Dos reflexiones de Marcel Proust
En el solitario, el enclaustramiento, incluso el más absoluto y hasta el fin de su vida, suele tener por principio un amor desordenado hacia las multitudes, que hasta tal punto domina sobre cualquier otro sentimiento que, al no poder obtener cuando sale la admiración de la portera, de los transeúntes, del cochero apostado, prefiere no ser visto jamás por ellos, y para ello renunciar a cualquier actividad que le obligaría a salir.
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Nos apenamos poco de habernos convertido en otro, al paso de los años y en el orden de sucesión de los tiempos, como poco nos afligimos de ser sucesivamente, en una misma época, los seres contradictorios, el malo, el sensible, el delicado, el patán, el desinteresado, el ambicioso, que somos a lo largo del día. Y la razón de que no nos aflijamos es la misma, es que el ser eclipsado -momentáneamente en el último caso, cuando se trata del carácter; para siempre en el primer caso y cuando se trata de pasiones- no está ahí para deplorar al otro, ese otro que en aquel momento, o ya para siempre, es todo nosotros.
Marcel Proust.
Máximas y pensamientos.
Compilación de Carles Besa.
Traducción y prólogo de Lluís Mª Todó.
Edhasa. Barcelona, 2021.
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