El Madrid de Felipe IV
“La capital del vasto imperio hispánico, corazón de un mundo, centro de la política universal, orgullo de los habitantes de sus dilatadas provincias y colonias, meca de curiosos, diplomáticos, pretendientes, viajeros, ambiciosos y soñadores de toda laya, no era, ciertamente, en los días del cuarto Felipe, una ciudad maravillosa que correspondiese a su representación y a su fama.
No ya Londres, Viena o París, sino cualquier Corte europea, aun la de soberanos oscuros, como los príncipes de la fragmentada Alemania, superaban a Madrid en belleza y suntuosidad de edificios, calles y paseos. […]
Sin embargo, los contemporáneos hablaban de la capital española con admiración y deslumbramiento, rivalizando en su elogio poetas e historiadores”, escribe José Deleito y Piñuela en Sólo Madrid es Corte, que acaba de publicar Ediciones Ulises en su Colección Madrid.
Subtitulado La capital de dos mundos bajo Felipe IV, apareció en 1942 con un prólogo de Gabriel Maura que se recupera en esta edición, con la que se inicia la publicación de la serie de siete obras que Deleito dedicó a mirar de cerca la España de Felipe IV a través de la reconstrucción intrahistórica de la vida cotidiana.
Títulos como El declinar de la Monarquía española, El Rey se divierte, También se divierte el pueblo, La mujer, la casa y la moda en la España del rey poeta, La mala vida en la España de Felipe IV o La vida religiosa española bajo el cuarto Felipe: Santos y pecadores, que consagraron a Deleito y Piñuela como un renovador de los estudios históricos.
Varias décadas antes de que la historia de la vida cotidiana se convirtiese, de la mano de Fernand Braudel en Francia y de Peter Burke en Inglaterra, en una de las direcciones más renovadoras de la historiografía contemporánea, José Deleito y Piñuela (Madrid, 1879 - 1957), krausista y catedrático de la Universidad de Valencia depurado por el franquismo, publicó entre 1935 y 1952 siete tomos sobre la vida española bajo el reinado de Felipe IV que se convirtieron muy pronto en títulos de lectura ineludible para quien quisiese acercarse a la historia del siglo XVII en España.
Ese Siglo de Oro declinante no puede ser entendido por el lector actual sin leer estas obras de Deleito y Piñuela, que traza en ellas un recorrido intrahistórico para reconstruir de forma plástica y cercana el pulso de la vida diaria a través de los círculos cortesanos y los ambientes de las clases bajas, el vecindario de una corte divertida y peligrosa bajo la dejadez de un rey flojo, dominado primero por los favoritos y en sus postrimerías por monjas proclives al misticismo histérico.
Los Avisos y Noticias -los periódicos de la época-, las crónicas antiguas y modernas, las obras de teatro, los libros de viaje o los textos poéticos o narrativos son la base documental de la que arranca Deleito para construir estas obras admirables mediante cuadros vivísimos que evocan el acontecer diario: las fiestas, la educación, la higiene, la moda o la vida religiosa “en múltiples, pero fragmentarias, informaciones de la época.”
En el prólogo de Sólo Madrid es Corte Gabriel Maura destaca de Deleito “su laboriosidad infatigable, sus escrupulosos métodos de trabajo y la correcta lisura de su estilo.” Rigor documental y agilidad narrativa que son las dos claves fundamentales de estos libros, repletos de citas literarias y alusiones documentales que aportan una gran cantidad de informaciones intrahistóricas sobre la época y que son teselas del amplio y trabajado mosaico que se completa en el conjunto de la serie.
“Consagraré el presente volumen -escribe Deleito en la ‘Advertencia preliminar’- a estudiar cómo eraa Madrid y cómo se vivía en él bajo el cetro de Felipe IV, el rey mujeriego y abúlico, en cuyo tiempo empezó a derrumbarse el Imperio español, pero a quien la adulación cortesana llamó el Rey Planeta y Felipe el Grande.”
Los seis apartados del libro abordan el escenario en que se movía el madrileño de entonces a través de aspectos como el recinto urbano y el aspecto general de aquel Madrid, sus calles principales y sus plazas, los lugares de expansión, como los paseos del Prado de San Jerónimo y de Recoletos o el río Manzanares; las construcciones civiles y los edificios religiosos, las iglesias y los conventos, las fuentes, el vecindario y la higiene, la suciedad y el descuido, la basura como recurso profiláctico, el régimen municipal y la administración, el abastecimiento, las tabernas y los vinos, los refrescos y las alojerías, los figones y los bodegones, las posadas y sus riesgos, la industria y el comercio, las tiendas y los mercados, los gremios, el día y la noche de la vida madrileña, desde la asistencia a misa a los peligros nocturnos de amor y sangre de la Corte, pasando por los mentideros y las gradas de San Felipe, las tardes en el Prado y las diversiones en el Manzanares, en la Huerta de Juan Fernández, en campos y jardines en aquel Madrid que, en palabras de Lope de Vega, estaba “caro pero famoso”.
Se completa así un panorama global que aborda “los diversos aspectos topográfico, material, psicológico y social que Madrid ofrecía” para “presentar aquí aquel pueblo matritense, devoto y frívolo, ocioso y bullanguero.”
Un admirable y animado fresco que se completa con el apéndice gráfico que reproduce las diez imágenes que aparecían en la edición original de 1942 y se cierra con una ‘Conclusión’ en la que Deleito explica que “sí, frente a todas las adulaciones cortesanas, Madrid, materialmente, era un lugarón feo, sucio y destartalado; si en el orden moral padecía los estragos de las grandes e improvisadas aglomeraciones urbanas, juntamente con la relajación de ideales y costumbres peculiar en la España de los Felipes, en compensación fue la Villa y Corte realzada en aquel periodo por sombras augustas, que la poblaron con ecos y matices de inmortalidad. Fue el Madrid de Felipe IV el que presenció la apoteosis de Lope de Vega al morir el Fénix de los ingenios, el que oyó las sátiras agudas y los dichos cáusticos de Quevedo, el que aclamó a don Pedro Calderón -los tres madrileños ilustres-; fue el que alcanzó en su cenit nuestro teatro clásico, y vio pintar los más famosos lienzos de Velázquez; fue el que, con sus lances de amor y fortuna, citas furtivas, pláticas ingeniosas, duelos callejeros y románticas aventuras de tapadas y embozados, había de llenar toda una literatura galante y caballeresca, que daría la vuelta al mundo.
Son títulos harto sobrados para señalar un luminoso jalón en la historia de Madrid, y eternizar su recuerdo.”
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