Walser bajo la nieve
WALSER BAJO LA NIEVE /1
El anciano que posa bajo la nieve que finalmente le cubriría el 25 de diciembre del 56 es Robert Walser. Llevaba más de veinte años arrastrando su perplejidad ingresado en un siquiátrico. Llevaba mucho más tiempo queriendo ser nadie, queriendo ser nada, andando compulsivamente hasta convertirse en dromómano indomable.
En el momento de la foto está a punto de iniciar uno de esos paseos, otra forma de perderse.
Robert Walser fue el más solitario de los escritores solitarios. Huyó de todo vínculo con el mundo, de toda posesión que lo atara a algún sitio de la vida o la literatura.
Paseó mucho, siempre en huida, pero se esforzó en no dejar más huellas que las de sus pisadas en la nieve poco antes de morir y las más persistentes, las de su literatura.
Y estas no se borraron porque Carl Seeling, que lo acogió en su casa y preparó su biografía, recopiló sus textos, los mostró en antologías y conservó parte de su legado. Sin él, el recuerdo de Walser se hubiera deshecho como la nieve de aquel 25 de diciembre de 1956 en que unos niños encontraron su cadáver semienterrado.
Esta de abajo es una de sus últimas imágenes. La nevada que cae en la fotografía empezaba ya a hacerle invisible. Era lo que siempre había querido
WALSER BAJO LA NIEVE /2
“La felicidad no es un buen material para el escritor” (R. W)
Cincuenta y seis. Diciembre. No estaba entre las flores.
La nieve ha ido enterrando
un cuerpo triste. Estaba
debajo de un abeto.
Lo vieron unos niños que corrían por el parque.
No estaba entre las flores. El dueño de ese cuerpo
vivía en Herisau. Un frío manicomio
era desde hacía mucho su defensa ante el mundo.
Se bajó de la vida. Se había internado él mismo,
marginado, indigente, y en su desistimiento
nos hacía señales
urgentes con espejos que herían y deslumbraban.
En Berlín había escrito sus textos más hermosos,
puros como el discurso de un loco en un paseo.
Eran páginas lúcidas urdidas lentamente
(las palabras son suyas)
con la calma que tiene la fruta en el manzano.
No quería dejarse empapar por la lluvia
del esfuerzo que obtiene hipocresías pequeñas.
Escritor, mayordomo, caminante en lo oscuro,
cuando escribe se ausenta de sí mismo en un bosque.
Era una de esas noches para salir huyendo:
la Navidad hería al solo y por la tierra
corrían los helados arroyos del recuerdo.
No estaba entre las flores. Yo estaba ya en el mundo
y lo ignoraba todo, como ignora la nieve
sus regiones altísimas de frío y de silencio,
su piadosa misión de enterrar aquel cuerpo.
( de Las provincias del frío. Algaida. Sevilla, 2006)
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