La torre de Yeats
El irlandés W. B. Yeats (1865-1939) es uno de los poetas imprescindibles del siglo XX, creador de una poesía que plantea un peculiar diálogo entre el poeta y el mundo. Un diálogo del que surge una expresión lírica en la que coexisten la tradición y la modernidad, lo objetivo y lo subjetivo, lo autobiográfico y lo visionario, la expansión y la contención, lo local y lo universal, y el tono confesional convive con la alucinada voz del bardo o del oráculo.
Comprometido con los movimientos nacionalistas de finales del XIX, Yeats asume en su ideología y desarrolla en su obra una conciencia reivindicativa de las raíces culturales y de la mitología céltica que está en la base de sus primeros libros y a lo largo de una obra en la que se funden ejemplarmente vida y poesía, ideología y literatura.
En 1917 Yeats compró Thoor Ballylle, una torre medieval en el campo, cerca de Galway, al oeste de Irlanda. Convertida en una metáfora de sí mismo y de su poesía (“Me gusta pensar en ese edificio como un símbolo permanente de mi obra claramente visible al paseante”, escribía en una carta), esa torre dio título a un libro de poemas que publicó en 1928 y que se iría ampliando en ediciones sucesivas para recoger en su edición definitiva poemas escritos entre 1912 y 1933.
Lo abre ‘Rumbo a Bizancio’, uno de los poemas esenciales de su autor. Estas son las dos primeras de sus cuatro estrofas en la magnífica traducción de Andrés Catalán que acaba de aparecer en El libro de bolsillo de Alianza editorial:
I
Aquel no es un país para viejos. Los jóvenes
en brazos unos de otros, los pájaros que cantan
-generaciones moribundas- en los árboles,
cascadas de salmones, mares llenos de caballas,
ya anden, vuelen o naden durante el verano entero
todos encomian cuanto es engendrado, nace y muere.
Atrapados en esa música sensual todos olvidan
los monumentos de la imperecedera inteligencia.
II
Un anciano no es sino algo miserable,
un gabán andrajoso sobre un palo,
a no ser que el alma aplauda y cante,
y cante aún más por cada andrajo de su mortal vestido,
pero no se aprende a cantar sino estudiando
los monumentos de su propio esplendor;
y por eso he surcado el mar hasta llegar
a la ciudad sagrada de Bizancio.
Cada vez más honda y meditativa, la poesía de Yeats alcanza su cima en estos poemas maduros de La torre, en los que el diálogo consigo mismo, la emoción, el sueño y el paisaje, el mito clásico y las leyendas célticas, la memoria y el fervor patriótico vertebran una escritura atravesada por la conciencia aguda de la temporalidad, la capacidad de sugerencia y la fuerza de las imágenes.
El tiempo y la memoria, Irlanda y el amor, las torres y la llama forman parte del imaginario poético de uno de los poetas imprescindibles del siglo XX, creador de un mundo propio de imágenes que conjugan pensamiento y emoción con la afirmación de la propia identidad y el sentimiento del paso del tiempo.
Así comienza ‘La torre’, el largo poema que escribió en 1926 y da título al libro:
¿Qué voy a hacer con este absurdo
-ay, corazón turbado-, esta caricatura,
y esta edad decrépita que me han atado
como el rabo de un perro?
Nunca tuve
imaginación más exaltada, apasionada,
fantástica que ahora, ni un ojo ni un oído
que se prestasen más a lo imposible…
No, ni en mi niñez cuando con caña y mosca,
o la lombriz humilde, subía a la loma de Ben Bulben
con todo un eterno día de verano por delante.
Se ve que debo mandar a paseo a la Musa,
optar por la amistad de Plotino y Platón
hasta que la imaginación, ojo y oído,
se conformen con razonar y traten
de abstracciones; o bien sufrir el escarnio de
tener que ir arrastrando un puchero abollado.
Poesía de la expansión y la contención, a la vez localista y universal, de su modernidad sin consuelo, de su hondura creciente y su fuerza expresiva da una muestra significativa la espléndida traducción de Andrés Catalán, que ha escrito para esta edición un texto introductorio -‘Una torre en Irlanda’- en el que destaca que “la torre no es un ensimismamiento nostálgico, sino a menudo un otero desde el que contemplar, reflexionar y cantar con ironía y lucidez sobre un paisaje que es a la vez simbólico y real, interior y exterior, y, sobre todo, donde el pasado tiene el mismo peso que el futuro y donde el presente, que en aquellos momentos era de todo menos tranquilo, llegaba a llamar con la culata de un fusil a la misma puerta de la fortaleza. La torre era, después de todo, un vetusto edificio antiguamente ocupado por hombres de armas, durante mucho tiempo testigo de guerras convulsas.”
“Yeats no escribía colecciones de poemas, sino libros con espíritu de arquitecto”, añade a propósito de la construcción de La torre y de las reformas estructurales a que sometió al libro en las sucesivas ediciones. Ediciones revisadas que reordenaban un conjunto de poemas del que forma parte la serie Un hombre joven y viejo, que termina con estos versos:
No haber vivido es lo mejor, dicen los viejos clásicos;
no haber respirado el hálito de la vida, no haber mirado al ojo del día;
lo segundo mejor es un alegre buenas noches y sin más marcharse.
Una magnífica edición bilingüe que incorpora al final las notas aclaratorias que Yeats incorporó en las primeras ediciones de la obra.
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