Vida de Leonardo
Esta es la historia de un chico de campo. Hijo natural de un notario y de una esclava, una muchacha fuerte y salvaje venida desde muy lejos. Tan salvaje como ella, rebelde, inquieto, será nuestro protagonista. Abandonado a su suerte, corre descalzo, tan pronto como tiene ocasión, siguiendo el arroyo hasta la casa de su madre, quien, libre por fin, trabaja en los campos sobre los que se yergue el pueblo. Siente una desesperada necesidad de ella, de sus abrazos, de su sonrisa. Y ella le da todo lo que tiene, le enseña todo lo que sabe: el amor, el espíritu de libertad, el respeto absoluto por la vida y por todas las criaturas vivientes, el sentido de la belleza, la capacidad de soñar, de imaginar, de comprender, de mirar más allá de la superficie de las cosas. Quizá le dé también ese nombre que significa libertad: Leonardo.
Los años pasan rápido, y he aquí que el niño es ya un maravilloso adolescente. La cara de un ángel y una cascada de rizos rubios. Entra de aprendiz en el taller de un artista florentino, en pleno Renacimiento. En Milán se convierte en un hombre admirado por todos a causa de su genial inteligencia, su carácter brillante y generoso, su afable conversación. Sabe dibujar y pintar como nadie, y parece capaz de realizar cualquier empresa, increíbles obras de ingeniería y arquitectura, máquinas fantásticas para la paz y la guerra. Toca divinamente la lira, es alto, fuerte, agraciado en sus modales y proporciones, viste a la moda, una túnica rosada corta que le llega a la rodilla y hermosas medias ajustadas. Es apuesto, es consciente de serlo y le gusta exhibirse. Siempre lleva el pelo largo y encaracolado. En este hombre universal nadie reconocería al niño arisco y salvaje de otros tiempos. Pero ese niño sigue aún ahí, dentro de él. Y continúa haciendo lo que siempre ha hecho: jugar, soñar, imaginar.
Con esos dos párrafos arranca Carlo Vecce su monumental Vida de Leonardo, que publica Alfaguara con traducción de Carlos Gumpert.
Una biografía que, si no definitiva, aspira a ser total. En ella Carlo Vecce une su solvencia de investigador a su capacidad narrativa para abordar y transmitir, antes que la imagen del artista, la peripecia humana del hombre a través del testimonio de sus contemporáneos, de quienes lo conocieron de cerca y de la propia voz de Leonardo en sus cuadernos de trabajo y apuntes manuscritos, en sus dibujos y sus pinturas.
“Al principio -escribe Vecce- quizá fuera sobre todo su aventura humana lo que me atrajo. [...] Una historia tan grandiosa que, incluso cuando crees haberla abrazado en su totalidad, te das cuenta de que has abrazado una sombra, mientras que la vida, la de verdad, se te escapaba. Así que volvía al laberinto para perseguir los más diminutos detalles, con la ilusión de aferrarle la mano y estrechársela con fuerza, antes de que se desvaneciera de nuevo: escrituras y reescrituras, tachaduras, signos gráficos aparentemente sin sentido, etcétera, nombres de lugares y de familiares y amigos y discípulos, fechas y signos del tiempo, listas de libros y de cosas, anotaciones de compras diarias, recuentos de dinero, recuerdos y confesiones, triunfos y derrotas. Con todo eso, poco a poco, junto con los documentos, los estudios, los descubrimientos de los últimos veinte años, fue tomando forma esta nueva Vida”.
Filólogo y profesor de Literatura en Nápoles, Vecce, experto estudioso de los manuscritos de Leonardo, rastrea así el lado humano del artista y del genio polímata, sus orígenes en Anchiano, una aldea cerca de Vinci, en la Toscana del siglo XV, y sobre todo su condición de hijo ilegítimo de un notario de Florencia y una antigua esclava caucásica.
Ese significativo descubrimiento lo llevó a escribir una obra de no ficción novelada sobre la vida de la madre de Leonardo, Caterina (Alfaguara, 2024) y a reescribir la vida del genio asombroso al que tiempo atrás, en 2006, le había dedicado ya un estudio.
Este nuevo ensayo biográfico, organizado en tres partes cronológicas (“El chico de Vinci”, “El hombre universal” y “El errante”), es el brillante resultado de décadas de asedios a Leonardo da Vinci y su entorno. Y en él Vecce explora la intensa relación con la madre y busca a la persona que sostiene al artista innovador, polifacético y visionario. Perfila así a partir de datos aparentemente triviales y cotidianos el contorno humano que aparece detrás de sus contrastes vitales de luces y sombras, de éxitos y fracasos, de debilidades e inquietudes, de su conflictiva relación con el padre, Piero da Vinci.
Un padre que pese a todo lo protegió y quizá fue determinante en su existencia, porque fue consciente de la capacidad de Leonardo y favoreció el desarrollo de su carrera artística, confió su educación en Florencia a Andrea del Verrocchio, el escultor que lo acogió en su taller, e intermedió en el encargo de la Gioconda.
Con esta Vida de Leonardo Vecce se aleja de los tópicos de códigos secretos cifrados en los cuadros de Leonardo para desvelar el lado humano del artista, su constante lucha por la libertad personal y artística y la influencia decisiva de su origen bastardo y su relación con la madre, unas circunstancias que aportan algunas de las claves interpretativas de su obra pictórica.
Como ya había anticipado en la espléndida Caterina, Vecce entrevé en la pintura de Leonardo el deseo de fijar la imagen de su madre: en la sonrisa y la mirada de la Gioconda o La dama del armiño, en el rostro de María Magdalena en la Última Cena o en la estrecha relación entre la madre y el hijo de La Virgen de las rocas o Santa Ana con la Virgen y el Niño.
Porque “él, el niño, pasará toda su vida intentando encontrarla de nuevo, recuperar algo de lo más profundo de su corazón. La caricia de una mano, la luz de una sonrisa.”
La vida sentimental de Leonardo quedó marcada por el escándalo que provocó la acusación de sodomía que formuló contra él en 1476 la Signoria de Florencia. Tenía entonces veinticuatro años y a partir de entonces fue más discreto en sus relaciones o incluso pudo optar por la abstención sexual y por los amores platónicos con sus ayudantes.
Acuciado por las deudas y por las denuncias de encargos cobrados y no entregados, Leonardo acabaría saliendo de Florencia, donde dejó sin terminar la Adoración de los Magos -“porque a partir de cierto momento, la perspectiva que guiaba a Leonardo no era lo de completar o perfeccionar, sino simplemente lo de crear y especular”- y se instaló en 1482 en Milán, en donde creció artísticamente y se consolidó como un maestro indiscutible. Fue “su primer gran viaje, el que cambiará su vida o, mejor dicho, la transformará, en su totalidad, en un único, largo e ininterrumpido viaje.” Fue en Milán donde realizó sus estudios sobre la figura humana y sobre el hombre como medida del mundo que plasmó en su conocido Hombre de Vitruvio, “el famoso dibujo de la figura humana inscrita en un círculo y un cuadrado destinado a hacer la ilustración y el correspondiente pasaje de Vitruvio. Allí murió su madre, que se había instalado en su casa de la Corte Vecchia. Allí escribió el Bestiario, “uno de sus textos literarios más fascinantes.” Allí reflejó el dolor de la orfandad en el rostro del Cristo de la Última Cena, un probable “autorretrato ideal del propio Leonardo”.
Los años siguientes fueron tiempos itinerantes, de viajes a Venecia, acompañado de su amigo fray Luca Pacioli, eminente geómetra y matemático. Allí, entre puestos de libreros y tiendas de grabadores, se dio cuenta Leonardo de la importancia de la imprenta y de la necesidad de imprimir algunas de sus obras.
Años en los que volvió a Florencia para pintar La Virgen de la rueca, la Gioconda y los portentosos cartones preparatorios de La batalla de Anghiari, una obra irreversiblemente perdida, un fresco que iba a rivalizar con otro de Miguel Ángel sobre la batalla de Cascina en la pared de enfrente; años en los que regresó a Milán, donde dibujó sus cuadernos de anatomía y pintó su delicada Santa Ana con la Virgen y el Niño; años de asombro y ocaso en la Roma renovada por Bramante, que había cambiado la ciudad por encargo de Julio II. Es la Roma de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, la Roma de León X, un Médici de la misma familia florentina de su protector Giuliano, que lo alojó en el Belvedere. La Roma desde donde viaja a Terracina para visitar las ruinas del monumental templo de Iove Anxur.
Años de incipiente deterioro físico en los que compuso su Libro de pintura y emprendió su último viaje: a Francia, protegido por Francisco I hasta su muerte en Amboise el 2 de mayo de 1519, poco después de cumplir sesenta y siete años. Acababa así la vida de quien está ya -escribe Vecce- “más allá del espacio, más allá del tiempo.”
Esa es la frase que remata esta obra monumental, un ensayo biográfico de tonalidad narrativa que se lee como una novela y que propone también un sugestivo recorrido por su obra. Sostenida en el amplio aparato documental y bibliográfico que se comenta en los apéndices, esta Vida de Leonardo aporta una nueva mirada y proyecta una nueva luz sobre la vida y la obra de Leonardo.
Porque -afirma Vecce- “el redescubrimiento del verdadero Leonardo es una historia de nuestro tiempo, que va desde el descubrimiento y publicación de los códices y dibujos hasta la aplicación de las tecnologías más avanzadas en el estudio y restauración de las pinturas. En los últimos tiempos, en obras como La adoración de los Reyes Magos, La Virgen de las rocas e incluso la Mona Lisa, hemos podido ver, por primera vez en quinientos años, algo que solo veía Leonardo: las primeras ideas en movimiento, los esbozos y bocetos de sus visiones. Y entendimos que esas obras no estaban «inacabadas». Entendimos por qué quería dejarlas así para siempre y no terminarlas nunca. Eran pedazos de su alma y de su cuerpo de los que no era capaz de desprenderse. Eran laboratorios, obras de construcción de sueños. Eran obras abiertas a la complejidad y al misterio de la vida. Su belleza es la belleza de la creación, y esto es lo que las acerca a Dios.”
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