Obra reunida de Pedro Garfias
El verso humano pesa.
Yo lo cojo en mis manos
y siento que me dobla las muñecas.
Mi traspiés juega mal con el camino
y mi dolor contigo, oh blanca primavera.
A veces de lo hondo del silencio
que bordean las flores y la brisa
acude el largo grito a mi garganta.
La primavera rápida se esquiva,
se rompe en mil pedazos
el aire de veloz cristalería
y cubre el sol sus desnudados miembros
como una virgen tímida.
Yo quedo sobre un monte de tinieblas
aullando al horizonte de mi vida
Desde esta primavera luminosa
¿por qué no recordaros,
vosotros que conmigo compartisteis
la lluvia y el espanto?
De vuestra sencillez sabe este agua,
de vuestra dignidad sabe este árbol.
Acaso vuestros rostros en borrasca
rimaran mal con este culto prado:
pero también su cultivado césped
lo ha sido por las manos.
Hombres de España muerta, hombres muertos de España
¡venid a hacerles coros a estos pájaros!
Con ese texto cerraba Pedro Garfias (Salamanca, 1901- Monterrey, 1967) su Primavera en Eaton Hastings, un “Poema bucólico” en veinte partes y dos “intermedios de llanto”, que escribió en Inglaterra entre abril y mayo de 1939, poco antes de exiliarse en México, donde alcanzaría su mayor altura poética y donde también se produciría su progresivo declive personal y literario y su irreversible deterioro de alcohólico y hombre errante y desarraigado.
En México aparecería a finales de abril de 1941, aunque con fecha de 1939, que es la de su composición, ese primer libro de su exilio, seguramente su obra más intensa y culminante, que forma parte de la monumental edición en dos tomos de su Obra reunida. Verso y prosa que han preparado Francisco Estévez y Juan Pascual Gay en la colección de Estudios del 27, del malagueño Centro Cultural del 27.
En la Presentación aclaran los responsables de esta edición que, frente al desaseo, la incuria, la falta de rigor o la confusión de las anteriores ediciones de la obra del autor, “aportamos quizás la edición más completa de poesía y prosa de Pedro Garfias. No titulamos Obra completa porque las circunstancias de escritura del autor impiden pronunciar la última palabra. En el mejor de los casos, intentamos reunir lo que hasta ahora se ha publicado de manera dispersa.”
Porque, como recuerdan Francisco Estévez y Juan Pascual Gay, el poeta errante y desorientado, desordenado y memorioso que fue Garfias era propenso a escribir en cualquier sitio y en los soportes más efímeros, desde servilletas a pajaritas de papel, lo que dificulta notablemente la recopilación de su poesía.
De hecho, es muy significativo que el primer volumen de esta Obra reunida dedique más de cuatrocientas páginas a los poemas dispersos de Garfias antes de recoger sus libros, desde El ala del Sur (1926) hasta Río de aguas amargas (1953).
En la Introducción que recorre la vida y la obra de Pedro Garfias, unidas estrechamente, destacan los autores de esta edición crítica el intenso componente autobiográfico de la obra de Garfias. Sobre todo de una poesía que “es testigo de los avatares de su existencia, una escritura autobiográfica. Pocas veces hay una relación tan estrecha entre vida y obra como en este autor, en escasas ocasiones la poesía resulta una elaborada consecuencia de la experiencia inmediata.” Porque -añaden-“la poesía de Pedro Garfias es también una bitácora o un diario privado. Una escritura que revela la situación del autor a cada momento.”
Por eso “da la impresión de que en su poesía hay muchas poesías de acuerdo con su situación: la poesía de quien quiere ser poeta; lo que quien la adopta como arma de combate; de quien no renuncia a su compromiso ideológico; la del desterrado que a su vez se exilia del exilio. Al final, solo queda el hombre frente a su poesía.”
Y así, además de los dos periodos evidentes por razón geográfica, el español y el mexicano, hay una evolución poética y vital de Garfias que se remonta a los inicios vanguardistas en la línea hispánica del ultraísmo. Pedro Garfias fue un notable poeta ultraísta, aunque no recogió en un libro unitario esos poemas de vanguardia, dispersos en revistas. Parte de esa producción la rescató en su primer libro, El ala del Sur, un volumen heterogéneo desde el punto de vista estilístico en el que conviven los juegos tipográficos y verbales del ultraísmo con las recuperaciones neopopularistas de romancillos y canciones auspiciadas por Juan Ramón Jiménez y seguidas por el 27 emergente del Lorca de Canciones y el Romancero gitano o el Alberti de Marinero en tierra o El alba del alhelí. Esta ‘Canción’ es un ejemplo significativo de ese neotradicionalismo poético de Garfias:
Como una flor nueva
se abre la mañana
alza sobre el viento
su voz la montaña
y exprimen las horas
zumos de naranja
sobre tus pupilas,
que fluyen miradas
colmadas y dulces
como campanadas.
Campanadas frescas,
brotes pensativos...
Dicen a tus ojos
su primer suspiro
el río y el árbol,
el árbol y el río.
Cerraron su etapa española dos libros, Poesías de la guerra (1937) y Héroes del Sur (1938), que reunían la poco apreciable poesía de combate y propaganda que escribió durante la guerra civil.
Y ya en el exilio, el precitado Primavera en Eaton Hastings, un largo monólogo compuesto como un tríptico, articulado con dos intermedios, que representa la cima poética de una trayectoria que cerraría en 1953 Río de aguas amargas, su último libro, que confirma que “en México encontró quizás su voz más personal, indisociable del drama de la guerra civil española y de la experiencia del exilio.”
Un libro último y sombrío, atravesado por la melancolía y la amargura ante las consecuencias trágicas del exilio con temas como el destierro y la soledad, el desarraigo y la pérdida, al que pertenece este soneto dedicado a su compañero de exilio Pedro Camacho:
Yo sé que ya mi voz se va perdiendo,
yo sé que ya mis ojos vuelan poco,
sé que de tanto ya sentirme loco
loco me estoy volviendo,
Sé que mi amor se fue sin haber sido,
que mi vida se va porque así quiere,
y que mi anhelo de vivir se muere
en pasmo convertido.
Sé que esto ya no cuenta y que no es cuento
ni el velo ni el desvelo de la noche.
Apenas siento deslizarse el río.
Al corazón pongo el oído atento.
Como Rubén siento pasar un coche
y pasa por mi carne un largo frío
“Pedro Garfias no murió, se fue muriendo, derrumbándose, desmoronándose por dentro y luego por fuera. Sus versos no mienten. Los últimos apenas una sombra de lo que fueron, incapaces de reivindicarse, imposibilitados de otra huella que la del desenlace inminente”, observan los editores que explican que su prosa, a la que dedican el segundo tomo de su voluminosa edición, “es la de un poeta, siendo poética incluso si no hubiera escrito poesía. Garfias despliega sus intereses sobre motivos muy cercanos a su condición de andaluz y español o a su curiosidad por autores y obras del momento. Sobresalen sus comentarios sobre poemarios de autores conocidos o noveles. Permiten trazar su gusto y su devoción que desemboca en la propia escritura, a veces en contra del prestigio de determinados escritores. Ya en México son escasas las prosas que entrega a publicación, indicativo de que quizás fue un género al servicio de su obra poética. […] Si la poesía de Garfias parece trasunto de su vida, con reticencias la prosa lo es de su poesía.”
Y así, ese segundo tomo recoge, junto con las prosas dispersas publicadas en prensa, el teatro y el epistolario que se conservan de Pedro Garfias, los diez manifiestos de distinto signo que firmó y su único libro en prosa, Cante, toros y poesía, que es una recopilación póstuma publicada en 1983 de sus charlas radiofónicas de 1945 en ‘El consultorio del aire’.
En la primera de ellas, “¡Olé tu gracia, poesía andaluza!”, decía:
Hablo de la poesía andaluza, como del conjunto de poetas que ha producido Andalucía.
Claro está que con características propias.
Por ejemplo, las que posee la escuela sevillana clásica, que fundó Fernando de Herrera, llamado el Divino.
Hay que fijarse bien en esto, porque en Andalucía lo importante es la gracia pero tomada esta palabra en un sentido teológico.
Tiene ángel, se dice de aquello que posee el don divino de la inspiración, de la espontaneidad, y al que no lo posee, le llamamos «malángel», «malaje», en la pronunciación andaluza.
También se dice «desangelado» del individuo falto totalmente de gracia.
Por tanto, la poesía andaluza es aquella que tiene ángel, esto es, luz claridad, precisión.
Es cierto que a un gran poeta sevillano se le ha llamado el Ángel de las Nieblas, sí, pero no de las Tinieblas.
Gustavo Adolfo Bécquer poseía en tal cantidad el don de expresar lo inexpresable, lo inefable, lo inaprehensible, que de ahí ese título.
Y cerraba aquella charla con este párrafo sorprendente en un poeta social y hasta estalinista a ratos, como en el abominable ‘Canto a Stalin’ incluido en Elegía a la presa de Dnieprostoi (1943):
Queramos o no y hasta que una superhumanidad venga a relevarnos, la poesía será siempre manjar delicado y finísimo para muy contados paladares.
Comparecen en esas charlas la novia de Reverte y Enrique el Almendro, Manolete y Paquiro, el torero de pie y el torero de manos, la escuela rondeña y la sevillana, la Argentinita y Pastora Imperio, la Niña de los Peines y Tomás Pavón, Gallito y Belmonte, Cúchares y Pepe-Hillo, Gaona y Arruza, Silverio Franconetti y el cante de las minas, el flamenco y los Miuras, la muerte del Espartero y Enrique el Mellizo, que “no fue nunca cantaor profesional. Llevaba su reserva a tal punto, que según tengo entendido ni a los propios gitanos, hermanos de raza, les cantaba...
Y eso fue en la última etapa de su vida.
Como dicen que hacen los elefantes viejos, que se separan de la manada y van a morir al sitio que los vio nacer, Enrique se fue a Cádiz a pasar los últimos años de su vida.
Como un verdadero misántropo, rehuía el trato incluso con los más allegados.
Pero todas las noches se iba a la muralla a cantar. Únicamente las olas y el viento escuchaban aquellos terribles lamentos que el coloso emitió antes de morir.”
Sin necesidad de hacer elogios desproporcionados y reivindicaciones excesivas de su débil legado poético, los editores realizan en estos dos volúmenes una admirable tarea de recuperación y ordenación del mundo literario de Pedro Garfias.
Un amplio aparato de notas filológicas y aclaratorias acompaña e ilumina los textos reunidos en este plausible esfuerzo de los responsables de esta rigurosa edición crítica que recopila los materiales dispersos, los organiza ajustándolos a su proceso de escritura y corrige las múltiples erratas repetidas en las ediciones anteriores de la obra de Garfias, un indiscutible poeta menor del 27. Como Gerardo Diego, como Emilio Prados, como Manuel Altolaguirre.
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