Epílogo de Pedro López Lara
Todavía nos quedan dos cosas por hacer:
este poema
-que dejaré incompleto- y después
Ese texto, el último de Epílogo, que publica Renacimiento, cierra con doble llave la trayectoria poética de Pedro López Lara.
Es el poema final del libro final de su trayectoria. Pero en ese “después”, que ahora todavía es un “ahora”, no sólo asistimos a una despedida. Estamos celebrando también la persistencia de la vida, de la palabra y de la poesía. Porque “hoy es siempre todavía”, como nos enseñó el mismo Machado que escribió “Se canta lo que se pierde.”
La noción de lugar y de pérdida y la idea del límite, que están también latentes en el título de su reciente antología Por arrabales últimos, forman parte de la armazón temática y de la tonalidad elegíaca que recorre, además de este libro, toda la poesía de Pedro López Lara.
Porque de alguna manera este Epílogo es también una recapitulación y un recuento, una variación en sí menor de las partituras que ha venido interpretando la voz lírica de Pedro López Lara en su extensa -y sobre todo intensa- trayectoria poética desde el inicial Destiempo hasta este tiempo mismo de la despedida, hasta este ‘Repertorio último’ en que el poema regresa a “su silencio germinal” y sobrevuelan la muerte del poeta visionario y distanciado estos ‘Ángeles ineptos’:
Vi el día de mi muerte: lo sobrevolaban
ángeles descreídos, amnésicos,
incapaces de oficiar ningún rito.
Partituras que interpretan los temas que recorren como líneas de fuerza este Epílogo y el resto de su obra: las heridas y la nostalgia del pasado, las ilusiones perdidas y las cenizas. Amor y hostilidades, tiempo y palabras contra el tiempo, pintura y cine, epigramas satíricos y agudos como puntas de flecha o reflexiones sobre la escritura:
Debe el poema ser una ocurrencia,
algo que nos sale al paso y aturde
tan solo unos instantes, los precisos
para recuperar la calma y luego,
cuando aún no entendamos lo ocurrido, escribir su esquela.
Son variaciones y fugas de una voz honda con la que se expresa una mirada penetrante que, desde el logrado equilibrio de pensamiento y sentimiento, busca siempre el fondo interrogativo de la realidad y la conciencia desde su difícil sencillez expresiva. Sencillez aparente que es más método que mero instrumento, porque surge de un trabajo de pulimento del verso y depuración del poema, de la decantación del pensamiento en la lograda transparencia de una admirable precisión verbal y, finalmente, de la clara voluntad transitiva de esta poesía.
Poesía transitiva que nunca, aunque lo parezca a veces, es monólogo ensimismado del poeta, sino diálogo con la memoria, con la conciencia, con la mujer amada, con la cultura, con la poesía y sobre todo consigo mismo. Esa voz y esa mirada, esa palabra y esa presencia lírica generan un clima, o más exactamente un microclima poético y humano que desarrolla una práctica de la escritura como forma de conocimiento y de respiración moral, como brújula hacia el norte de sí mismo o como aguja de marear en las aguas procelosas del mundo. Como en este lúcido ‘Sucedáneo’:
Quien avisa es el traidor.
El otro, el que clava el puñal
o dice las palabras,
es solo un figurante,
un sicario que carga
con el muerto y la fama.
Por eso he definido en otro momento y en este mismo lugar la escritura de López Lara como forjadora de “una obra poética en la que el rigor verbal se convierte en instrumento de una honda meditación que hace de su riguroso ejercicio poético una forma de conocimiento, de arriesgado buceo profundo y a pulmón en el interior de sí mismo.”
Pero hay otro rasgo que quiero destacar en esta obra poética, porque está al alcance de muy pocos: de los poetas que lo son por vocación y no por volición, por necesidad vital y no por la impostura vanidosa de la pose. Ese rasgo es la transferencia entre vida y memoria, entre literatura e identidad, entre arte y emoción, entre mirada y escritura que en los malos poetas, en los falsos profetas de la poesía es puro barniz y no médula y signo de identidad, como en este poeta, que en Epílogo nos deja versos tan memorables como este, que vale por toda una obra:
También se cansa el tiempo de nosotros.
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