Fin de poema
Sentí un funeral en mi cerebro.
Ese conocido verso de Emily Dickinson se utiliza como orientadora cita de apertura de Fin de poema, la novela de Juan Tallón que recupera Anagrama en una edición revisada por su autor más diez años después de la primera.
Turín, Buenos Aires, Boston y Sant Cugat son los cuatro escenarios en los que se desarrollan las veinte secuencias alternantes de las cuatro partes de Fin de poema para reconstruir las últimas horas de cuatro poetas suicidas: Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton y Gabriel Ferrater.
A medio camino entre el ensayo y la novela, Fin de poema es una intensa incursión en los cuatro mundos atormentados de cuatro poetas en los que se funden la vida y la escritura para explicar sus trágicos desenlaces, su muerte a propia mano:
Cesare mira cómo se derrite la ciudad desde la ventana de su dormitorio, lánguido, sin poner nada de su parte, casi ni el color de las cosas. Se derrite lentamente, igual que el sol de la infancia.
Ayer recordé -cuenta Alejandra a su amiga Olga, a la que recibe en su casa- el nombre de un amigo de papá. Se llamaba Campuzano y era boxeador.» Los recuerdos de Alejandra son trozos de un cristal roto que meses después de que el vidrio se rompa aparecen en cualquier esquina.
Anne bajó la ventanilla del Cougar, y con todas las manos ocupadas, en el cigarro, el volante, la palanca de cambios, la manija de la ventanilla, como si tuviese seis manos, exclamó: «Nos vemos en el infierno, amor mío». Maxine, desde la acera, con un vaso de vodka todavía en la mano, sonrió con cierto grado de acuerdo, asumiendo que, en el fondo, no había sitio mejor que el infierno para dos mujeres como ellas. Eufórica, Anne arrancó con sus tres vodkas pisando el acelerador. Por delante tenía cuarenta millas hasta su casa, en Weston. Pronto anochecería, y la oscuridad prometía ser hostil y perfecta.
Gabriel entró en la biblioteca con sus habituales gafas oscuras y se dirigió a la estantería en la que sabía que estaba el ejemplar de la edición italiana de El hombre sin atributos, la obra que siempre le había proporcionado eso que él llamaba placer de chimenea. La noche anterior había querido remitirse a un pasaje de la novela, durante una discusión con Francisco Rico, en El Mesón, y no había podido al no recordarlo con exactitud. La precisión era importante para Gabriel, que ya era un hombre mellado por los olvidos.
La soledad y la desesperación, la oscuridad y el vacío creativo, la incomunicación y los fracasos amorosos, los manicomios y las borracheras, la literatura y la memoria son los ingredientes narrativos de este Fin de poema, la crónica del desmoronamiento de cuatro poetas a partir de sus versos y sus diarios.
Otros elementos como la relación problemática con el otro, con la palabra y la creación poética, la enfermedad mental, los miedos y las adicciones, el alcoholismo, el peso del pasado y el peso del futuro o el agotamiento creativo forman también parte esencial de los mecanismos rememorativos y traumáticos que explican estas cuatro bajadas al infierno tras las cuatro tempestades interiores que se evocan en la novela a partir de sus versos:
“Todo lo que resta será como abandonar un vicio, / como ver que emerge de nuevo / un rostro muerto en el espejo, / como escuchar un labio cerrado. / Descenderemos al remolino, mudos.” (Cesare Pavese).
“Hace tanta soledad / que las palabras se suicidan.” (Alejandra Pizarnik).
“La suicida llega con una reserva de pastillas cosidas / al forro de su vestido de novicia.” (Anne Sexton).
“Vendrá el día más largo de un larguísimo / verano. De buena mañana, antes de que el teléfono / llame a playa o bosque, nos marcharemos.” (Gabriel Ferrater).
Cuatro escenarios en ruinas, cuatro paisajes tras un incendio interior que Juan Tallón reconstruye narrativamente con una rara mezcla de distancia emocional y cercanía de tono y estilo para trazar un mapa de la autodestrucción desde el relato de lo cotidiano sobre un fondo literario por el que circulan Cortázar y Kafka, Natalia Ginzburg y Alberto Moravia, Olga Orozco y Silvina Ocampo, Kierkegaard y Beckett, Tolstói y Robert Lowell, Sylvia Plath y Jaime Salinas.
Juan Tallón traza así un mapa humano y literario de la desolación. Un mapa compuesto por veinte secuencias sucesivas y alternantes, organizadas en cinco movimientos dedicados a cada uno de los cuatro protagonistas: los cuatro poetas atormentados en el límite de las crisis vitales, emocionales y literarias que les llevaron al abismo irreversible del silencio y el suicidio.
Y, en algún momento, un cruce circunstancial de las cuatro historias: el libro de Gabriel Ferrater que Cortázar le envía a Alejandra Pizarnik o la fotografía de Anne Sexton entre las páginas de un libro de poemas de Pavese.
Estas son las líneas finales de las últimas secuencias dedicadas a cada poeta:
Turín. Cesare Pavese: “Ya en casa, después de leer en griego algunos pasajes de la Ilíada que sabe de memoria desde hace veinte años, se entregó a la relectura de Wakefield, de Nathaniel Hawthorne. No entiende cómo todavía consigue brotar una sonrisa de esta tristeza que todo lo cubre y descompone. Son los misterios de la existencia, esos hechos inexplicables que, a pesar de no tener ya la menor ilusión, deparan un acto de vida de la nada. Nunca ha entendido cómo, sabiendo lo que sabe, es capaz de incurrir en un acto negado por su saber.”
Buenos Aires. Alejandra Pizarnik: “En la mesilla de noche, en labores de vigilancia, permanece el ejemplar de Niebla, de Unamuno, que el viernes, al dejar el psiquiátrico de Pirovano, pidió prestado a Roberto Yahni. No puede sino sentir frío. Su destino confluye ya con el de Augusto Pérez, ella se siente también un ser ficcional, un fantasma, alguien que deambula entre el sueño y la vigilia, la vida y la muerte. Nada posee sentido, y a ese vacío se añade, como en la novela unamuniana, la preocupación literaria. Su poesía ha desaparecido. La jaula se ha vuelto pájaro / y se ha volado / y mi corazón está loco / porque aúlla a la muerte / y sonríe detrás del viento / a mis delirios. / Qué haré con el miedo.”
Boston. Anne Sexton: “Reparó en el sabor a tabaco de su boca, y se definió como una mujer sucia y vulgar que había pospuesto la hora del vacío con la poesía, pero que a la vez, con la poesía, se había desalojado por dentro hasta quedar reducida a paredes y pintura en las paredes. Todo iba bien y de pronto fue muy mal. Fue en un instante que no coge en un segundo, en el tiempo que se mete y se saca aire de los pulmones, en el intervalo en el que se pestañea, en el instante que se traga saliva, justo en el que tardan en ocurrir estas cosas, todo pasó de ir bien a ir mal. Fatal. Asqueada, Anne se levantó y se dirigió al garaje con sus pies descalzos y con su vaso vacío en una mano.”
Sant Cugat. Gabriel Ferrater: “Recordó que dejaba una deuda de treinta y nueve mil pesetas en la librería Herder, que con el tiempo Marta —conociéndola— saldaría íntegramente, aunque a plazos. Recordó que a él no le ocurriría como a Raymond Chandler, que se quiso suicidar pero falló el tiro, y aunque nunca más lo intentó, tuvo que aguantar que sus amigos lo fastidiasen diciéndole que escribía buenas novelas de crímenes, pero que no sabía suicidarse bien. Todo lo que ocurrió después resultó mecánico, como si en realidad ocurriese en tiempo pasado. Fue a la cocina, abrió un cajón, sacó una bolsa de la basura, regresó al salón, se sentó en el sofá, se quitó las gafas oscuras, cubrió su cabeza con la bolsa, la apretó por el cuello, esperó. Por ahora no digamos nada: / no alarmemos a nadie / mostrando la herida / sangrante y purulenta. / Démosle tiempo y olvido. / Callemos hasta que nadie / ni yo mismo, / lo pueda / confundir aún conmigo.”
<< Home