Alicias ilustradas
Son la portada y algunas de las magníficas ilustraciones de Fernando Vicente para la nueva edición de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, que acaba de publicar Nórdica con una espléndida traducción de Humpty Dumpty.
En una dorada tarde
el agua ociosos nos lleva,
pues son bracitos de alambre
los que reman, reman, reman,
ya que intentan, siempre en balde,
que la barca no se tuerza.
Son tres niñas en la barca,
pero insisten como cien,
aburridas de la calma,
piden un cuento a la vez;
contra una insistencia tanta,
¿qué otra cosa puedo hacer?
La primera exige terca
que no tarde en empezar.
La segunda, muy alerta,
que refleje la verdad.
La tercera estará atenta
y no me interrumpirá.
Por fin se ha hecho el silencio
e impera la fantasía,
arrastrándonos a un cuento
que es país de maravillas,
donde hablan los conejos
y bailan las pescadillas.
Y si yo, pobre de mí,
el relato interrumpía,
aplazando su final
hasta el siguiente día,
«hoy es mañana», las tres
a coro me repetían.
Así fue surgiendo el cuento,
poco a poco; y, una a una,
las partes del argumento
que forman esta aventura.
De volver llega el momento:
regresemos con premura.
Para ti es este cuento,
para ti, querida Alicia,
guárdalo junto a tus sueños
entre otras flores marchitas,
cual peregrino andariego
que atesora sus reliquias.
Con esos versos evocaba Lewis Carroll en el preámbulo de la obra la génesis de Alicia en el país de las maravillas, que surgió de un relato improvisado para combatir el aburrimiento de unas niñas, las tres hermanas Liddell con las que hicieron una pesada travesía de ida y vuelta en bote por el Támesis entre Oxford y Godstow. A la más insistente de esas niñas, Alice Liddell, le dedica la obra en esos versos.
Y de nuevo el aburrimiento de Alicia en el río mientras su hermana lee un libro sin diálogos ni ilustraciones es el motor del relato:
Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.
La respuesta se la dio Lewis Carroll con estos dos libros que un antídoto contra el aburrimiento y que además, desde sus primeras ediciones en 1865 y 1871, están llenos de diálogos y de ilustraciones.
Una fiesta constante de la imaginación sin límites, desde la caída al fondo de la madriguera del Conejo (“Abajo,abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer?”) y desde la Casa del Espejo (“¡Imagínate que tú eres la Reina Roja, Kiti!”) hasta el despertar del sueño, cuando Alicia no sabía si el sueño había sido suyo o del Rey Rojo. Pero sí sabía que daba igual, porque si había soñado con el Rey Rojo, ella misma era parte del sueño de su personaje: “¡Pues claro que él fue parte de mi sueño!..., pero también es verdad que yo fui parte del suyo.”
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