Vado permanente, de Francisco Barrionuevo
Mirador. Esa es la palabra que acude insistente a la cabeza de este lector mientras lee el espléndido Vado permanente de Francisco Barrionuevo que publica Mahalta.
Y cae en la cuenta luego de que esa palabra convocada en la lectura de estos poemas tiene una ambivalencia polisémica, significativa e iluminadora: como adjetivo designa a quien mira y como sustantivo, el lugar desde donde mira, un espacio intermedio en que confluyen lo exterior y lo interior, el yo y el otro. Así lo resume el poema que abre el libro y explica su título:
Veo y siento la Realidad,
construyo su Representación. En mí
todo está dentro y fuera, y a la vez.
Atravesamos vados permanentes.
Y seguramente esa confluencia explica algunas de las claves de un libro cuya segunda parte se titula precisamente ‘Ventanas de la casa’, esos lugares de dentro y de fuera. Lugares para la mirada a los que pertenecen los poemas de más alta intensidad emocional y verbal de Vado permanente, cuyo título evoca a la vez el espacio privado y el lugar de la travesía.
Como el muy afilado La sentencia:
Cuando llegué,
la sentencia estaba ya promulgada.
El día había acabado y fui culpable
de haber llegado tarde a mi inocencia.
Fecunda en imágenes y exacta en su trato con la palabra, la de Francisco Barrionuevo es poesía despojada y esencial, poesía de la mirada reflexiva hacia fuera y de la contemplación hacia dentro que acaba completando en el poema un viaje de ida y vuelta, entre la emoción y la reflexión.
Un viaje que desde el interior va al exterior para regresar al punto de partida con el botín sustancial de la experiencia hecha meditación, conocimiento y conciencia transfigurada en palabra poética, como en ‘Dos poemas’:
El poema comienza
cuando alguien reúne los fragmentos
de un jarrón que se ha roto y los transforma
en las alas de un pájaro.
Otras manos
lo entienden de otro modo y se proponen,
pegando los fragmentos, sin retórica,
volver hacia el origen porque saben
que toda cicatriz es una forma
de regresar a casa y el dolor
reclama lo inmediato.
Y al final
tenemos dos poemas: el que deja
el jarrón recompuesto donde estuvo,
y el que abre en la casa una ventana
para que vuele un pájaro.
De esa admirable manera, con esa palabra precisa y contenida, sin estridencias ni faltas de respeto a la sintaxis ni a la música interior que marca el ritmo de la mejor poesía, los textos de Vado permanente surgen del hondo venero de la emoción, del que brota la palabra más transparente en busca de la poesía más alta, de la comunicación más transitiva con el otro, lejos de todo ensimismamiento:
Nada en mí permanece. Soy más yo
cuando más me transformo,
así mis ojos pueden ver el mundo,
pero no a mí mismo.
De mi rostro tan solo reconozco
la imagen de un extraño en el espejo,
la mirada del otro sobre mí.
Y el lector de este libro que ilumina y conmueve asistirá a la reflexión profunda sobre la palabra y el poema, definido como ‘Mirar un árbol para ver el viento’, que da título a la primera parte del libro, en la que se conjuntan mirada y reflexión, emoción y palabra que como en ‘Ventanas de la casa’ salen al encuentro de una realidad que requiere la presencia de una voz que la ordene y reconstruya su sentido, como en este contundente ‘Ave Fénix’:
Quien renace al final de sus cenizas
debe una vida al fuego.
De esa reunión de la voz y la mirada de Francisco Barrionuevo surge un universo poético coherente que integra lo minúsculo y lo inmenso, el océano y el musgo, el tiempo, la memoria y las ausencias, las luces y las sombras, el dolor y el placer, los cuerpos y las almas, el frío y el calor, los cuchillos del agua y la lengua de papel en un viaje seminal de la oscuridad a la luz:
Nací en la oscuridad, voy a la luz.
Soy un árbol.
En la monotonía del desbordante mar sin edad de la niñez, en la afectuosa compañía de otros o en la imagen de las glicinias que “cuelgan del recuerdo del que han florecido”, esta es una poesía que, como señala Gabriele Morelli en la conclusión de su prólogo, “tiende a construir conexiones entre la realidad y su representación interior” y “es la declaración de un acto de amor por la vida que solo la palabra poética puede expresar'.
Palabra que conjura presente y pasado, mirada y sentimiento que atraviesan poemas como este espléndido ‘En el mercado’:
En el mercado me venden
higos secos y nueces.
Yo compro
el recuerdo de mi padre.
Por decenas de textos como ese, Vado permanente es uno de esos pocos libros que contienen el corazón del mundo y no sólo lo reflejan, sino que lo celebran y son además un espejo en el que se mirará el lector y milagrosamente reconocerá su propia imagen en versos memorables como estos:
Y sabré quién ha muerto
si septiembre no llega.
Y participará, con el poeta, en ese ‘Vuelo’ que cierra el libro:
Una pluma en el suelo es suficiente
para saber que un pájaro ha pasado
tratando de encontrar el horizonte.
Yo he descrito sus giros en el aire
desde la incertidumbre de mi vuelo.
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