29 enero 2025

Antología de Spoon River




La colina

¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,
el pusilánime, el fortachón, el payaso, el bebedor, el camorrista? 
Duermen, están durmiendo todos en la colina.

A uno se lo llevó una fiebre,
otro se abrasó en una mina,
a otro lo mataron en una reyerta,
otro murió en la cárcel
y el otro se cayó del puente en el que trabajaba para mantener a la familia.
Duermen, duermen, están durmiendo todos en la colina.

¿Dónde están Ella, Kate, Mag, Lizzie y Edith,
la de buen corazón, el alma de cántaro, la vocinglera, la orgullosa, la feliz?
Duermen, están durmiendo todas en la colina.

Una murió de parto vergonzoso,
otra, de mal de amores,
otra, a manos de un cafre en un burdel,
otra, de orgullo herido, por haber querido satisfacer los deseos del corazón,
y a la otra, que había vivido lejos, en Londres y París,
la trajeron a su palmo de tierra Ella y Kate y Mag. 
Duermen, duermen, están durmiendo todas en la colina.

¿Dónde están el tío Isaac y la tía Emily,
y el viejo Towny Kincaid, y Sevigne Houghton, 
y el mayor Walker, que había conocido 
a los venerables hombres de la Revolución?
Duermen, están durmiendo todos en la colina.

Les habían devuelto a los hijos muertos de la guerra, 
a las hijas aplastadas por la vida,
con hijos sin padre, llorando.
Duermen, están durmiendo todos en la colina.

¿Dónde está el viejo Jones, el violinista,
que se lo pasó en grande los noventa años que vivió, 
desafiando la cellisca a pecho descubierto,
bebiendo, alborotando, sin pensar nunca en la mujer ni en la familia,
ni en el dinero, ni en el amor, ni en el cielo? 
¡Míralo!, recordando las antiguas comilonas,
las carreras de caballos de antaño en Clary’s Grove, 
lo que dijo una vez
Abe Lincoln en Springfield.

Ese poema, titulado ‘La colina’, una variante del tópico clásico Ubi sunt?, abre la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, que publica Galaxia Gutenberg en en una magnífica edición bilingüe, con traducción, introducción y notas de Eduardo Moga y una presentación de Luis Mateo Díez.
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La Antología de Spoon River, que Edgar Lee Masters (Kansas, 1868-Pensilvania, 1950) publicó en 1915, es no solo el libro más vendido en la historia de la poesía norteamericana, sino también un texto imprescindible para conocer algunas claves de la literatura actual, porque de él procede gran parte de la literatura norteamericana contemporánea. 

Con la Antología de Spoon River Lee Masters desbrozaba el camino que seguiría una parte de la poesía norteamericana del siglo XX, pero abría también la senda que transitaron luego la novela coral o caleidoscópica, el relato breve, la crónica testimonial o lo que en Estados Unidos se denomina “non fiction” o “faction” para referirse a las obras basadas en hechos reales.

En esta obra coral, que determinó el rumbo de la poesía y la narrativa de los últimos setenta y cinco años, todo es raro y sorprendente: su prosaísmo, su narratividad, la brevedad de sus poemas lapidarios, los monólogos desinhibidos y escandalosos de los muertos, el desolador paisaje de emociones y rencores que dibuja el conjunto de esas lápidas en las que los muertos narran, protestan, discuten y se contradicen, se justifican o confiesan sus miedos, sus secretos o sus fantasías.

Y, antes que nada, lo más raro y lo más genial: la idea de componer un libro con las lápidas imaginarias de un cementerio inexistente inspirado en el que existe en Oak Hill, en Lewistown, y en el modelo helenístico de los epitafios y los textos apodícticos de la Antología griega.

La muchacha violada y la mujer adúltera, el asesino y el juez corrupto, el banquero estafador y la maestra rural, el violinista casi centenario y el boticario soltero son algunos de los personajes que yacen bajo casi doscientas cincuenta lápidas que sirven para tejer con sus referencias cruzadas un entramado de veinte historias que los relacionan entre sí para componer el fresco de una danza de la muerte contemporánea. 

Porque aunque aparentemente aquí nada es real y, como los mejores libros de poesía, se lee también como una novela, esta es una obra germinal que puede abordarse además como un docudrama que refleja críticamente la intrahistoria de la sociedad que conoció y combatió Lee Masters, abogado laboralista en Chicago, defensor de sindicalistas, comprometido con las libertades, la justicia social y detractor del imperialismo norteamericano que había mostrado su cara más agresiva, como denunció él mismo, en el hundimiento del Maine en 1898 en busca de una excusa para declarar la guerra a España.

Cumplido largamente el siglo desde su primera edición, la antología de lápidas de aquel club de narradores muertos mantiene la frescura incorruptible de los clásicos y un aire intemporal en su reflejo de la atmósfera emocional y humana a través de los monólogos lapidarios y la tonalidad cambiante de sus diversas voces, de la mezcla de crítica y compasión de una poesía que provocó el escándalo de aquella sociedad puritana.

Abre el volumen una presentación en la que Luis Mateo Díez afirma que “pocas medidas más cáusticas, exactas y elocuentes se han tomado de los seres humanos como las que se exponen en este breviario de injurias, de arrebatos, de zozobra y perdición, pero, también, de fe y esperanza en las fuerzas de una humanidad anónima y desconocida.”

Una de esas voces desconocidas, lapidarias y póstumas, es la de Theodore, el poeta, que bien puede resumir el sentido global del libro:

De niño, Theodore, te pasabas horas enteras 
a orillas del turbio Spoon,
con los ojos clavados en la madriguera del cangrejo, 
esperando a que asomara y después saliese,
primero las antenas movedizas, como pajas de heno,
y luego el cuerpo, del color de la greda
enjoyado con ojos de azabache.
Y te  preguntabas, ensimismado, 
qué sabía, qué deseaba y por qué existía.
Pero más tarde volviste la mirada a los hombres y mujeres
que, en las grandes ciudades, se escondían en las madrigueras del destino,
y esperabas a que salieran sus almas
para ver 
cómo vivían, y para qué, 
y por qué seguían arrastrándose, con tanto ahínco,
por el camino arenoso en el que escasea el agua
cuando declina el verano.

Y este otro es el epitafio de Percy Bysshe Shelley, el ocioso hijo del carretero, muerto de un disparo accidental en el corazón y homónimo del romántico inglés enterrado en Roma:

Mi padre, dueño de la carretería, 
se hizo rico herrando caballos 
y me mandó a la Universidad de Montreal.
No aprendí nada y volví a casa.
Y me dediqué a ir por el campo con Bert Kessler
cazando codornices y agachadizas.
En el lago Thompson, el gatillo de mi escopeta 
se enganchó con la borda de la barca 
y el disparo me perforó el corazón. 
Mi querido padre me erigió esta columna de mármol, 
en la que se alza una estatua de mujer 
esculpida por un artista italiano.
Y dicen que las cenizas de mi tocayo 
fueron esparcidas cerca de la pirámide de Cayo Cestio 
en algún lugar próximo a Roma.

Hoy llega a las librerías esta estupenda edición, la más completa y rigurosa de cuantas se han publicado en español, de la Antología de Spoon River, que Borges definió como “una de las obras más auténticas de la literatura de América.”