20 enero 2025

La batalla cultural del largo siglo XX





La batalla cultural no es una guerra ideológica: es mucho más. Es un debate de ideas para sostener un modelo de civilización. Por eso he creído que Un duelo interminable es el título apropiado para el presente libro que está orientado a describir la batalla cultural del largo siglo XX (1871-2021). Es una confesión al verme yo mismo como uno de los duelistas citados como testigos de este ejercicio intelectual de tan vastos horizontes. Desde los inicios en la primavera de 1871, coincidiendo con la Comuna de París, el aspecto de búsqueda de una razón de la historia se ha considerado con repetida insistencia: hace menos de un mes leí un libro dedicado a renovar la idea de Occidente y descubrí que era un producto más de una batalla cultural que no parece tener un final. De momento, me detengo a describir ciento cincuenta años llenos de una increíble animación por saber si la verdad anida en la vida humana y no es una ilusión necesaria a la hora de irnos a dormir y poder así soñar. Se trata por tanto de una época comparable, por su intensidad y repercusiones, a algunas otras, e igualmente perturbadora por los cambios profundos producidos en los diferentes planos de la realidad, desde la ecología a los juegos del intercambio económico, desde la demografía a la técnica, desde el trabajo agrícola a la poética.

Con ese párrafo abre José Enrique Ruiz-Domènec su monumental Un duelo interminable. La batalla cultural del largo siglo XX, que publica Taurus.

Es un metódico recorrido multidisciplinar por ciento cincuenta años de debate cultural, intelectual e ideológico: los ciento cincuenta años de crisis, transformaciones y conflictos ideológicos que transcurren desde la primavera de 1871, con la insurrección de la Comuna de París y el nacimiento de un nuevo espíritu crítico, hasta 2021, inicio del siglo XXI, cuando “todo el mundo quiere saber si tras la batalla cultural del largo siglo XX, vale decir, pasado 2021, estamos en trance de una ruptura o de una continuidad: representa el tipo de argumento por la que se está dispuesto a acudir a una conferencia. El artificioso período actual es amenazador, los programas de televisión insoportables, los Gobiernos confundidos y los periódicos sometidos a normas poco transparentes. ¿Y entonces qué decir? ¿Ruptura o continuidad?”

 Organizado de manera cronológica en veinte capítulos que se articulan internamente en secuencias breves, Un duelo interminable es un ambicioso ensayo crítico de historia del pensamiento en el que la profundidad analítica y el rigor intelectual del autor no impiden la claridad expositiva de un complejo panorama global en el que se conjugan la historia y la literatura, la música y la filosofía, la pintura, el cine y la política para reflejar una realidad dinámica y conflictiva desde una perspectiva comprensiva e integradora, sin dogmatismo ideológico ni prejuicios apriorísticos.

Una perspectiva que integra a Los Beatles y Zelenski, Adorno y Stravinski, Le Goff y Mallarmé, Huizinga y Joyce, Schönberg y Stalin, vuelcos históricos y momentos singulares, tramas cambiantes y mundos anfibios posmodernidad y globalización, apocalípticos e integrados y refleja en definitiva los duelos intelectuales y las disputas dialécticas entre el pasado y el futuro en el mundo occidental.

Esa tensión dialéctica es en gran medida la base estructural del enfoque de Un duelo interminable, que arranca con dos maneras de entender la historia de la cultura, las que representan Titus Burckhardt y Jules Michelet, porque significativamente -como señala Ruiz-Domènec al inicio de su recorrido- “los dos primeros dualistas de la batalla cultural que define el largo siglo XX son dos historiadores”, lo cual tiene mucho que ver con una de las líneas de fuerza del libro: que el pasado es una construcción cultural en continua revisión interpretativa.

“Hacer historia no se descompone en relatos sino en imágenes”, escribió Benjamin. Y Un duelo interminable es también eso: una sucesión de escenas significativas representadas en un escenario por el que desfilan Nietzsche frente a Wagner (“Nietzsche contra Wagner es el mejor icono del ambiente cultural entre 1871-1887”), Henry James frente a Oscar Wilde; Walter Pater frente a  Valle-Inclán; Bernard Shaw frente a Chesterton o Malatesta frente a Apollinaire hasta llegar a Sartre frente a Kerouac, a Eco frente a Marcuse, a Salinger frente a Pasternak, Habermas frente a Foucault, Hobsbawm frente a Judt o a Harari frente a Ratzinger “ante la puerta giratoria del futuro.”

Son imágenes que resumen un periodo histórico en cuyo centro “tuvo lugar una guerra de treinta años, comenzada en agosto de 1914 y concluida en agosto de 1945, que minó Occidente y, por extensión, el resto del mundo.”

Imágenes de una época en que “la crisis de la civilización occidental fue advertida, y diagnosticada, desde el comienzo mismo del periodo por Friedrich Nietzsche” y por tanto “orientarse entre los acontecimientos que tuvieron lugar en esos ciento cincuenta años no sólo resulta una tarea necesaria para entender las oscilaciones del oficio de historiador, porque los hallazgos fortuitos, las noticias, las investigaciones o las experiencias debían relacionarse entre sí (como encontrar, por ejemplo, un nexo entre la centelleante llamada a hacer una historia comparada de las civilizaciones y la persistente pasión por exaltar las glorias nacionales), sino también porque todas las grandes novedades de este periodo histórico parecían reclamos a los que creían en un eminente colapso de la civilización occidental en medio de una generalizada apatía trufada de obligada resignación.”

Esa sucesión narrativa de duelos intelectuales sobre los que se ha construido la contemporaneidad apunta siempre a un mismo centro: el conflicto cultural entre el pasado y el futuro, la dualidad entre lo que desaparece y lo que emerge o se renueva, la aparición de “organismos nuevos sobre un horizonte abierto al futuro que exige el derrumbe de lo antiguo. Nadie permaneció sin temblor en el ánimo: la vida en ambos casos se agitó entre lo viejo y lo nuevo, entre el desencanto y la esperanza. Por ello, ante los llamados a seguir el curso de los acontecimientos, se propone una pregunta crucial: ¿el desafío tendrá una respuesta a su altura? Aquí está la génesis de la idea que ha motivado este libro.”

Un libro que se propone “seguir los pasos de una batalla cultural con múltiples caras durante ciento cincuenta años, desde 1871 a 2021, que nos permita una renovación en profundidad del curso de los acontecimientos del largo siglo XX y una lectura prometedora de los principales dualistas que se enfrentaron con claridad y carácter a un duelo interminable por definir en la nueva era que está por llegar si la historia debe cambiar o, por el contrario, ha de continuar.”

Porque, como reconoce Ruiz-Domènec al final del último capítulo, “la batalla cultural prosigue.”