológica de una década cuyos valores él mismo había logrado encarnar, junto a su esposa Zelda. […] Al evocar los excesos de la ‘Era del Jazz’, Fitzgerald revisitaba al mismo tiempo con nostalgia su propia trayectoria, tan íntimamente ligada a esa época, tal como ya había hecho unos meses antes en uno de sus grandes relatos, Regreso a Babilonia (Babylon Revisited, 1931).”
A medio camino entre la mirada autobiográfica y el reportaje testimonial, estos ensayos trazan el autorretrato personal y generacional del autor. Crítica social y crítica literaria conviven en estos textos que no fueron solo un medio de supervivencia en tiempos de escasez económica, sino el reflejo de la quiebra múltiple -sociocultural, moral y económica- de la que el autor de El gran Gatsby fue testigo y víctima.
Entre el éxito literario y social, la prosperidad y los artículos bien pagados y el fracaso y el pesimismo de los últimos años se mueven estos textos en los que Scott Fitgerald habla con distancia crítica del mundo de los ricos y el dinero, describe con agudeza meticulosa los tiempos de escasez y de abundancia, cuando “el dinero parecía entrar cada vez con más asiduidad, con cada vez menos esfuerzo” (“Cómo sobrevivir con 36000 dólares al año”); escribe con lucidez sobre la juventud y la devastación del paso del tiempo, porque “a medida que el ser humano envejece, se acrecienta su vulnerabilidad” (“Lo que pienso y siento a los veinticinco”) y une el pasado y el futuro en el presente de la escritura que le permite por ejemplo hacer su autobiografía irónica a través de los licores que bebió en cada momento o de los hoteles en los que se alojó con Zelda Sayre.
En conjunto escriben la crónica de una derrota anunciada, resumen la asimilación de un fracaso cada vez más intenso y sobre todo son el envés de la trama que teje en sus novelas y en sus cuentos quien en alguna ocasión confesó no saber si era un personaje más de sus relatos.
El texto inicial, esa autoentrevista que citábamos al principio, es uno de los cuatro que se traducen aquí por primera vez al castellano: “Tanto en estos cuatro textos -subraya Juan Ignacio Guijarro- como en los dieciocho restantes que conforman este nuevo volumen continúan resonando con fuerza los ecos de quien ya es una figura capital del canon literario estadounidense: F. Scott Fitzgerald.”
Murió el 21 de diciembre de 1940, casi olvidado. El último cheque que había cobrado en concepto por derechos de autor “ascendía a la humillante cantidad de 13,13 dólares”, como recuerda Juan Ignacio Guijarro, que añade que “las necrológicas lo recordaron como un autor menor que, tras triunfar en los años veinte, desapareció por completo. Zelda Fitzgerald fallecería el 10 de marzo de 1948, a los cuarenta y siete años, encerrada en su habitación, al arder la clínica de Carolina del Norte en la que estaba internada. Ninguno de los cónyuges del matrimonio más afamado de la ‘Era del Jazz’ llegó a cumplir el medio siglo de vida.”
“Todo se ha perdido ya, salvo el recuerdo”, escribía Francis Scott Fitzgerald al final del desencantado Mi ciudad perdida, en donde confluyen en una misma desolación la ruina de los sueños personales y la crisis nacional ocasionada por la Gran Depresión de 1929 y simbolizada por el deterioro de Nueva York y “la terrible revelación de que Nueva York era, después de todo, una ciudad cualquiera, y no un universo en sí mismo, el reluciente edificio que el ciudadano medio había alzado en su imaginación se venía al suelo, antes de hacerse añicos.”
Ese mismo efecto de espejo preside El derrumbe, uno de sus mejores ensayos, publicado en la revista Esquire en febrero de 1936. En sus páginas se cruzan de nuevo la crisis personal y creativa de Scott Fitzgerald y la crisis general de la nación, el colapso de toda una época que ya había desaparecido.
El derrumbe era la primera entrega de una trilogía de artículos que completaron Al restaurar las piezas en marzo y Manipular con cuidado en abril. Esa trilogía suma la terapia pública y la confesión penitencial privada de Scott Fitzgerald y es uno de los ejes de un libro que, como toda su obra, podría resumirse en la frase inicial de El derrumbe:
La vida entera es un proceso de demolición.
“F. Scott Fitzgerald -concluye Juan Ignacio Guijarro- ocupa con todo merecimiento un lugar destacado en el canon literario estadounidense, no solo por haber escrito novelas magistrales como El gran Gatsby y Suave es la noche o un número considerable de relatos memorables, sino también por la brillantez de su obra ensayística, que lamentablemente sigue siendo la parte menos conocida y estudiada de su obra y que, por primera vez, se presenta aquí en una edición crítica en lengua española.”
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