Descortesías, de Miguel Floriano
“Prefiero la excentricidad de un ególatra que el temperamento ladino de un falso modesto. Nada se aleja tanto de la verdad como la modestia”, escribe Miguel Floriano en una de las reflexiones sobre vida y literatura de Descortesías [2014-2024] que publica La Isla de Siltolá en la colección Levante.
Algunas de esas reflexiones se atribuyen a O. Chantilly, el heterónimo al que se le atribuyen varios fragmentos del libro. Un personaje “del que solo se han podido recoger citas dispersas en cuartillas” y esta demoledora descripción atribuida a Harold Bloom:
Alto, tímidamente miope, atildado, impertinente, un poco à la Montesquiou. Luce un bigote victoriano. Hasta los diecisiete fue tratado como niña por su madre, que estaba mal de la cabeza. Cuando volvió el padre, que era un inmenso propietario en Madagascar, encerró a su madre en una institución y lo envió a una academia militar. El padre murió cuatro años después, y la madre, recuperada, lo volvió a travestir. Hasta los veinticuatro, en que quedó huérfano. Su caso fue conocido por Virginia Woolf, que se inspiró en él para Orlando.
En su pluma de seudónimo de Ferdinand Odile Joseph Boutruche (1896-1978) se ponen líneas como estas, datadas en 2021, casi medio siglo después de muerto:
De poesía solo se puede hablar poéticamente, porque la poesía es tanto lo que se dice, como la forma de decirse. Intentar hacer exégesis de un poema es un fraude o una estupidez. Y en cualquier caso un insulto a la inteligencia de los poetas.
La poesía y la vida, la condición humana y el lenguaje, la enseñanza o la política (“una forma mediana de literatura”) se muestran bajo la mirada inquisitiva y la palabra afilada de Miguel Floriano:
¡La vanidad de los poetas consagrados! Se pican a veces, y se comen los ajos públicamente. Sus heridas no dejan de chillar durante el sainete. Siempre están dispuestos a reír, hinchados de condescendencia, pero cuando alguna verdad incómoda amenaza con arrimárseles ya no les apetece tanto la sonrisa. La consecuencia de no convencer, de que te falte el estilo que justifique o respalde tanta presumible ética de las convicciones, tanta palabra grave. ¡Estudia armonía! ¡Cámbiate de orejas! ¡Alquila un epígono que te mantenga entretenido!
Son algunas de las cavilaciones, autocríticas y causticidades, a veces en forma de apócrifos irónicos de Cervantes o Bolaño, de un poeta que sabe que “el buen poema es un hallazgo de la incertidumbre.”
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