12 enero 2025

Un florilegio toledano apócrifo



 ¿Para salvar la esencia de la rosa 
o echarle leña al fuego de la vida? 
¿Para hurgar en la llaga y en la herida 
o dejar el amor en cualquier cosa? 

¿Para frenar la sombra avariciosa 
que persigue a la luz desprevenida?
¿Para, tal vez, cerrarle la salida 
a la muerte que avanza silenciosa? 

Un poeta le cambia la postura 
al agua, al sol, al pájaro y al viento 
y los viste con túnica prestada. 

Y aunque lo llena todo de hermosura 
con el cristal sonoro de su acento 
un poeta no sirve para nada.

Ese soneto renacentista, firmado por Fernando Baldecaleros de Toledo, capitán español que vivió entre 1550 y 1599, es uno de los dieciséis textos que Hilario Barrero reúne en Alhajas, su Antología de poetas toledanos menores, que publica Impronta Editorial.

Dieciséis poetas que coinciden no sólo en la utilización preferente de una estrofa tan vinculada a Toledo desde Garcilaso (quince de los dieciséis poemas son sonetos), sino en sus iniciales, H. B., que curiosamente se corresponden también con las del propio antólogo.

Completan la nómina Hernán Brezo (1513-1562), toledano de la Plaza del Conde; Hércules de Bargas (1599-1654), canónigo penitenciario de la catedral; Sor Hortensia Barrenechea (1792-1858), mística agustina; Helena Balbina de Haveze (1860-1920), “la hija del magistral”, “la Barrett Browning de bargas”; Herminia Barahona de Duarte (1900-1980), “soltera, fumadora empedernida, de pelo corto, rodeada de quince gatos y amiga de Gloria Fuertes; Hilda Betancourt (¿1900? -1980), “la Alfonsina Storni de Toledo”; Hugh Barrington-Fitzpatrick (1900-1941), que vivió en Toledo en los años veinte y “está enterrado en el cementerio inglés de Málaga, cerca de la tumba de Jorge Guillén”; Héctor Bordón (1917-1997), “Magistral de la Primada; Higinio Berruguete (1921-1999), cronista arisco y bibliotecario franquista; Humberto Borja (1925-2005), predicador famoso que “murió en olor de santidad”; Heliodoro Buitrago (1940-), que trabajó en Hacienda y escribió un librito de siete sonetos que “se quedó compuesto y sin novio”; Honorio Bocángel (1944-), “el muchacho que iba para poeta, retraído, que daba la vuelta a Toledo de madrugada y escribía poemas a golondrinas que le acompañaban en el verano”; Heráclito Belvis y Díaz de la Cepa (1944-1994), que “dejó de ser poeta […] cuando le nombraron director de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Toledo”; Homero Bricolaje (1946- ); profesor con “problemas conyugales, tendencias bisexuales y un súbito enamoramiento de alguien en uno de sus clandestinos viajes a Madrid”, y Hanna Butterfly (1947-), “que en realidad se llamaba Eufrasia, como su madre”. Es la autora de este “soneto con parafernalia fascista y claves lésbicas” que cierra la antología:

Garza, pichón, paloma, corza mía: 
manantial de agua clara, luz y fuego, 
lucha, puñal, pasión, llanto y sosiego, 
tu mirada cristal, melancolía 

en el silencio de tu eucaristía, 
ríos de libertad donde navego, 
espiga de tu pan, desasosiego 
de no poder beber de tu ambrosía. 

Dame de nuevo, amor, tu azul camisa, 
la boina roja, el sol y los luceros, 
laurel, prisión, pistola y correaje. 

Preparo el lubricante, ven deprisa, 
desnúdate, tensemos los aceros, 
estás necesitada de un masaje.

Ironía, humor y ejercicio estilístico en un divertido y apócrifo florilegio poético toledano presentado por una nota inicial en la que J. N. advierte que “olvida el antólogo incluir a varios poetas toledanos, especialmente a don Heraclio Bastos, autor de una ingeniosa obra cantando a la baraja española en lustrosos sonetos. O a Helena Bai, un poeta travestí que hizo su carrera en El molino rojo y terminó sus días de ayudante de cámara del rey.”

De seguro que Hilario Barrero habrá tomado cumplida nota y estará rastreando esos prometedores textos para añadirlos en próximas ediciones a este “delicado cofre que guarda dieciséis piedras preciosas.”